No se cancela la boda

Dar, sin recibir.

Despertó, sintiendo bajo su mano la respiración del hombre quien tenía la cabeza girada al otro lado, todavía sosteniendo su cintura.

Intentó moverse, solo que la sensación de todo lo que habían pasado la noche anterior, le hizo pegarse de nuevo al pecho, buscando su rostro para dejarle un beso.

Davon la sintió, cambiando de posición al tiempo que la retuvo debajo, mirándola en medio de la somnolencia.

Dejó caer su cabeza entre su cuello, respirando profundo durante ese rato al saber que debía dejarla ir, aunque no estaba preparado.

—Quédate aquí—pidió, entre sus piernas, aplastada.

—Vuelvo en la noche—expuso—. O en la tarde.

—Me siento como un abusador—Evia rió—. No, es en serio, solo quiero estar contigo y olvidar mi mundo—señaló la puerta, haciéndola reír más por la referencia—, para estar solo los dos—continuó, contra su piel—. ¿Qué me hiciste, Evia Hudson?—Se elevó, observándola.

—Creo que te dije que te amo—expulsó, despacio, acariciando su pecho—. Debo ir a la ducha.

—Deja que te acompañe—retuvo, estirando el brazo para darle la vuelta al reloj.

—No me vas a dejar salir de la casa si lo hago—hizo un puchero, derrotado al cambiar de rol, dejándola arriba—. Te amo—supo que había cometido un error al decir esas palabras, puesto que no pudo apartar su mano de su glúteo, elevado de pronto para llevarla con él—. Me los voy a ahorrar por la mañana—decidió, entre zancadas, entrando al pequeño lugar.

Como si no pudiera evitarlo, el momento fue demasiado para los dos.

Ambos sucumbieron al deseo que emaban, conducido bajo las peticiones de su compañera, al igual que la misma se encargaba de él.

A puertas cerradas, ninguno tuvo que guardarse lo que emitían, de regreso a la estancia donde la inspeccionó, atento a su andanza.

—¿Te sientes incómoda?—Levantó la vista, negando—. ¿Segura?

—¿Por qué la pregunta?—Se puso el sostén, buscando una camisa.

—A veces haces una mueca extraña cuando te desplazas a otro lado—se decidió por una blusa, sacando una chaqueta rosada y un pantalón de vestir en un crema oscuro.

—Es la...—Lo miró, hundiendo los hombros—. Sensibilidad; creo que venden una crema para eso, yo resuelvo.

—Yo también—una sonrisa genuina apareció en sus labios, afirmando el ziper de la prenda—. No estás sola.

—Lo sé—le dio un besito, al tiempo que la sentó en sus piernas—. Debo leer más de la vida íntima entre dos personas—la carcajada brotó de su garganta, pegándole por eso—. Necesito saber todo.

—Hay cosas que no necesitas saber—auguró—. Por nula experiencia te lo digo—su esposa no evitó la risa, tocando su rostro.

—Creo que desde hace tiempo nadie me hacía reír tanto—confesó, bajo su enfoque inmediato, lleno de devoción y cuidado, como en ese instante—. Amo eso de ti, Davon.

—Dijiste que ibas a decir esas palabras a la noche—su rostro picó, notando lo rojo en sus mejillas, yendo por sus labios—. Vamos, te hago el desayuno antes que te arranque esa ropa—musitó, de pie.

Fue delante, usando sólo un bóxer y la toalla que su mujer le pasó, para que nada fuera incómodo en caso que Isabela despertara.

Le preparó unos huevos fritos, con dos panes integrales y una fuente de frutas, las cuales pasaba de vez en cuando por el yogur que también le sirvió.

Cuando hubo terminado el plato, ordenó el bolso y se llevó un par de carpetas que le había buscado en la estancia, despedida de su esposo con un beso en el centro de la sala.

—No sé si despertarla—vio la puerta, indecisa.

—Inténtalo—dio un asentimiento, jugando con sus manos al ir hacia el sitio, dando tres toques en la puerta.

Como Isabela no abrió, se mordió la lengua al mover la perilla, entrando despacio al verla descansar.

Estaba haciendo lo que por mucho tiempo quiso que le sucediera.

Se hallaba en una habitación, siendo una figura materna inexperta para alguien que había perdido a su madre y dando lo que nunca recibió.

El pecho se le removió durante ese rato, contemplando su sueño en lo que pudo tocar su pierna, haciéndola girar.

Pensó que iba a molestarse, sin embargo, la expresión de incredulidad fue mayor, fija en cómo se acomodaba, mirando a la chica.

—¿Pasa algo?—murmulló, carraspeando.

—Vine a despedirme, ya me voy al trabajo—repuso, haciendo que viera el reloj.

—Está temprano—soltó un bostezo—. ¿Dormiste con mi padre?—La risa de Davon se escuchó desde afuera, con su hija cayendo en cuenta de la realidad—. Cierto, estoy en tu casa, no sé porqué creía que era la pocilga.

—Se queda a cuidarte—Isabela volcó los ojos, sonriendo por el gesto.

—Llévatelo, sobrevivo sola—dijo, en el refunfuño—. Además, debe estar cansado de mí; le arruiné sus planes de ser gamer para toda la vida.

—Le diste un propósito diferente, el de ser gamer no lo ha olvidado y lo ayudaré—susurró, viéndola reír—. No te menosprecies, aún hay mucho por vivir.




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