No se cancela la boda

Noche nupcial.

Abrió la puerta de la suite, quitando la tarjeta de la rendija en cuanto pudo caminar a dentro.

No se animó a levantarla como una verdadera recién casada, aunque sus pasos lentos le ayudaron a saber que no estaba incómoda, ni esperaba demasiado de la situación siendo que ninguno había conversado algo sobre eso.

Apenas saliendo del salón, se enteró que tenían un transporte, que Evia olvidó cancelar como lo hizo con la prensa y el oficiario, de lo que luego se arrepintió, pero no se martirizó, sino que lo dejó pasar.

De vez en cuando, el bucle de la culpabilidad la asaltaba, solo que no quería darle cabida ese día, considerando que lo que hizo, fue lo mejor y al final, su situación desdichada y grotesca, quedó en lo íntimo.

Si esas personas estaban ahí, era porque confiaba en ellas y no temía de lo que pudiesen hacer o decir, puesto que les ayudó a generar una confianza absoluta con la cual podían acercarse para aclarar las cosas.

Davon se quedó en el umbral, intrigado por la curiosidad de la mujer, quien removió su figura por esa tela fina, lejos de lo ostentoso y lo usual, captando algo tan sencillo y tan ella.

Esa pieza de seda llevaba su nombre y no sabía por qué, pero algo le decía que le costó mucho decidirse por lo suyo, que por lo de alguien más.

La vio pasear las yemas por el borde de la cama, palpando la tela del colchón al ver el amplio lugar, que de por sí, tenía una puerta hacia otra habitación y una sala en la cual se hallaba la cocina.

El sitio parecía más bien un apartamento completo, con casi todas sus cosas, solo que para los recién esposos, era más fácil entrar por el área de la habitación, antes que por otro sitio, si pensaban en el tema del matrimonio.

—¿Te gusta?—La sacó de trance al verla darse la vuelta, avergonzada al notar el rubor en su mejilla, invitándolo a pasar.

—Sí—admitió—. ¿Por qué no pasas?—Frunció el ceño, intentando comprender porqué no se movía, aún cuando lo instó.

—Dormiré en la otra estancia—comentó, desencajando su expresión a una de dolor, como si hubiera recibido un golpe de su parte.

Tragó, sintiéndose mal en lo que bajó la vista, buscando el modo de continuar, de no afectarle más.

—No te estoy rechazando, sino que entiendo que necesitas espacio—tomó aire por la boca, reteniendo las palabras que murieron en su garganta—. Y no hablamos de ese tema—recordó, hundiendo los hombros en lo que pudo asentir, yendo despacio hacia él.

—Solo era para que vieras el cuarto como yo—lo vio, buscandobsu mirada—. Cualquier cosa, la cama es enorme—la notó de soslayo—. Solo te pido que no ayudes con el vestido porque me está matando.

—Está bien—el hombre sonrió, pasando dentro al cerrar con cuidado tras de sí, viéndola bajar la cabeza.

No era mucho su cabello y no le estorbaba, no obstante, agradeció que le dejara admirar su piel y la muestra de su columna, queriendo pasar un dedo allí, a la vez que movía los mechones que se le quedaron pegados.

Inspiró, aligerando de nuevo el agarre en su espalda que en la prueba del vestido no le había apretado tanto, sintiendo alivio con cada tira que saltaba, casi pudiendo respirar bien.

—Ustedes hacen sacrificios extraños cuando se trata de matrimonio—murmuró, ante el sonido de alivio que había liberado, respirando mucho mejor.

—A veces, seguir el estándar de las apariencias te domina—elevó el rostro, girando a verlo.

Sus palmas se fueron al zipper debajo, llegando a la punta que dejaba entrever otra tela que pasó de largo, haciendo que se girara con calma.

—Creo que alguien que de verdad te ama, se casa contigo hasta con un harapo puesto—Evia sonrió, dándole una negativa.

—Y sin invitados, me imagino, ¿o ellos también irán así?

—Los novios pueden ir como se les dé la gana—acotó, burlón al guiarle un ojo—. Descansa, lo necesitas—la fémina tomó su mano, alzándola para que la pusiera en su mejilla, respirando paz ahí.

—Tú igual—habló, resignada en cuanto supo que no había captado la señal o tal vez, no era muy fuerte como para que él se animara a hacer algo.

No lo culpaba tampoco; eran dos extraños que se habían casado y el mayor peso de eso, era que no quería estar sola y tampoco cancelar su boda, por mucho que lo hizo frente a todos.

Se sentía extraña la sensación, y el desasosiego estaba ahí, pasando por su pecho con inquietud.

—Buenas noches—movió la mano con torpeza, pensando si dejarla ahí hasta que ella quisiera, tocarle el hombro o pasársela por la espalda en señal de consuelo.

Eso último le hizo sentir estúpido, decidiendo caer en el instinto que la atrajo desde el cuello para besar su frente en el segundo.

La sorpresa y el reconocimiento surcaron su ser, queriendo un beso como se lo dio el día anterior, solo que prefirió no invadirlo con algo así, respetando su deseo de darle privacidad, hasta que conversaran del momento.

Si bien ya no sentía el mismo pánico que le causaba esa área con Ron, sabía que el hecho no sería algo fácil y que debía estar preparada, así como quererlo de verdad, por encima de que se sintiera obligada a consumar las nupcias.




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