No se cancela la boda

Ron.

—Mi amor—llamó, viéndola removerse bajo los sonidillos en el lugar, pasando las manos por su cabellera en lo que se mantuvo agachado—. Evia—la mujer soltó un suspiro, girando al darle la espalda en lo que una risa brotó de él, besando su espalda con cuidado.

—No quiero—elevó la vista, soltando el aire ante ello al subir en el colchón, todavía llena de mimos al acercarla contra sí.

Su esposa lo retuvo, descansando sobre sus piernas lo mejor que pudo al afianzarlo con fuerza, gustosa por cómo metía los dedos en su cabellera.

—Has dormido mucho—susurró, atento al suspiro en el que se rendía, volviendo a caer en los brazos del descanso.

Davon la vio, pensando que de algún modo todo lo ocurrido la había dejado sin energía, pero no era para menos que aquello que pensaba en su cabeza, también la llevaba a esconderse en el último mundo en el que podría perderse, sin tener idea de la cuantiosa realidad.

Aparte, no la culpaba por haberse dormido todo ese rato, habiendo encontrado solo una llamada en su teléfono, lo que le dejó saber que ni siquiera pudo trabajar.

Exhaló, pensando que tal vez hizo mal en dejarla o al menos en no ayudarla, no obstante, también era justo para ella tener su propio espacio y lo que quería era que se sintiera normal, antes que condenada por lo que ambos hicieron.

Hizo una mueca, acercándola en lo que la dejó dormir contra su pecho, mirando arriba al enredarse con él.

Davon atendió su muñeca, haciendo vibrar el aparato de su pequeña que le hizo el llamado, contestando para escuchar su voz.

—¿Papá?

—Ven un rato, estamos en la habitación—indicó, imaginándola con una mueca.

—¿Estaba ahí?

—Se durmió—hubo una risa de parte de su hija que identificó como burla, negando por cómo sus pensamientos fueron de que se había aburrido de él, en vez de ser alguna otra cosa.

La jovencilla cortó, dirigida con entusiasmo hasta la estancia aunque no evitó chocar con un hombre de cuerpo enorme, quien la observó de mala gana al dejarla pasar.

Sus saltos la delataron en la llegada, abriendo con emoción al llegar hacia él, quien abrió sus brazos para recibirla, evitando que afectara a su mujer.

Las risas no faltaron, aunado a un recuerdo cuando la vio de frente, tan grande como siempre, aunque años atrás había llegado tan pequeña a su vida.

Le dio un abrazo, inspirando su olor al ser rodeado por su brazo en lo que la acomodó en su pecho, quedando los tres como una familia que merecía compartir ese instante allí.

Evia no dejó de estar sobre él, hundida en el descanso a pesar de que su esposo se acomodó contra el espaldar, habiendo dormido a su pequeña al recordar la inmensa responsabilidad que venía de eso.

Inspiró, tocando el botón para pedir una orden, dejándolas en la cama, bien acomodadas cuando llamaron a la puerta.

Recibió el carrito, despidiendo al joven que se fue encantado en lo que Isabela se removió, mirándolo acercar todo hasta allí.

—¿Hay nachos?

—Sí, para comer después de una cena normal—la vio hacer un puchero, molesta—. Hay ensalada verde, lavara de carne con berenjena, un poco de pechuga a la plancha y de último la comida chatarra.

—Bueno, quiero un plato con todo eso—indicó, segura, peinando sus hebras.

—Primero, ve por un baño mientras intento revivir a tu madre... A Evia—apuntó, de inmediato.

—Es raro, lleva todo el día dormida—estiró los labios, asintiendo en la inspiración al ayudarla para salir, volviendo la vista a su chica.

—Está cansada, hija; eso te pasará algún día—expuso, más para sí que para ella, de regreso con su esposa a quien besó en la frente.

Se comió un nacho antes de esperar que despertara, pasando la palma por su espalda tan pronto la oyó quejarse, abriendo los ojos al girar.

—¿Davon?

—Pensé que serías la Bella Durmiente hoy—su esposa rió, quedando boca arriba al pasar las manos por su rostro.

—No sé qué me pasó, tengo mucho sueño—admitió, echando atrás al recostarse de la almohada.

Lo atrajo al verlo sonreír, buscando sus labios para darle un corto beso.

—Presiento que el cansancio es por mi culpa—enunció.

—No, es que...—Exhaló, pensando si decirle al fruncir el ceño, mirando el techo.

—Dime.

—He pensado en lo culpable que me siento con lo que hice—pregonó—. No me arrepiento de estar contigo o compartir con Isabela, es el hecho de no haberle dicho nada a Ron.

—Pero me dijiste que se lo dijiste—expulsó.

—Le dije que me casaría aún si él no quería, que iba a encontrar a alguien y la deslealtad me está consumiendo por dentro—tragó—. Anoche vi a una pareja y pensé que era él con otra mujer, aunque ni siquiera le vi la cara.

—Lo siento, quisiera saber que decirte—tomó su mano, besando sus nudillos con el mundo enredado en su garganta—. Me siento... mal por ti, Evia.

—Yo te traje conmigo, cuando la verdad es que debí haberme quedado sola.




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