No puedo odiarte.

Capítulo 87. Berenice.

Ya había pasado un mes desde que me regresé a mi casa en Capri. Este antiguo castillo se convirtió para mí en un verdadero hogar, solo aquí, detrás de los muros centenarios, me sentía protegida del mundo entero, pero no de mis pensamientos y sentimientos, que me causaban un dolor insoportable de pérdida. Sabía por los mensajes de Eva, que Gor estaba recuperándose rápidamente, por lo que me alegraba, pero sentía mucha tristeza, porque no me llamara, ni mandaba un mensaje.

Pero le entendía. Era la culpable de la muerte de su madre, de su herida y aunque que le traspasé mi fondo con las acciones de su empresa, él tenía todo el derecho de odiarme.

— Como siempre, tenías razón, Máximo, nunca debería salir de aquí. — suspiré, cuando él trajo el café a la terraza donde estábamos sentados. – Si supiera a donde me llevaría mi venganza, nunca pensaría en ello.

— He estado viviendo en esta tierra demasiado tiempo, querida, pero eso no me hace sabio, — sonrió Cardini, mientras servía café fragante en las tazas. — Sabía lo que te estaba pasando, pero no pude encontrar las palabras adecuadas para convencerte de que reconsideraras tu actitud hacia Celan. A veces el amor y el odio van de la mano. Es muy difícil separar estos dos fuertes sentimientos. Era posible que, si no te hubieras vengado de Gor, nunca te hubieras dado cuenta, de que él era tu amor verdadero, a pesar de todo.

— ¿Y qué voy a hacer ahora con esta comprensión?

— Nada, ahora le toca a él sacar las conclusiones. Corregiste tu error, devolviendo a Celan sus acciones de su holding y echando a Storn del concejo, cambiando el estatuto y obligándolo vender sus acciones a Alex. Fuiste genial. Ahora todos los que querían presionarlo no podrán hacer nada. Él tendrá un poder absoluto.

— Sí, pero no sé, si eso será suficiente. — Dije dudosamente.

— Una vez trataste de convencerme de que solo su empresa era lo más importante para Gor. ¿O no era así? — me preguntó Máximo con una sonrisa. - También le confesaste, que Erika es su hija.

— No sé, si entenderá correctamente, que yo lo hice para ayudarle y corregir mi error, aunque no podría devolverle la madre y borrar de su memoria el dolor que pasó por mi culpa.

— Tiene que ser un completo idiota, para no entender esto, — se rio el anciano, — y no creo que el señor Celan no tenga cerebro.

— ¿Crees que me perdonará?

— Si te ama, te perdonará, y si no, entonces tienes a Erika. Ámala como una continuación de Gor. — dijo Máximo pensativo. — Es una felicidad tener una partícula de alguien, a quien amas.

— Sí, tienes razón de nuevo. — yo asentí y miré a mi hija, que corría en la playa con los chicos del pueblo detrás de una cometa volando. - Pero no sé cómo contarle sobre su verdadero padre.

— Erika es una niña muy inteligente. Creo que encontrarás las palabras adecuadas, si escucharás tu corazón. — sonrió Cardini. — Puedes empezar así:  erase una vez una Cenicienta tonta que conoció a un príncipe estúpido.

— Seguro, que empezaré así, — me reí.

En ese momento entró María.

— Señora, aquí el mensajero le trajo una carta, — dijo y me tendió el sobre.

La abrí, sin fijarme en nombre del remitente.

“¡Querida Nice! No soy un maestro de las cartas de amor y las cartas en general, pero debo explicarme y escribiendo, me parece, podría salir mejor.” – leí y dejé caer la mano. Al parecer, todos mis sentimientos en ese momento se reflejaron en mi cara, porque Máximo me preguntó con preocupación:

— ¿Algo serio?

— No lo sé, es de Gor, — respondí con voz débil.

Yo esperaba esta carta todos los días durante este mes, pero cuando la recibí, parece que no estaba preparada.

— Así que léela. ¿Qué esperas? — ordenó Cardini.

— Me temo… Tengo miedo, si me dice que no quiere saber nada de nosotras y sobre todo de mí.

— Créeme, niña, si no quisiera nada de vosotras, no escribiría una carta. — sonrió Antonio, — léela, yo vigilare a Erika.

No estaba segura de estar lista para sumergirme en la decepción y el dolor nuevamente por su rechazo, pero aun así seguí leyendo la carta.

“Mi amor, cometí tantos errores en el pasado y sigo cometiéndolos. Pero entre estas paredes blancas de hospital y la mayor parte del tiempo solo, he tenido una gran oportunidad para pensar mucho y con la tranquilidad en lo que se convirtieron nuestras vidas. Tuve mucho tiempo para reflexionar y esto es a lo que llegué.

Hacía seis años era tan idiota, que me atreví a ofrecerte el humillante papel de mi amante, porque simplemente no pude dejarte ir. Quería conservarte a mi lado de cualquier manera. No fue por Albina, no iba a casarme con ella, solo me estaba tomando el tiempo, para encontrar a alguien, quien pudiera comprar las acciones de Storn. Simplemente era joven y estúpido y todavía no me había visto en la vida familiar, no entendía cuánto me enamoré de ti. Solo en Seúl me di cuenta, de que eras la única mujer con quien quería vivir mi vida, por eso te compré un anillo con una piedra del color de tus ojos. Resulta, que, gracias a ese anillo, estoy vivo. Pero llegué tarde, tú te casaste y desapareciste.

Durante estos seis años no hubo ni un solo día en que no pensara en ti, durante los primeros meces con resentimiento y rabia, porque no entendía tu decisión de casarse tan rápido con Reveré y tener una hija. Me hundía cada vez más abajo, tratando de sacarte de mi cabeza. Fue la época más repugnante de mi vida, por eso me casé con Albina, pero nunca le fue un esposo de verdad. Con esa actitud mía provoqué su odio hacia ti, que la llevó a cometer aquella locura.  

Me preguntaste por qué no me divorcié de Albina antes. Mi madre, para quien mi matrimonio era muy importante, al enterarse de mi deseo de dejar a mi esposa, tuvo un derrame cerebral. No quería hacerla sufrir. ¡No sabía, qué había arreglado mi madre para separarnos entonces! Fue ella quien ordenó a Max matarte en el metro. No podría imaginarlo, igual como su participación en el secuestro de Erika. Ahora ni siquiera estoy seguro de que algún día podré perdonarla por eso.




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