No se cancela la boda

Malteada.

Comió despacio, luego del baño donde no pudo dejarlo.

Quiso compartir ese tiempo con él, aunados el uno con el otro.

Para ser sincera, nunca había hecho algo así, lo que también le confesó, al no poder creer que estuviera tan desconectada de ese mundo íntimo.

Luego de vestirse, fue Johnny quien la animó a dejar la casa.

No tenía una jornada tan apretada para ese miércoles, lo que usó para hacerle el desayuno, sacando la leche del refrigerador.

—¿Quieres que le eche un poco al cereal?—Se lo llevó seco a la boca, observando al hombre.

—¿No está vencida?—Habló, con la boca llena.

Él rió, sobre todo de esa autenticidad en ella, sin importarle nada, ni que era un nuevo huésped en su casa o no la conociera en todas sus facetas.

Bajo su escrutinio y desánimo, revisó la fecha de caducidad, descubriendo que servía aún.

Por demás, la probó, sentado en el taburete al verla.

—Aún sirve—tragó, analizando el brillo en sus ojos—. No debí de ofrecerla, ¿verdad?

—No—mascó, importándole poco lo que pasaba al hacerla llegar con él.

Su desayuno pasó a segundo plano, besándola sin reparos al sentarla en el desayunador, metido entre sus piernas.

El rostro de la mayor descansó en su hombro, sin dejar de acariciar su espalda luego del rato, solo alejada cuando lo aceptó.

Le dio un beso al bajar, yendo a cambiarse porque su ropa y toda su entrepierna era un desastre, tomando un baño al dejar limpia su cabeza.

En la soledad, lo entendió.

No tenía nada que perder y si algo surgía en su contra por los hechos, iba a saber salir adelante otra vez.

Ya era tiempo, era adulta y había tomado una decisión, que no la llevaría directo al fracaso.

—Te ves hermosa—lo oyó, desde la cocina, apreciando su cabello suelto recién lavado y el vestido rosa pálido que cargaba.

—No—murmuró—. Me veo atractiva—lo miró, atenga atenga esa carcajada que vibró en su cuerpo.

—Atractiva, entonces, bicho raro—Esmeralda sonrió, sonrojada en su presencia al verlo llegar, cubierta de su cuerpo.

—Báñate—pidió, besando su mentón.

Johnny la buscó, rodeando su cintura donde la sostuvo un rato, sintiendo el tirón de su labio.

—Qué gusto haberte encontrado—se quedó bajo su mira, procesando la confesión—. Ya no te quito más tiempo, tienes que irte.

—Adiós—le dio un pico, faltándole el roce al verla ir hacia la puerta, girando.

—Yo te llevo—se dio la vuelta para verlo, al tiempo que desaparecía de su vista, yendo por la ropa a la espera de él.

—Yo sé manejar—su acompañante sonrió, seguro al acercarse.

—Temo que el miedo te deje atrapada en el carro—aclaró—. ¿Por favor?

—Te estoy esperando, rogón—sus comisuras se ensancharon, dejando el saco para ir solo con la franela y el pantalón de vestir, dirigidos a la salida.

—Vamos—la tomó de la mano, atenta al gesto que no le pasó desapercibido, creándole un nudo en la garganta que tragó.

—Niña, niña—su vecina llamó, viendo al hombre en esa inspección, antes de volcar sus ojos a los de Esmeralda—. Bendito Dios, qué hombre—hizo una fina línea de sus labios, parada.

—¿Necesita algo señora Hertrud?

—Yo creo que los audífonos antiruido están de más—restó—. Vayan con Dios, tranquila.

—Pues gracias, señora Hertrud—Johnny le guiñó el ojo, yéndose por las escaleras, bajando juntos hacia el estacionamiento.

Ahí estaba su vehículo, lo que significaba que tal vez tendría que ir a buscarla si se iba en él.

Si se iba en el suyo, tendría que dejárselo y volver a casa en taxi, lo que significaba otra desventaja.

Al final, se decidió a ir con él, subiendo en el copiloto en cuanto le abrió la puerta, dirigido al espacio del conductor.

Observarlo entrar le dio calma, sin haber estado tan equivocado puesto que si hacía el camino sola, tendría más dificultades de llegar.

Para colmo, había ignorado el mensaje sobre la Junta que Evia había convocado, lo que implicó que llegaba tarde y seguro aún la estaba esperando.

—Gracias por esto—musitó, poniendo la mano sobre la suya.

Cuando la quitó, él se la puso de nuevo, viendo el hecho al volver la mirada hasta el frente, calentando su dorso.

El trayecto se hizo en calma y despacio, con algo de tráfico, lo que la acercó un poco más tarde a la oficina, recostada del asiento.

—Ya que estamos, ¿te paso a recoger?—Esmeralda negó, pasando el trago.

—Yo llego, tienes trabajo—apuntó.

—En realidad, solo en la tarde; llegaría antes de que termines la jornada.

—No quiero—susurró—. Necesito un poco de soledad, porque he estado tanto tiempo sola que si te digo que sí, me sentiré abrumada y asediada o acosada—su hombre le prestó atención, escuchándola—. Sé que no es así, pero voy a adaptarme, ¿vale?




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