No se cancela la boda

Chocolate.

La taza se movió hacia su espacio de forma lenta y certera, puesto sus ojos en el líquido que le quedó más cerca. 

La sensación humeante le chocó en la cara, evitando tiritar a pesar del frío que sentía en la estancia. 

A decir verdad, no era su culpa, ni la de la fémina que preparaba los panes con mantequilla, ya que por error terminó cambiando la temperatura del agua, causando que el frío le chocara toda la espalda. 

Como buen hombre, macho, pecho y peludo, homo sapiens de raza pura y sexo masculino nada frágil, su decisión fue aguantar la molestia del torrente, sin siquiera gritar o llorar por lo que le congelaba. 

El problema era que estaba sintiéndose mal por el golpe frío, sin embargo, la sudadera que logró colocarse encima de la ropa cómoda y cara que le prestó, estaba ayudándole lo suficiente como para no perder el control. 

—¿Eres indigente?—La pregunta le salió en voz alta, incluso de lo más hondo del alma al detenerse en el espacio, guardando silencio. 

La joven bajó la cabeza, en el regaño mental que se dio al negar de formas repetidas, por la cuestión.

—No me respondas—giró, colocando el plato con los panecillos rellenos sobre la encimera—. He sido imprudente.

—No—frunció el ceño, sostenida de la mano al tomar el mismo trozo, siendo ella quien se alejó primero—. Soy taxista—la voz no le salió al abrir la boca, suspirando ante su respuesta que ni siquiera deseaba por la intromisión. 

—Bueno, pero, ¿por qué estás aquí? ¿O qué te trajo al edificio? ¿Viniste a robar porque me viste con ropa de rica? Porque no tengo nada, la verdad es que justo hoy me robaron y siento que es una señal de Dios para que no me case en dos días y todo eso, ¿tú crees en eso?—Él parpadeó, a medio terminar la rodaja empapada del líquido a degustar, asimilando la rapidez con la que liberó sus palabras y la mucha información que necesitaba. 

Casi quiso reír por cómo la chica se culpó en lo hondo, golpeando con las almohadillas de su palma su frente al darle la espalda, deseosa de escapar. 

El joven tomó un sorbo, calmado y sonriente, acoplado al espacio que lo llenó de armonía de una forma tan extraña, que incluso olvidó las responsabilidades que tenía. 

Le dio espacio a reintegrar su sistema, de vuelta a la silla para quedar frente al acompañante, quien no dudó en acercarle la canastilla de panes al dejar en el aire las cuestiones. 

Si era sincero, estaba ahí para devolverle las pertenencias que le fueron hurtadas, no obstante, le estaba sentando bien el hecho de ocupar un sitio en ese lugar, como si fuera una clase de materia que perteneciera ahí. 

Además, algo en lo más hondo de su interior le decía que debía de probarla, pero no optó por hacerlo de un modo tan pesado ni de alguna manera que la perjudicara. 

Por fin la vio ceder, comiendo como si su vida dependiera de ello al captar lo voraz que parecía con lo que hizo para él, dándole unos minutos de reflexión estomacal en cuanto terminó de tragar. 

—¿Estuvo bueno?—Evia levantó la vista por un minuto, ampliando esas cuencas de miel al descubrir que lo había dejado sin nada. 

La culpa la abordó, no obstante, el chico rió por lo bajo, negando ante la forma en que su cabellera la ocultó. 

Aún siendo corta, parecía encajar perfectamente para hacerla desaparecer de su realidad. 

—¡Perdón!—murmuró, bajito al no elevar el rostro. 

—Se nota que tenías hambre—la joven parpadeó en su burbuja, enderezada en silencio al verlo de lleno—. ¿Estás satisfecha?—Frunció el ceño, fuera de lugar por cómo la trataba, sin tener idea de qué reacción soltar y mucho menos cómo hablar. 

—¿Satisfecha? ¿Sabes todo el gluten que me acabo de llevar al cuerpo?—Enarcó la ceja, inquieta—. Tal vez el vestido de novia ya no me quepa.

—No te puedes adelantar a algo que no ha ocurrido—indicó, fijo en su mirada—. Sí creo en Dios, en las casualidades, Dioscidencias y coincidencias—respondió, para que no se hundiera en el tema, llamando su atención—. La verdad es que estoy aquí porque... me quedé preocupado, de cierto modo, por lo que pasó abajo—repuso, con tal de no soltarlo—. Y como veo que está bien, creo que es hora de volver al trabajo o a casa. 

—¿Y tiene dónde dormir?—Se tapó la boca, burlón por la demanda.

—Sí, suelo descansar en uno de los parques y generalmente, cuido a los que llegan a hacer cosas prohibidas por ahí—jugó. 

—¿No quiere... quieres quedarte? Digo, por el frío, la ropa, la comida... Te podría dar una bolsa con las pertenencias que mi novio ya no usa, no me gusta botarlas, y que llegaras, es una gran oportunidad para donar y deshacerme de ella al mismo tiempo—habló, con la rapidez que la caracterizaba, buscando salir del área, en dirección a la habitación. 

Él no se lo permitió, sino que detuvo sus pasos al quedarle en frente, sosteniendo su hombro con delicadeza. 

—Me alegra que esté bien, ya debo irme a casa—murmuró, despacio—. Le prometo que voy a estar bien y fue un placer saber que no se hizo ningún daño.

—No tendría razón para hacerlo—emitió, extrañada al lograr distancia entre los dos—. Deme unos minutos. 




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