No puedo odiarte.

Capítulo 81. George.

Me asomé a la ventana de mi lujoso apartamento. Una extraña sensación, que hoy empezará algo nuevo y próspero, nació dentro de mí, cuando hojeaba un plano del proyecto para “Construcciones North”, propuesto por el nuevo director ejecutivo. A él me recomendó el representante designado por la señora Della Altavilla. “Berenice Reveré marquesa Della Altavilla. ¡Por Dios, como la odio!” – pensé.

 Tanto como quisiera, no podía combinar dos mujeres completamente diferentes en una persona. Amaba a Nice y odiaba a Berenice. Estaba dispuesto a matar a cualquiera, para proteger a Nice, pero estaba decidido a castigar personalmente a Berenice. Incluso los vi de manera diferente. Nice era gentil, frágil, cariñosa y dolorosamente deseable, y Berenice era una perra fría, arrogante calculadora y cruel, que solo me causaba disgustos.

Recordé la última vez que vio a Nice. Mi dulce niña dormía acurrucada en una cama de hospital con las palmas dobladas debajo de la mejilla izquierda. Vi un hematoma horrible en su preciosa cara, esa huella de terrible agresión. Me llené de furia y sentía el arrepentimiento de no haber matado a ese bastardo.

Estaba de pie, vestido con una bata quirúrgica verde, con una mascarilla de gasa en la cara, apretando los puños con rabia y temía, que Nice se diera la vuelta y lo reconociera y tal vez incluso lo alejaría. Y yo no quería irme. Quería estar ahí con ella. Por el derecho a pasar varios minutos en su habitación, yo prometí comprar algún tipo de máquina de diálisis para el hospital.

Pero después, como por una cosa mágica, del hospital salió Berenice, tan prepotente y distante del brazo de su marido. Ella me vio, pero giro la cara lejos de mí con un gran desprecio. En ese momento me di cuenta de que Nice no volverá, porque solo quedó Berenice Reveré.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un golpe en la puerta. Miré el reloj, eran las diez de la noche. "Lo más probable es que sea Alex", - pensé y fui a abrir, pero en lugar de mi primo, Nice estaba parada en la puerta con una pistola en la mano.

- ¡¿Dónde está mi hija?!

- ¿Cual hija? - Pregunté confundido, estimando mentalmente la distancia que nos separaba.

- ¡Ni lo pienses! – la pistola apuntó directamente a mi ingle. – A lo mejor no te mataré, pero puedo herirte fácilmente. ¿Es esta tu obra? ¿Dónde está mi hija?

- ¡¿Estás loca?! - Ladré. - ¡No entiendo de qué tonterías estás hablando!"

- Contaré hasta tres.

- ¡Anormal!

- Uno… - El cañón se movió amenazadoramente. - Dos…

De repente sentí un calambre en los músculos de la espalda. Me lancé hacia adelante en una fracción de segundos antes de que sonara el disparo. La bala impactó en el marco de la puerta, a aproximadamente un metro del suelo. Si no fuera por mi reacción...

La mujer no vio nada y casi no entendía en nada. Ni siquiera se resistió cuando, maldiciendo groseramente, le arranqué el arma de las manos y la tiré al suelo, boca abajo sobre la mullida alfombra.

- ¡¿Que estás haciendo?! ¿Aún no estás satisfecha?

El shock pasó poco a poco y miré con odio la nuca de una mujer apretada contra el suelo.

- ¿De dónde sacaste el arma?

Ella guardó silencio y yo me puse cada vez más furioso.

- ¿Puedes oírme?

No tenía sentido hablarle en la nuca. Necesitaba mirarla a los ojos para entender quién ocupaba actualmente este cuerpo, Nice o Berenice, así que tiré a la mujer sobre su espalda. En el fondo de sus ojos había miedo y desesperación, pero era mi Nice y claramente había algo mal con ella.

- Nice, ¿tomaste algún tipo de droga? - pregunté.

- ¿Me dirás dónde está mi hija?

Ella me miró y su mirada era tal angustiosa que me sentí incómodo. ¿Es posible fingir la desesperación con tanta sinceridad, con tanto talento?...

- ¿Le pasó algo a Erica? - pregunté, dándome cuenta de que era la ansiedad y preocupación por la niña lo que llevó a Nice a tal estado.

- Fue secuestrada.

- ¿Por qué pensaste que era yo? ¡Yo no tengo nada que ver con esto! - Me sorprendí y al pensar que ella me consideraba capaz de cosas tan asquerosas, me asqueé tanto que dije lo único que me bastaba en ese momento. – Yo no sé nada de esto. Vete y déjame en paz.

Nice se sentó, agarrándose las sienes con las manos.

- ¿Por qué pensaste, que yo fui secuestrador? – pregunté de nuevo.

- Porque hoy por la tarde hable con tu madre. Y ella me ofreció un trato.

- ¿Que trato?

- Nada. Ella quiere que me volviera a Capri de inmediato. Entiendo que me odies, - dijo en una voz apenas audible. - Tienes toda la razón para estar enojado conmigo, pero Erika no tiene nada que ver. Tengo que decirte algo muy importante...

No terminó porque en ese momento sonó el teléfono. Ambos saltamos sorprendidos. Trinos persistentes surgieron del bolso de Nice.

- ¿Puedo contestar el teléfono? – preguntó ella.

Asentí en silencio.

Nice sacó su teléfono y encendió el altavoz.

- Hola, - dijo en un susurro.

- ¡Hola! - La voz era desconocida y pertenecía a un hombre. - ¿Ya estás buscando a tu niña?

- Sí. - Nice se secó el sudor que le había subido a la frente. - ¿Quieres decirme algo?

Me puse en alerta y miré a Nice con una mirada de estudio. Ella rápidamente se apagó el altavoz y se giró para que yo no viera la expresión de su rostro.

Ella escuchó con mucha atención y luego asintió con la cabeza, como si su interlocutor pudiera verla.

– Sí, sí, te entiendo. – rápidamente contestó Nice. - Dime ¿cómo está ella?

La conversación se cortó y ella durante unos segundos miró fijamente el teléfono sin comprender.

- Erica está bien. Perdóname y olvídame.  

- ¿Estás bien? - pregunté. – ¿Con quién hablaste?

Nice puso una sonrisa feliz en su rostro y se dio la vuelta:

- Si, gracias. Era el vecino.




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