Esmeralda esperó ansiosa, retocándose el rostro un par de veces, luego de llegar a la conclusión de que debía cocinar algo, aunque lo único que había logrado era cortar unas verduras.
No había hablado con nadie después de lo sucedido y por mucho que Evia la llamó en medio de esa noche, no quiso contestar el teléfono.
Agradeció que se cansara y solo le puso un mensaje seco de que estaba bien, sumergida en las imágenes, al igual que se avergonzaba de cómo perdió el control en esos momentos.
No se recordaba así, ni siquiera tenía idea de cómo sucedió, y por mucho que quisiera que ocurriera de nuevo, debía pararlo antes que terminara en algo peor.
Dejó el cuchillo, sobresaltada por el llamado a la puerta, yendo a ver por la mirilla, para luego abrir.
Nerviosa, mojó de sudor el pomo y lo dejó pasar, ampliando los ojos por el ramo de rosas en sus manos y una funda blanca en la otra.
—Son las ocho—lo escuchó, viendo que actuaba como si no lo esperara.
Le instó el ramo, mismo que tomó con torpeza, sacada de trance por el beso en sus labios, cosa que la hizo regresar al mismo bucle.
—Traje comida china.
—¿Cómo sabes que me gusta la comida, bueno, la sopa china?—Se dio la vuelta, mirándolo adueñarse de su espacio al colgar el saco de la silla, abriendo lo que llevó en la encimera.
—No lo sé, era el sitio de comida más cercano que tenía—comió, acercando las rosas a su nariz, inspirando el olor y algo más que eso.
Pasó adelante, todavía aturdida, mirándolo probar los fideos, usando los palillos que ella sustituyó por un tenedor.
De inmediato, Johnny le llevó comida a la boca, probando el sabor de los camarones, puesta de pie.
—¿Qué?
—Esto no está pasando—susurró, empleando negativas—. Debería irse de mi casa—él frunció el entrecejo—. Por favor, váyase.
—No—lo miró, sorprendida—. Ya respondí las preguntas básicas, ¿qué más quiere de mí?
—¿Flores y comida china? ¿Qué falta? ¿Vender su cuerpo a domicilio?—Eso lo hizo reír.
A Esmeralda le pareció algo raro que un hombre tan serio y dotado de conocimiento y sufrir en el área íntima, se riera así, pero eso le generó algo interno.
Quizás lo mismo que a él le pasó al decirle que era un bicho raro.
—Usted me llama y yo vengo; cobro barato—la mujer casi le dio con el ramo, que luego puso en agua, porque no tenía la culpa de la conversación.
—Cínico—le tiró un beso.
—¿No tiene hambre?
—Sí, pero...—Aguardó para oírla emitir lo que quería por lo bajo.
A Johnny casi se le sale el alma del cuerpo desde que terminó de escucharla, atrayendo a esa mujer hacia mí, fundido en su boca para seguir con lo acordado.
Quiso pensar que no era tan perdida como él en esa área, no obstante, lo que le dijo la dejó más atónita de lo que creyó, aceptando que tenían un gusto extraño en lo suyo de manera conjunta.
Estuvo a su lado un rato, hasta que se atrevió a dejar la cabeza contra el brazo que llevaba tras su cabeza, acercándola con el otro de un tirón, luego de haber despertado a los muertos.
Seguía despierta y no pudo dormir, sin embargo, él la abrazó de lado, con la cabeza metida en su cuello y la resolución más calma que alguna vez pudo escuchar.
Hacía años no se sentía así, ni pensaba que algo como eso iba a ocurrir.
Estaba en un sueño, fuera de su rango y no quería pasar por lo mismo que la destruyó.
—¿Necesita que haga algo para que duerma?—Giró, cubierta de sus piernas, inhalando por su invasión.
—Así está mejor—volvió a oír esa risa, oculta en su pecho durante las horas, despertando sola bajo el aroma de huevos revueltos.
Parpadeó, saliendo como pudo al encontrar que dominaba muy bien el área culinaria y de la limpieza, cruzada de brazos al no poder sentarse en esa silla, quedando de pie.
—Eso cené anoche—lo asustó, maldiciendo un poco por el sobresalto.
—Debo irme temprano, por eso lo dejo de desayuno—habló—. Buenos días.
—Tengo sueño—tapó el plato, dejando el sitio.
—Pues a la cama—la guió luego de un besito, dándole un palmazo en el glúteo.
La dejó caer de espaldas, tomando el control bajo su consentimiento, besando su piel.
—Pensé que no tenías tiempo.
—Irme temprano es una cosa, tener tiempo es otra—la acomodó—. Puedo hacerlo si lo necesitas.
—Lo necesito, John—pronunció, ida, enredados allí al acceder a lo que quería.
—Que tenga buen día—emitió, buscando su beso, luego de haberse preparado, dejándola agotada.
Se lo dio, estando sentada en la cama, procesando todo contra el espaldar, mientras lo probó.
—¿Vienes a los ocho?—Lo vio de lleno, respirando profundo.
Ni siquiera entendía su interés, y el por qué lo veía de ese modo, pero no lograba solo desconectarse, fija en él.
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Editado: 19.11.2024