No se cancela la boda

Reflejo.

—Papá—Isabela lo llamó, rodando los ojos al verlo distraído—. Papá—tiró la papa en su cara, haciéndolo incomodar de modo que obtuvo su atención inmediata.

—No hagas eso, Isabel—regañó—. Es de mal gusto.

—Te estoy hablando y estás distraído, cuando me fuiste a buscar, parecías haber visto a un fantasma y eso no existe—refutó—. Préstame atención.

—De acuerdo, lo siento, ¿qué quieres?—Enfocó la vista en ella, directo.

—Hay atuendos abajo, en una tienda y quiero comprar unos de esos de época—habló—. Y si no me los puedes costear, al menos podría hacerte una pasarela.

—¿A mí?—Encogió los hombros.

—Pues claro, a ver si te entretengo mejor que lo hace Evia.

—Oh—achicó los ojos, divertido—. ¿Estoy detectando celos por aquí?—Empezó a oler, acercándose al causarle risas.

—No, pero ya sé que no va a ser lo mismo; ya eres un hombre—la risotada llamó la atención de los demas, quienes vieron el escenario y la forma tan natural en las que ambos se aunaban, volviendo luego a lo que hacían en cuanto el hombre se calmó.

—Por el amor de Dios, hija, ¿cuánto sabes tú que no sé yo?

—¿Piensas que no sé qué la gente adulta hace más cosas que hablar o darse besos? Ya estoy grande, papá—rezongó—. Y en la escuela ya me han enseñado cómo se hacen los bebés—se atragantó con la saliva, ampliando la vista al verla.

—A buena hora vas a empezar a tener clases en casa—soltó, burlón—. Así te alejo de los peligros del conocimiento.

—Exagerado—Isabela cruzó los brazos, rodando los ojos—. Por lo menos dime con tiempo si voy a tener un hermano.

—No—respondió de inmediato, mirando la carta de la que en todo ese tiempo, no había pedido nada.

—Qué pena, no tendré a quien molestar; tú ya estás grande y no te puedo hacer un suplex de los que veo en la Lucha Libre.

—Ay, padre santo, ¡Isabel!—La risilla le hizo saber que bromeaba, a pesar de su estado alterado en lo que pudo volver a respirar por el modo en que su risa le dio calma.

La dejó seguir comiendo, sin apetito, considerando que no era necesario probar nada más después del desayuno que su mujer le llevó a la cama.

De solo imaginarla, volvió a reaccionar, intentando no arruinar el instante en la sacudida de cabeza, buscando poner orden a cada parte de sí mientras recordaba lo que le dijo.

El trago pasó lento por su garganta, todavía chocado por sus palabras al no saber si había sido por reflejo o si de verdad era algo que sentía; claro estaba que él tenía sentimientos y los estaba desarrollando de manera rápida con ella por encima de lo que tuvieran y de lo buenos que eran en la intimidad.

El punto estaba en que se había cohibido de serle sincero con lo que sentía, puesto que no era el tiempo, ni el momento de tocar ese tema, cuando apenas sabían algo de sí mismos.

El viaje mental lo mantuvo desconectado, a pesar de ir con su pequeña al área que le había pedido, sin tener nada en los bolsillos para pagar los precios que cada prenda que se probaba.

Por lo que veía, los trajes no se compraban por un valor completo, sino por las partes que llevaban precio, inquieto en el fondo por no saber cómo decirle que no podría costear el gasto de todo ese dinero, si le preguntaba que podía comprarlo.

Por lo pronto, disfrutó la libertad bajo la supervisión de la joven que los supervisaba, además de que ayudaba a su hija para mostrarle los atuendos que iban más con ella.

Fue en el traje en el que supo que iba a perder, puesto que aunque el de princesa tuvo mucho ánimo y se divirtió, en ese sintió que podía luchar contra todo el mundo, jugando con la espada nada filosa en mano.

—¿Cuánto sale ese?—Preguntó, a la mujer que lo había estado observando.

No dudó en acercarse, con la intención de serle más que amable, mirándolo de reojo al fijar la vista en la joven.

—Diez mil—se atragantó, tosiendo en lo que ella le pasaba un vaso de agua—. Te doy el precio de lo calculado por todas las piezas, pero ya sabes que no es así como se mueve el negocio.

—Sí, bueno, y yo no tengo eso en los bolsillos—sonrió, nervioso al observar la forma en que fingir pelear con un contrario, le hacía feliz—. Creo que es todo por hoy—enunció, llamando su atención, con la mano de la presente en su brazo.

Davon la miró, moviéndose a un lado en lo que posó su vista en ella, sin comprender lo que pasaba.

—Podría hacer un cheque—frunció el ceño—. Ella se ve muy feliz, no sería justo que no tenga lo que quiere.

—Ah, yo...—La pulsera le vibró, elevando el objeto para notar que se trataba de Evia, quien lo estaba llamando desde la habitación—. Me llama mi esposa, disculpa—se dio la vuelta, atento a la imagen de la estancia, antes de contestar con una sonrisa—. Dime.

—Me siento mejor, pero no tengo idea de dónde están y no tengo aún tu número de teléfono—rió—. ¿Ya vienen o puedo acompañarlos?

—Estamos en la parte de abajo, el piso dedicado a los trajes de época—murmuró—. Isabela está vestida de pirata y finge pelear con un maleante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.