Cerró la puerta de la estancia, evitando girar al inspirar profundo, con la frente pegada al material de solo recordar lo que había vivido.
Ese día fue tan nefasto que no quería hablar a fondo de él.
En uno de sus momentos, estuvo pegada al maniquí que llevaba el traje de su futuro esposo, abrazándolo bajo la desdicha, tratando de entender las emociones y los sentimientos que estuvo experimentando.
Nunca se había sentido tan sola en la vida, ni tan rota o abandonada como lo experimentó en el día.
La sensación le hizo recordar que por años, ignoró la realidad en la que estaba, esa que siempre ansió controlar por miedo a perderlo todo, lo que al final, había sucedido desde que Ron la terminó.
Fue la primera llamada que tuvo en la mañana y ni siquiera pudo despertar bien, cuando vio ese mensaje de que quería hablar.
Sentada en la cama, se inclinó adelante y perdió las esperanzas al oírlo en cuanto hizo la llamada, confirmando que ella no canceló la unión de ambos.
—¿Sabes, Evia? Creí que podría tener la palabra en nuestra relación, solo por una vez en los años que llevamos juntos, porque he seguido tu ritmo y he llevado tu vida, pero hoy, viendo que no piensas en mí, ni en lo que quiero, decidí que quiero terminar contigo. O por lo menos, podemos darnos un tiempo, para poder ser el hombre que quieres y complacerte en todo lo que has pedido.
—Si sientes que casarte conmigo, te ha quitado parte de ti...
—Es que me siento estancado; como que algo no funciona. Ya no siento esto bien, amor, por favor; solo te pido unos meses, pero voy a volver.
—¿Cuánto tiempo te... quedas allí?—Sorbió su nariz, quitando las lágrimas de su rostro.
—Volveré en tres meses, mi amor; te amo—asintió, evitando el sollozo al sentir los temblores llenándola.
—De acuerdo—cedió, recostándose despacio—. Tres meses.
—Nos vemos—murmuró—. No olvides cancelar la boda para hoy; al volver, reanudamos lo que dejamos a medias—y con el sonido de un beso, cerró, sumergida en el llanto al esconderse en la almohada.
No se puso de pie para atender a su mejor amiga cuando llegó; la misma tuvo que darle una infusión por lo mucho que estuvo llorando, escondida bajo el edredón hasta que llegó la hora de recibir el traje.
La oficina podía quedarse para después.
No tenía fuerzas para atender las llamadas de su asistente, por lo que le pidió que de hiciera cargo de lo necesario y reprogramara lo demás.
Lo que sucedía con eso, era que estaba echando a un lado un proyecto de resideño importante, lo que podía afectar a su empresa si la inyección de ese capital, no lograba formalizarse.
Incluso las personas estaban esperando a ser recibidos en el despacho, lo que ni siquiera la animó, inundada de la pena a la que Ron la había llevado.
—Esto es lo que hace que sigas adelante, Evia—su compañera enunció—. Presenta el trabajo y vuelve a llorar aquí todo lo que quieras.
—Ya se fueron, Esmeralda—susurró.
—Pues llámalos—instó—. Si están interesados, van a volver por ti; y estoy segura que lo harán—la vio—. Tienes tres meses para hacer tu vida y decidir si quieres este martirio con el licor ese o si de verdad, tu prioridad es salir adelante—puso sus ojos en ella, inspirando hondo—. El hombre correcto, te va a elegir, controladora del tiempo o no—alzó sus hombros—. Irá a tu ritmo sin importarle como sea y se va a divertir con eso; no te va a pedir tiempo por cualquier disparate—logró hacerla reir un poco, enderezado en el sitio—. Anda.
—No te lo dije, pero el hombre correcto también me rechazó—habló, bajito—. Y no por mi tiempo, sino porque tiene una hija.
—Necesito ese chisme en el camino—frunció el ceño—. Amiga, ¿crees que me voy a quedar aquí a cuidar a Don nadie? Nelson Mandela, Evia, yo te llevo y me cuentas mientras conduzco—sonrió, negando al salir de ahí, buscando el baño y el traje que iba a usar.
Entre saltitos, Esmeralda bajó las escaleras con su acompañante detrás, cargando un traje rosa pálido y una camisa negra debajo junto a unos tacones del mismo color.
La notó brillar, maquillada y peinada, dispuesta a comerse el mundo, a pesar de que el suyo interno, se hallaba destruido.
La reunión se dio, logrando el cometido en lo que cerraron el trato, mientras los mismos aceptaban sus condiciones.
No le temían a nada, sabían que era buena, ¿entonces por qué él no era así? No la valoraba lo suficiente y a pesar de eso, lo estaba eligiendo otra vez.
—Pero oraste por él—susurró, mientras cobraban algo de ropa en la tienda—. ¿Por qué le tienes miedo a eso?
—No, yo no; te digo que pienso que él tiene miedo; ni siquiera sabe que se lo pedí a Dios.
—Bueno, a veces pedimos algo y lo obtenemos, solo que cuando es la persona quien debe decidir, su opción no siempre resuena en los planes que tenemos.
—¿Y por qué lo envió Dios, sino?—La mujer encogió los hombros, pensando.
—A veces necesita probarnos—indicó—. Y ver si también nosotros ponemos de nuestra parte—tomó la blusa, guardándola en la cajita en lo que le dio un pequeño abrazo.
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Editado: 19.11.2024