Davon observó a su esposa descansar, atento a la curvatura de su espalda, sin cubrirla demasiado en el tiempo en que pudo apreciar que dormía.
El peso de lo que había pasado, terminó por calarle en lo más hondo, pensando que había sido un tonto ante la forma en que reaccionó.
De todos modos, no se culpaba tanto por expresar sus sentimientos, ni por haber sido sincero, sin embargo, no deseaba que todo fuera de mal en peor, sobre todo por el acuerdo al que ambos llegaron.
Debía aceptar sus condiciones, en ninguna ocasión le mintió sobre lo que iba a pasar y ese pequeño deseo o capricho de mostrarse al mundo a su lado, iba a tener su tiempo de llegada, aunque ese instante no lo era.
Evia no le mintió. Ni siquiera le omitió la realidad que la sobrepasaba.
Su deber era cumplirle como esposo, ser exactamente aquello que necesitaba y darle esa parte de la realidad que le dejaba en claro que ya estaba casada.
Exhaló, inclinado a besa su hombro tan pronto la dejó más cubierta, yendo a limpiarse hasta oír los toques en la puerta.
Terminó de arreglar el cuello de su camiseta, abriendo para encontrar la figura de su hija con un traje de anfitriona, alzando la bandeja hacia él.
—Sabía que estabas tramando algo—murmuró, viendo los pequeños postres en el recipiente, ayudando a sostenerlo.
—Elijan el que más les guste y me avisan por la radio—frunció el ceño.
—¿Cuál radio?
—Solo llama al área de los chefs y avísale a la principal lo que eligieron.
—Isabela—exhaló, acomodando la bandeja en la mesa de noche—. Estoy preocupado por ti.
—¿Por mí?—Davon salió, tomando sus manos al quedar en su posición, fijo en su mirada.
—Estás haciendo cosas que no te tocan por nosotros—emitió—. No es tu deber cargar con nada que nos pertenezca y además, no he sido tan atento contigo, ni te he prestado la atención que necesitas, así que te pido perdón por eso, también—su hija hizo una mueca que casi logró que riera, alzando la palma para tapar su expresión, a fin de mantener la seriedad.
—Qué cursi—su padre estalló sin más, envuelta en su abrazo que su pequeña parecía extrañar.
Luchó por no mostrar debilidad, no obstante, terminó en sus brazos, siendo mimada al moverlos en el sitio, captando la calma.
—Te sientes muy cómodo—Davon volvió a reír, rodeado por ella quien no tardó en tocarle los omóplatos, tanteando por igual los músculos al verlo de inmediato—. ¿Vas al Gimnasio o algo así?—Su padre volvió a reír, encantado al llevarla a su habitación donde la sentó un rato.
Hablaron un rato sobre lo que había sido esa semana, consciente que era el último día que iban a pasar allí.
Por sus palabras, entendió que aunque su hija parecía querer moatrarse independiente y menos apegada a él, simplemente habían áreas en las que él le haría falta.
Además, tocaron el tema sobre la educación en casa y lo mal que trató a Evia en la mañana, siendo esa confesión algo inesperado, no obstante, tocó una parte de su corazón.
Davon supo que estaba haciendo un buen trabajo, pero no significaba que debía abandonarla o quitar su atención de ella; debía mantenerla afianzada y buscar la forma de equilibrar su vida paterna con la de un esposo.
Lo mismo sabía que iba a pasar con ella.
Sobre todo porque Isabela no tuvo que compartirlo por años y de un momento a otro, la situación cambió.
Si bien su intención era la de ver a su tío feliz, al igual que emparejarlo y en otra faceta, también aceptaba que iba a afectarle un poco no tener todo su tiempo.
No sería su centro, ni su prioridad, aún cuando creyera que no iba a dividirla o a cambiarla; su esposa, la mujer con la que se había casado, iba a llevarse una gran parte de su vida.
—Hago ejercicio cargándote y de vez en cuando, algo de cardio por la mañana—la vio hacer una mueca, echando atrás para verlo—. ¿Ya quieres que te baje?
—¿No te peso?
—No—rió.
—Bueno, si yo no te peso, no te va a pesar traer a Evia en brazos después de la cena—la vio—. Ya debo irme, tómense el día.
—Quédate un rato con nosotros—pidió, bajando de él al quedar a su altura—. Isa...
—Deja de preocuparte por mí.
—Es imposible, soy tu papá—ella rió—. Olvida toda esa misión, no necesitas ayudarnos, hija.
—Bueno, es cierto, pero les tengo mucha compasión—el hombre se carcajeó, besando su frente al envolverla en un fuerte abrazo que lo hizo sentir lleno.
Otro beso hizo que empezara a quejarse, saliendo de sus brazos en lo que pudo correr, mientras él aguardó en el pasillo.
Negó, absurdo por cómo había crecido tanto, recordando los años en que todo comenzó.
Algo que lo había marcado mucho fue el hecho de que aún en su edad funcional y siendo capaz de comer por sí sola, prefería que él le diera la comida cada vez que la preparaba.
Fue un ritual donde pudieron compartir miradas, donde pudo ver sus gestos y señales, al igual que compenetraron al reconocerse el uno al otro.
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Editado: 19.11.2024