No puedo odiarte.

Capítulo 86. Berenice.

Salí volando de esta terrible casa, salté la valla de la terraza, escuché el disparo y caí golpeando el costado herido, pero no sentí nada de dolor. Me levanté y corrí a la carretera. Un pensamiento golpeaba mi cabeza: “Mi niña está en algún lugar, en la calle, sola”. Lo que pasó en la casa en los últimos segundos, aun no me llegó al cerebro. Lo que le pasó a Gor, y menos a su madre, no me importaba en este momento. Necesitaba encontrar a mi hija, pero encontré a Alex. O mejor dicho, simplemente me choqué contra él, cuando salía corriendo de las puertas del territorio de maldita casa.

- Nice, ¿qué está pasando aquí? - preguntó completamente estupefacto.

- ¡¿Dónde está mi hija?! – Grité enloquecida.

- ¡Ella está aquí! - Escuché la voz de Eva desde un auto estacionada en la carretera.

Corrí hasta allí y sólo cuando vi la cara sonriente de mi hija recobré el sentido.

- ¡En casa se quedó Gor, esta uno contra cuatro! ¡Ellos querían matarnos! - le grité a Alex, que estaba hablando con alguien por teléfono. – ¡Ayúdale! ¿Por qué estás parado?

- ¡Mamá, yo gané! - exclamó alegremente mi hija, tirándome de la cazadora. - ¡Encontré gente antes, que Margarita, entonces seré la gran bailarina!

- ¿Que gente? - No entendí, de que estaba hablando, porque estaba mirando a la casa donde mi amado se quedó en manos de los asesinos. - ¡Eva, llévala al hospital urgentemente! Le daban somníferos, o drogas, a lo mejor tiene delirios.

Un deseo increíble de regresar en lugar, donde dejé a Gor, se apoderó de mí con una fuerza increíble, solo el pensamiento sobre mi hija me detuvo. Tenía que asegurarme de que Erika estuviera a salvo, que está bien y no podía dejarla sola. En ese momento entró por las puertas una furgoneta con fuerzas especiales de la policía y rápidamente personas armadas entraron corriendo por ambos lados de la casa. Los disparos volvieron a sonar.

- ¡Gor! - Grité y me caí en el suelo, sin poder mantenerme en pie, porque mi pecho atravesó un dolor punzante.

- Eva, llévalas al hospital de Rubens, a las dos. – se escuchó la orden de Alex, como muy de lejos y cerré los ojos.

Cuando abrí los ojos y me vi en la misma habitación, donde estaba hace dos semanas atrás, pensé que todo que pasó era un mal sueño, pero Eva dijo:

— Erika está bien, su análisis de sangre no dio nada raro. Esta en casa con mis padres y unos policías. Gor está vivo, herido, pero está vivo.

Y el significado de las palabras pronunciadas por mi amiga poco a poco comenzó a llegar a mi cerebro.

— ¿Él está vivo? – susurré, levantándome de la cama.

— Sí, está en mismo hospital, — respondió ella. — Le están operando.

— Por favor, Eva, llévame con él. Tengo que decirle que lo amo. — supliqué.

— El doctor dijo, que necesitas un reposo absoluto. — explicó mi amiga. – A parte le están operando. No te dejan pasar.

— No! Tengo que estar cerca de él ahora.

Eva me miró y, sin decir nada más, me ayudó subirme a la silla de rueda. Me llevó a una sala, donde estaba de pie Alex.

- ¿Como está Gor? – pregunté a Alex.

- No lo sé, la operación sigue ya quinta hora y nadie me explica nada. – Respondió bastante seco. - ¿Cómo está tu hija?

- Ella está bien, está con los padres de Eva.

- Esta bajo la vigilancia de policía. – añadió Eva.

- Lister y otro cómplice ya están detenidos, se enfrentan a unos cargos graves de secuestro y de asesinato.  – dijo Alex.

- ¿Y Albina? – Preguntó Eva.

- Ella se impuso su sentencia a sí misma. Fue abatida por la policía durante el asalto.

- ¿Qué le pasó a Margarita? – pregunté yo, recordando, que empujó por las escaleras aquel hombre y con eso me dio oportunidad de golpear a Albina y escapar.

- A ella también la mataron. - Suspiró Alex, al parecer sentía pena por ellas.

- Lo siento, - respondí, aunque en realidad no sentía simpatía ni por una ni por la otra. Ellas tuvieron la culpa de que Gor ahora estuviera luchando por su vida, jugaron con la salud de mi hija y me hicieron sufrir mucho.

Finalmente, se abrieron las puertas del departamento de cirugía y salió un médico, quitando la mascarilla, se acercó a nosotros.

- ¿Como está? - preguntamos Alex y yo al unísono.

- Sacamos la bala y estabilizamos el estado del hombre, pero sigue siendo muy grave. - dijo y rebuscando en su bolsillo, me entregó un anillo deformado. - Tuvo una suerte increíble. La bala  fue retrasada un poco por este anillo y cambió la trayectoria, por eso sigue vivo, pero necesito mucho de él para salir de esta.

Tomé el anillo, reconociéndolo inmediatamente, porque lo había visto colgado en el cuello de Gor, cuando hicimos el amor, pero no estaba de humor para preguntar sobre él.

- Este anillo Gor te compró en Seúl, hace seis años. Quería pedirte que te casaras con él. - dijo Alex mirándolo.

El dolor en el pecho, a pesar de los calmantes que me dio el médico, revivió con más fuerza. Pero no por la costilla fracturada, que la dañé al saltar desde la terraza, sino porque Gor decía la verdad y yo no le creí.

Mi amado quería casarse conmigo y me compró un anillo, pero yo lo acusé de traición y de todos los males del mundo. Él me amó todo este tiempo, pero yo vine a vengarme y destruirle. No le creí, porque estaba sumergida en un mar de mentiras, que en parte inventé yo misma. ¿Como podría dejar que me engañaran? ¿Por qué no confiaba en él? ¿Por qué no sabía amarlo?

El sentimiento de tener toda la culpa de lo sucedido me llenó de amargura tan fuerte, que me la sentía en mi boca y me llenó los ojos de lágrimas. Las palabras imprudentes, o más bien palabras dichas incorrectamente, los insultos estúpidos por los que no me pidió perdón entonces, o mejor dicho, no le di esa oportunidad, se entrelazaron en una red de una terrible realidad torcida e incorrecta que nos trajo a este borde... Ahora no se podría corregir y no se podría borrar de la memoria y del corazón... Lo dejé... dos veces. Hace seis años y hoy. Entonces pensé en mí, hoy en mi hija. Nunca pensé en él. No merezco su amor, pero debo corregir mis errores y pedirle perdón.




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