Davon cerró la puerta del apartamento al bajar las escaleras, mientras ambas se quedaron en la sala, en un duelo de mirada que ni siquiera parecía una batalla.
La funda de malvaviscos se hallaba abierta y las fundas de basura, estaban siendo echadas en el contenedor cuando la pequeña tomó uno de los dulces, al averiguar con eso si la presente era digna de estar en esa casa.
Evia evitó ponerle mucha atención al aperitivo dulce, dejándola comer unos cuantos trozos de los qud solo tomó dos, con su padre llegando al verlas tan calladas.
Supo en el instante que ninguna se había comunicado, no obstante, la batalla silenciosa era suficiente para su pequeña tomar una decisión, aún si no era necesario porque esa mujer no estaba de lleno en su vida.
Faltaba poco para que cambiara el rumbo de su destino, que quizás se fuera por no soportar la humillación delante de sus invitados o que al fin encontrara al hombre que necesitaba para pasar el resto de su vida a un lado de él.
Por lo mismo, estaba tratando de no pensar demasiado en todo lo ocurrido ese día, desde la confesión de lo que le hacía sentir cuando decía su nombre, hasta el abrazo y el haberla visto en ese vestido de novia.
Porque no podía negar que deseaba ser quien pudiera quitárselo de encima algún día, pero no podía dejarse llevar de lo lejos que estaba eso de la realidad.
Si acaso, algún día iba a casarse y si no llegaba a eso, entonces iba a encontrar a alguien que fuera como una madre para su hija, a quien ella pudiera aceptar.
En sus planes no había rondado mucho dejar de ser un padre legal y soltero, sin embargo, era consciente de que una figura materna iba a ayudar a su sobrina en los momentos necesarios, puesto que habían etapas de la vida en las que sólo ellas debían de estar.
—¿Te gusta mi tío?—Susurró, bajito, lo que no impedía que la oyera mientras le arreglaba la habitación—. No es mi papá de verdad, me tiene secuestrada—sonrió, negando al ordenar los peluches a un lado de la almohada—. Dice que el Servicio Social lo obligó a cometer ese delito, porque él sólo vivía de videojuegos.
—La cama está lista—elevó, fingiendo que no la oía, esperando que terminara la conversación.
—Quiero dormir con la vecina—refunfuñó.
—Si dejas de hablar mentira—le sacó la lengua, pudiendo verla en el instinto en cuanto la mujer sonrió, cabizbaja al cruzar sus brazos—. Vete, sin televisión.
—En casa ajena no me mandas.
—Te iré a buscar de los pelos si no me obedeces—la pequeña le hizo una mueca, arrugando el rostro—. Tengo llaves, Isabela.
—De acuerdo—farfulló—. Adiós, señora rica.
—Evia—corrigió el presente, atento.
—Evia—le dijo adiós con la mano en una sonrisa nerviosa, avergonzada de alguna manera por no sentirse digna de estar entre ambos, por el modo en que se desenvolvían al tener una buena confianza.
Lo que le salió mejor fue ponerse de pie, recogiendo los trastes apilados para llevarlos al área del fregadero donde lo notó subir las mangas de su camisa.
—Iba a hacerlo—sostuvo las losas al verlo.
—Ah no, es mi casa y eres invitada—quiso tomarlo, haciendo fuerza para que no se lo quitara.
—Yo quiero lavarlos—expuso—. Por favor.
—¿Sabes fregar?—El gesto indignado ante la broma lo hizo reír, movido al darle el lugar donde se lavaba, para enjuagar los utensilios en el agua.
—Mejor los acomodas—abrió una gaveta, aunado a la búsqueda de los guantes a la vez que ocultaba su sonrisa, por no hallar lo que buscaba—. ¿No tienes...?
—Con las manos—le hizo una representación—. Las meto, tomo el brillo y empiezo a limpiarlo todo.
—¡Yo sé, pero no hay guantes!
—¿Te sirve una funda?—Rodó los ojos, exasperada al negar, recogiéndose el cabello con una de las pulseras que se encogían, al alzar las palmas para llevarlas al agua—. Espera—detuvo al retener su mano izquierda, sacando despacio su anillo de compromiso.
Lo puso a un lado visible, fijando la vista en ella para que pudiera seguir.
—Que empiece el juego—pregonó, a la espera del primer plato, dejandola buscar la esponja en el agua resbalosa, para comenzar el lavado normal—. Si quieres te ayudo.
—Davon—masculló, buscando concentrarse al sentir que hacía algo tan extraño y ordinario, lo que no podía pensar porque lo hacía del mismo modo usando guantes.
La diferencia estaba en que sus manos no eran afectadas por los químicos, pero sí limpiaba lo que ensuciaba y no estaba interesada en pagarle a alguien más por ello.
Despacio, fue haciéndose a la idea del instante, pasando al agua normal los trastes, tratando de quitar los residuos de la pizza que cenaron para que terminasen en el recolector de basura.
De vez en cuando, lo oía decirle que iba bien o algunas palabras concernientes a que la estaba enseñando, lo que le hacía darle golpes con la cadera, empezando a tirarle agua ya cuando iba por las cacerolas.
—¿Por qué tantas cosas si no usamos casi nada?
—A veces dejo algunas cosas acumularse—admitió—. Cuando no puedo dormir, limpio todo y lo dejo organizado.
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Editado: 19.11.2024