No se cancela la boda

Nuestro.

La respiración se le cortó, sin saber a dónde mirar con cada paso que daba, retenida por el miedo en el sitio, cosa que le impedía avanzar.

Tenerlo cerca le cerró los pulmones, esperando que le hiciera algo, que le tomara el cabello entre las manos o la azotara contra algo allí por la furia, pensando demasiado en lo que podía decirle y en lo que no quería siquiera emitir.

Un sonido de pánico le hizo fruncir el ceño, inclinado hacia delante al seguir fijo en ella.

—No soy Ron—las piernas le temblaron, afectada, porque haberlo escuchado debió de ser un motivo de alivio que ni siquiera la llenó—. Soy su hermano, Nor—estiró la palma, temerosa al no querer aceptarla.

—N-Nunca me dijo que tenía un hermano—balbuceó, sosteniendo su mano a pesar de los temblores.

—Básicamente, no te dijo nada; soy su gemelo—confesó—. Hemos vivido mucho tiempo separados.

—Entonces... Nor—ladeó la cabeza, viéndolo con duda.

—Nada originales nuestros padres, lo sé—dio reversa, buscando un asiento en una de las mesas al invitarla, solo que la mujer no quiso aceptar.

—Debería irme... Buenas noches—quiso partir, encogida al apretar la prenda que llevaba con fuerza, evitando que la carcomiera el frío.

—Evia, te llamas Evia—hundió el entrecejo, detenida al oírlo hablar—. Me contó de ti, pensé que por fin iba a verlo, ¿no? Es un crucero para los recién casados, más que nada—liberó, casual.

—No vino a la boda—habló, cabizbaja—. Terminamos por llamada.

—¿Y estás sola disfrutando una Luna de Miel que no tiene base alguna?

—No—reviró—. Me casé, y la disfruto con otro hombre.

—Pero no te acostaste con él, ¿verdad? Porque era complicado que tú y Ron... tuvieran algo—formuló, devuelta para verla.

—Eso no es de tu incumbencia—susurró, consternada—. Buenas noches, Nor.

—Escucha, no le diré nada a mi hermano, Evia—liberó, confiado—, pero debes llamarlo y decirle que eres la mujer de otro, antes que pierda la cabeza—mantuvo sus ojos en él, asimilando sus palabras—. Él te esperó mucho más de lo que pudo esperar a otra—elevó el mentón, haciendo una línea de sus labios.

—¿Sabes? No estoy segura de ello—tragó, captando su escrutinio al escucharla—. Lo escuché con otra mujer por teléfono—concretó—. Tal vez no me esperó tanto como dices—terminó, movida a la puerta al dejarlo solo allá.

Casi corrió a su regreso, sin poder quedarse del lado izquierdo, subida a la cama donde rodeó a su esposo, pegando el rostro en su espalda.

Se aferró, colgando una pierna sobre las suyas, decidido a no hacer preguntas, al dejarla ser ahí, volcado para darle un beso en la coronilla que sintió demasiado fría.

Volvió a su sitio, sin decirle nada por el nivel de temperatura, pasándole parte de la sábana para que se cubriera mejor.

Despacio, quedó en el centro y sus mujeres lo aferraron, devolviéndole el beso a su esposa, quien lo buscó, antes de descansar contra su pecho.

El susurro confeso no llegó a sus oídos, cubriéndola con su brazo al estar preocupado, dejando que el sueño lo venciera por un rato.

Le hizo mejor que estar pensando en lo que no pasó, aunque supo que no fue tan buena idea por cómo salieron de la cama.

—¿Buenos días?—Dijo, para sí, observando que se encerraba en el baño, teniendo que levantar a su hija para que fuera a su habitación.

—Quiero dormir más—ladeó la cabeza, cargada en sus brazos en lo que se sostuvo, conducido hasta la recámara donde la cubrió con la sábana.

Puso el seguro contado por si se atrevía a volver, camino al baño con la toalla colgada en su hombro, invadiendo el lugar.

—¿Qué haces?—Indagó, extrañada.

—Me voy a bañar—abrió el grifo contrario, dándole la espalda.

—Atiende a Isabela.

—Está en su habitación—Evia tragó, cerrando de pronto las piernas.

—Quería bañarme sola—murmulló.

—¿Por qué no me lo dijiste al despertar?—cubrió su cuerpo con jabón, sin dejar de sentir el agua caer por su cuerpo—. Ah, cierto, no oí ni el buenos días.

—¿Estás enojado por eso?—Cerró la llave, dándole el frente.

—No estoy enojado, no me enojo tan fácil y puede que cuando lo haga, no desee tenerte cerca—subió la vista, asintiendo al pasar el líquido en su garganta—. ¿Quieres que me vaya?

—No—aceptó, volviendo a su labor tan pronto la fémina volvía a la suya, sin ayudarle a menos que lo pidiera, aunque no lo escuchó.

Se vistió en silencio, resonando apenas los movimientos de las telas y sus pasos, examinando lo ocurrido esos días para saber en qué había metido la pata, sin hallar nada.

A la hora del desayuno, el silencio continuó igual de sepulcral, incómodo e inquieto para él, lo que lo hacía sentir frustrado antw el escenario, poniendo la atención en su esposa cada que oía a su pequeña, quien recibía la cortesía del trato, aunque Evia no estaba tan presente con ella.

Se dejó caer en el espaldar, manteniendo la observación en ambas, hundiendo el ceño en lo que su esposa se disculpaba con dificultad para ir al baño.




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