No se cancela la boda

Mil.

Siente lo mismo que yo, pensó, mirando el techo al extenderse en el colchón, estirando los brazos en lo que seguía sola.

Davon había ido por un baño no previsto, lo que le había causado algo de culpa por lo sucedido al no detener su escrutinio, ni los toques que le dio, y al final, los llevaron a un estado de vergüenza; más para ella, que para él, pues entendía que estaba un poco acostumbrado a las reacciones voluntarias o no, de su sistema.

Suspiró, de lado al encoger las piernas en lo que su mente comenzó a vagar, esperando mientras sus pensamientos eran más profundos, intentando comprender lo que le pasaba.

Era extraño y era una faceta rara la que la llevaba a experimentar, a tocar lo que era suyo, aunque no tanto porque sabía que la situación no le era tan legítima.

En su cabeza, aún bailaba la idea de que no estaba tan soltera como pensó y existía una deuda entre Ron y ella que debía de saldar en cuanto lo viera. Lo peor era que no tenía nada que ver con el cuerpo, sino con los hechos y aquello que los llevó a la separación.

Para ser sincera, no lo extrañaba, apenas sentía que él hubiera existido en su vida; entendía que bajo su relación, se había llenado de miedo, de limitaciones y de un centenar de cosas que a un lado de Davon, no se manifestaban de la misma forma, puesto que no sentía nada, ni siquiera las barreras mentales o físicas que alguien más pudo levantarle.

Tomó asiento del lado derecho, sentada en el borde al exhalar, bajando la cabeza.

Sus manos pasaron por su rostro, parpadeando en lo que oyó que abría la puerta, dando un pequeño salto en el sitio, enarcando la ceja por su reacción.

Davon soltó el pomo, acomodándose la camisa negra que se acopló a su cuerpo al contemplar su semblante, uno que parecía consternado en culpabilidad, tratando de poner en orden sus ideas.

—¿Te asusté?—La vio negar, no convencido con su respuesta, dando un paso adelante para arreglar el cuello de la prenda.

—No, es que no te esperaba—soltó, bajando al ir hacia él, pensando si le iría bien o no una corbata.

Lo detalló, despacio ante la decisión de que no la llevara, debido a que su porte era más casual y tampoco iba a llegar encorbatado a ver a su hija o al viaje que debían de hacer para la Luna de Miel.

—Disculpa por no tocar—Evia negó, siendo su rostro acoplado en su palma, fijo en sus ojos que no buscaron verlo tan pronto—. ¿Qué pasa por tu mente, mi amor?—La joven lo observó, tragando conmovida por el apodo, uno que ni pensó que le diría, ni esperó que se sintiera en lo más hondo.

Es que no sentía que era en serio su amor, puesto que apenas se conocían y estaba segura de la libertad que tenían de tratarse como esposos, no obstante, todo le era tan contradictorio y a la vez tan recto, que no lograba poner nada en orden en ese momento.

—No me siento bien por lo que hice—confesó, libre, subiendo al colchón al verlo subir sus piernas en él—. Comparto una felicidad contigo y no tengo idea de cómo está él—sopesó—. Me lo merezco, pero me causa mucha inseguridad todo esto.

—Porque tus planes eran con él—asintió—. ¿Qué tal si nos alejamos un poco? Así no te confundo, te sientes menos expuesta y lidiamos con que somos esposos bajo la opción que me presentaste—habló.

—Pero no quiero perderme, me gusta esto, a excepción de ponerte en un estado nada favorable—el presente sonrió, apretando sus piernas.

—Hacía mucho no me dolía así, a veces el dolor es bueno—bromeó—. Evia—posó sus ojos en él, atenta—, no te condenes por vivir lo que mereces. Y si lo quieres llamar, hablar con él, usa el teléfono.

—De acuerdo—se acercó, rodeándolo con sus brazos para levantarse, guardando el móvil en el pantalón además de las llaves del coche que siempre llevaba.

—No llevas bolso—abrió, cargada en cuanto se detuvo en el pasillo.

—No quiero—refunfuñó.

—Baja—se inclinó, dejándola sobre sus pies al volver, buscando las cosas con sus pertenencias—. No puedes andar sin eso, no vaya a ser que no tengas con qué cubrirte si te llega el periodo—enunció, acomodando todo dentro.

Su esposa lo vio, con la boca medio abierta, fija en cómo hacía que el bolso se viera lleno de glamour al colgarlo de su brazo.

—Listo, y ya llevo dinero por si se te antoja algo en el camino—emitió, sonriendo por su expresión al cerrarle los labios con dos dedos—. ¿Te cargo?—Aún le sostenía la boca, por lo que no pudo hablar, riendo al verla asentir así.

Davon la tomó, cargándola en su hombro a pesar de las quejas, agradecido de que llevara esa licra debajo del vestido que seguía usando.

Sabía que quizá terminó experimentando mucho por lo que hicieron, solo que no llegó al mismo punto de él, lo que significaba que estaba bien y no existía nada fuera de lugar.

Entre risas, la asentó para que lo rodeara, mirándose directos en el ascensor a la espera de llegar al piso.

—Me gusta que nada te espanta—pregonó—. Y me gusta cómo me tratas—confesó, dándole un beso casto que no esperaba.

—No me espanta porque debo ser el poderoso de la relación—burló, probando sus labios por el roce—. Pero te prometo que vas a llegar a ese punto—frunció el ceño—. Bajo mi cuidado, no volverás a tener miedo—aseguró, pasando la saliva al oír las puertas abrirse, saliendo juntos sin importarles algunas miradas.




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