Esmeralda pasó un buen rato viendo la rosa.
Se había llevado un par al salir de la casa, luego de aceptar que no lo volvería a ver.
Al menos no hasta la noche, según sus palabras, lo que había insertado esa picazón en su pecho al saberse emocionada.
La verdad era que no quería hacerlo, ni buscó de ningún modo sentirse así, pero había pasado tanto tiempo siendo ignorada, que la oportunidad de sentir que la estaban viendo, valía la pena aprovecharla.
No importaba si un día ese hombre tomaba la decisión de partir o dejar las cosas tal como las encontró: destruidas, lo único relevante eran sus palabras, sus acciones que por un rato vagaron en su cabeza, consciente de que lo deseaba.
Su sueño se hizo realidad.
Alguien al fin la miró como siempre quiso, ¿por qué pondría todo en contra, ante esa ansiedad que le pedía acabar?
Inspiró el olor, cerrando los ojos en medio de su oficina.
Salir del colchón le dio pereza, sin embargo, logró moverse a la sala, buscando lo que le preparó.
Comió, recostada de su lado bajo su olor.
Uno muy masculino, para ser sincera, ligado al perfume que usaba a su favor.
Casi podía pensar que ambos olores se aunaban y que no era tan necesario que usara esa fragancia.
Como si buscara algo, vio la pantalla del teléfono, decidida a no escribirle, a pesar de tener su contacto.
Fue por el número empresarial que pudo contactarlo, recordándole su labor el domingo.
Al parecer, no había cambiado el plan de su agenda, lo que la llenó de sorpresa, porque siempre uno que otro trabajador, tenía un as bajo la manga si le cancelaban.
Johnny no parecía ser de ese tipo de hombre, lo que confirmó en el instante al ver que había tachado en la agenda compartida el servicio que dio.
Cerró el objeto, que era más de Evia que suyo, dejando el aparato a un lado mientras puso boca abajo su teléfono, ignorando de igual modo ese cronómetro.
Pudo trabajar, a pesar de todo lo que la tenía en ese instante tan vívido, guardando cada rosa en su sitio las veces que escuchaba el sonido cuando se marcaba la hora siguiente.
Salió varias veces para evaluar los departamentos en el edificio, terminando con una Junta para los próximos proyectos que venían, donde tomó apuntes que debía de pasarle a Evia.
Eso la detuvo un segundo, recordando que había ignorado sus mensajes, aunque los leyó.
No sabía bien por qué actuaba de ese modo con ella, pero quizás era el peso de la culpa por estar acostándose con ese hombre.
Tal vez, si le decía, iba a advertirle de que no llegara a más con él.
O quizás, le diría que era el hombre equivocado para sus planes.
En el mejor de los casos, hacía una fiesta por haber restaurado su vida sexual y el haber perdido su segunda virginidad, aunque lo más que pudo dejar atrás, fueron las telarañas que se habían posado entre sus piernas.
Por un momento, rió, negando al dejarle en claro que estaba bien, aunque no le dijo nada más.
No fue suficiente para la más joven, lo que le demostró con un sticker en su chat, no obstante, no quiso decirle más.
Aparte de todo, había hecho un espectáculo en su casa.
Le sentaba de mal gusto en su estómago el recuerdo, cubriendo su rostro hasta la hora del almuerzo.
Se dio la oportunidad de comer sola en un sitio poco concurrido.
Pidió lo que en ese instante le aparecía, por mucho que no fuera el menú asignado, pagando lo que creía que valía el servicio, que fue más de lo que el chico le indicó.
Al salir, buscó una heladería en la que pidió una malteada de dulce de leche y fresa, regresando a las labores con la misma energía.
Esa que a muchos les tomó por sorpresa ese día, puesto que siempre la vieron actuar de un modo más cerrado, conociendo lo que le causó la amargura.
Para el final de la jornada, solo quedaba una rosa fuera del jarrón, y las luces estaban apagadas al dejar la oficina.
El taxi no fue un problema, ya que había llevado su auto, llegando al estacionamiento para acomodar el objeto en el asiento del copiloto.
Condujo a casa, sin comprar nada.
No tenía hambre, y aún le quedaban algunas cosas para preparar en la nevera.
También había optado por cancelar el servicio de limpieza, tomando la opción por su propia cuenta a la hora de llegada.
Cuando subió, dejó el jarrón en la encimera, inspirando el olor de las rosas.
Sacó la funda de basura, viendo el desastre que habían hecho el día anterior y que él se había encargado de recoger en la mañana.
Echó los envoltorios que parecía estar reciclando, lavó las verduras que aún tenían vida y dejó las otras en esa bolsa que rebosó.
Pronto el sitio quedó limpio, diferente a todas las veces porque lo hizo a su manera, pidiéndole al encargado que pasara por las cosas que dejó afuera.
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Editado: 19.11.2024