—Está de lujo—murmuró, saliendo del ascensor hasta el pasillo largo, tal vez pensando que cada puerta observada pertenecía a la castaña, quien iba delante, en búsqueda de las llaves.
—No, no toque eso, señorita—Johnny advirtió al verla de puntillas, lista para mover uno de los pomos, bajo la mirada de reproche de su padre.
La joven resopló, cruzada de brazos en lo que se quedó a un lado del hombre, quien la tomó de los hombros para detenerla allí.
Evia soltó el aire, abriendo sin tocar, puesto que no era su casa, pero el cargo de consciencia le extenuada que pudo haberle avisado a su mejor amiga que volvería por la mañana.
Lo que no quiso fue sacarla de sus aires de libertad, segura de que no importaba lo que sucediera o si le hubiera dicho de su llegada, igual iba a encontrar su casa patas arriba.
Pudo confirmarlo al pasar adelante, guardando silencio ante los ronquidos de la cansada mujer, quien tal vez pasó una noche de juerga de la que no iba a contarle nada.
Hundidos sus hombros, caminó despacio y puso las pertenencias a un lado, mientras los tres ocupaban espacio en el sitio e Isabela quedaba delante de la fémina, buscando su protección.
Aunque su padre estaba cien por ciento seguro, que quería ver más del espectáculo.
—¿Puedes llevarla a la cama, por favor?—Johnny asintió, avanzando con cuidado hacia la presente, quien replicó, removida por sentir los brazos, peleando al verlo actuar.
—¿Pero quién te crees que eres? ¿Quién te dio permiso de entrar aquí? ¿Viniste a robar? Porque no tengo nada, ni siquiera virginidad, ¡y te voy a decir una cosa! ¡Nadie tiene derecho a tocar este cuerpo tropical tallado por los mejores budistas de Talilandia, donde me concibieron mis papás! Bueno, ellos dicen eso, pero no tienes ninguna autorización para ponerme las manos encima, a menos que yo lo decida y yo no he dado esa orden—continuó, histérica, respirando desbocada al seguir fija en él.
Su silencio le molestó, no obstante, un grito salió de sus labios al ver hacia el frente, mientras él hombre se enderezaba y Esmeralda buscaba la mejor compostura para observar a su amiga.
—¿Evia?—Se talló los ojos, causándole una risa al parpadear—. ¡Evia!—Chilló, emocionada, corriendo a sus brazos donde inspiró su olor a alcohol y seguramente a vómito que no fue derramado allí.
—Será mejor que te lleve por un baño—murmuró, llevándola mientras giraba para ver a su esposo.
Asintió, oyendo sus voces alejarse, con su mujer sosteniendo a la otra de la cintura, resignada.
—Yo le di la orden—tomó la toalla y una bata para dirigirlos al baño donde puso seguro.
—¿Pero por qué? Solo tenías que despertarme—rezongó, bajo el agua tibia de la bañera.
—Estabas muy concentrada en el sueño, hasta oí tus ronquidos.
—¡Por eso!—refutó—. Además, es guapo, ¿qué crees que pensará de una ebria como yo?—Se miró las manos—. Debiste avisarme de tu hora de llegada.
—Sabías que la Luna de Miel era una semana.
—Sí, pero no sabía los horarios para la gente que termina de tener intimidad y viene a casa—eso la hizo reír, rompiendo la barrera de privacidad por el tono de voz que la presente usaba, sin enfocarse en que afuera los estaban escuchando.
—¿Agua? ¿Café?—Ofreció Davon al trajeado, quien permanecía de pie, cerca de la puerta.
—No, gracias—miró la hora en su reloj—. ¿Puede despedirme de la señora, por favor? Tengo una asignación y generalmente, llego una o media hora antes al trabajo.
—¿Cuánto tiempo le queda?
—Dos horas—el presente lo entendió al instante, buscando en los gabinetes un vaso que llenó del líquido, al acercarse a él.
Subió a su hija a la encimera, pasándole el teléfono durante ese rato al ir hasta Johnny.
—Gracias—tomó, mirando juntos el escenario, también concentrados en los murmullos del baño.
—No hizo nada malo, no se preocupe—indicó—. ¿Puedo preguntarle algo personal?—Le dio el frente, cruzado de brazos.
—¿Sobre mí?
—Sobre mi esposa—declaró.
—Lo que sea público y no sepa, sí—aceptó, intrigado.
—¿Conoció a Ron?—demandó, sopesando un segundo su figura, luego de haberlo relacionado un poco, aunque no lo suficiente para aceptar que Evia había tenido que recurrir a otras alternativas.
—No lo suficiente—admitió—. Conozco que fue quien le hizo una entrevista hace años, antes de que terminaran en noviazgo; para el tiempo en que empezaron a ser pareja, ella dejó de usarme como chófer, decidió que era mejor manejar sola o pedir un taxi de una línea que su novio conociera; después me di cuenta que ya no era la misma chica que conocía, incluso había bajado de peso la última vez que le hice un recado—indicó, procesando lo dicho.
—Es decir que...
—Sí, él cambió mucho de ella—habló—. Y ella no tanto de él, pero al estar en los medios, obtuvo mejores puestos en su empresa, según fueron pasando los años.
—No le gusta la farándula—bromeó, aligerando el ambiente.
—Me importa ella—miró la puerta, cambiando de posición al oír que estaban por salir—. ¿Usted...?
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Editado: 19.11.2024