No se cancela la boda

La dama y la novia.

-¡Esto es increíble, esto es increíble, esto es increíble! ¡Oh por Dios, mujer!, ¡ya no cabe en mi la emoción!-Su amiga gritó, dando vueltas en el salón, a la espera de que la chica saliera a mostrarle la terminación del atuendo. 

Giró de sopetón, ahogando el chillido al verla ceñida en ese vestido de seda, ajustado a su cuerpo, con los guantes en la misma tela, del mismo color perlado y su expresión de gusto y emoción, evitando soltar las lágrimas. 

-Mi sueño por fin se hará realidad-la mujer soltó el grito al fin, echándole aire a los ojos llorosos con las manos, saltando el inmenso éxtasis al querer correr hacia ella, haciendo gestos en medio de esa expresión desencajada y graciosa que evitaba arruinarle lo bien que se veía.

Las personas al otro lado de la estancia, pensaron que estaba en una situación vergonzosa al escuchar a la encantada como si pujara, espantadas en un intento de ignorarla, aunque algunas no dudaron en ir a tratar de ver lo que pasaba. 

Pegadas a la cortina ,vieron a la castaña, con esa prenda que cubría hasta sus pies y el final se alargaba para cubrir el suelo, pudiendo arrastrar lo que quizás ellas nunca podrían, pareciendo muy hermosa. 

Evia estaba emocional, incrédula, aunque a la expectativa de lo que la vida le traería en tres días, cuando al fin contrayera nupcias con el hombre que amaba.

Quería, sin duda, ser el centro de atención y ya lo era gracias a su profesión, a su trabajo, a su empresa y a su futuro esposo, mismo que pasó al salón sin haber avisado, logrando el grito de horror de todos en la tienda, incluso de aquellos que no querían mirar, aunque les fue inevitable por el espectáculo de la dama y la novia. 

Las chismosas se persignaron, apretando crucifijos que sacaron despavoridad ante el mal augurio, mientras el joven se quedó anonadado, con la boca abierta, a la par que la muchacha era cubierta por su amiga. 

-Supe que estabas aquí, pero no pensé que en esto-confesó, en el tartamudeo, mirándola parecer una princesa. 

-¿¡Qué hiciste, tonto!?-La cuidadora exclamó-. ¡Verla es de mala suerte!

-Pero siempre me ha dado buena-burló, sonriente-. De todos modos, no vi nada-liberó-. Casi nada-ladeó la cabeza, girándose en lo que fingía que nada pasaba. 

-Yo hablaré con él-emitió, antes que la agraciada tomara el control.

-Es mi prometido-refunfuñó-. Y no es nada, yo no creo en esas cosas.

-Cámbiate-instó la mayor-. Es lo mejor que puedes hacer ahora.

-Pero no me importan esas cosas, mija-acotó-. Amor, ven, vamos a sentarnos-le tomó la mano para ir al mueble, aunque su compañera la soltó, a modo de protección.

-Por tu bien, ve adentro, Evia-instó, firme al mirarla directo.

-Esmeralda...

-Ve-ordenó, resignada, en lo que volvió al vestidor, llena de negativas y resoplidos.

No oyó nada en lo que se cambiaba, llena de incertidumbre, aunque sí lo encontró solo en la estancia, sentado en el sitio al esperarla.

La mayoría seguía atenta a la conversación, ya no tan cercanos a las cortinas o al escenario para verlos, sin embargo, el silencio en el recinto era sepulcral, por lo que solo podían escucharlos a ellos dos.

-Ay, no finjan que quieren saber más-Esme liberó, soltando las piernas, seguida de las féminas que vieron por las brechas, atentas a lo que ocurría.

-Tal vez te pueda comprar otro; elige cualquiera, yo lo pago y rompemos la mal-su novia lo besó, segura por tenerlo ahí-... dición—continuó, al jalarlo de las solapas del saco, calmada ante la situación.

-No te preocupes, no creo en eso-musitó sobre sus labios, acariciando sus hebras que se fueron adelante-. Dime, ¿por qué viniste? ¿Qué pasó?-Oyó el suspiro de inmediato, consciente de lo que venía al entender la situación.

-Debo hacer un viaje-la mujer lo observó, sin saber cuántas veces había escuchado lo mismo semanas antes de todo, aunque esta vez, frunció el ceño, interesate-. Ya que yo puse la fecha de las nupcias, ¿podríamos cambiarlas?-indagó-. Al regreso, nos casamos de una vez.

-Por supuesto-la sonrisa del joven se ensanchó, encantado al darle un beso en la frente, antes de masajear sus hombros-. Como todas las veces que lo has hecho y yo he cedido-su expresión se transformó, tocado, al escucharla.

-No quiero que discutamos sobre eso-expuso, firme.

-No, pero si solo estoy comunicando mi desacuerdo en sarcasmo-declaró, firme-. Siempre que estamos cerca, sucede algo y esta vez, no quiero negociarlo-señaló-. Ya no más, por favor-pidió, cansada.

-Es que de esto depende nuestra estabilidad-admitió-. Es la última oportunidad.

-Amor, yo trabajo-apuntó-. Si es por eso..., por lo que sea que necesites, puedo solventarlo.

-¡No! Es que no, porque me siento más cómodo usando mi dinero, Evia-recalcó-. Yo sé que puedes entender eso.

-De acuerdo-pregonó, alzando las manos en desaprobación-. Sólo sé sincero conmigo, ¿tú quieres este matrimonio?-demandó, queriendo salir de dudas ante la situación tan recurrente.

-Sí-afirmó-. Claro que me quiero casar contigo, mi amor-aseguró.




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