Evia acarició su cabello al despertar, haciéndolo despacio para no espantar su sueño, ni alejarlo del mundo en el que se hallaba sumergido.
Pensaba en las palabras que había expresado, al igual que lo pedido en el templo cuando fue a hablar con Dios.
La sensación en sus hombros había desaparecido, aunque en su interior sabía que tenía presente lo inconcluso, aquello que necesitaba su atención para poner el orden en su vida.
Para ser sincera, no quería seguir viendo cosas en la prensa, solo que iba a ser inevitable cuando su encargada de Relaciones Públicas tuviera que decir algo al respecto sobre su vida.
No se hacía pasar por ella, sin embargo, era el enlace que la mantenía a flote con el mundo, al igual que evitaba la magnitud de los escándalos.
No sabía si iba a poder ayudarla cuando la verdad saliera a la luz y estando en ese escenario, comenzaba a no importarle lo que ocurriría, aunque las consecuencias pudieran afectarla.
Giró la cabeza, viendo la hora al permanecer en el espacio, cerrando sus ojos.
El descanso la llenó, sintiendo un beso en la frente al abrir los ojos, encontrando a su esposo aún dormido sobre ella.
—¿Me estás despertando y haciéndote el dormido?—Escuchó su sonrisa ronca, quedando de lado al dormir sobre su brazo, al quedar su mujer boca arriba.
—Vete al trabajo—refunfuñó en el berrinche, obteniendo la misma posición al juntar sus piernas, cerca de su hombre.
—Te amo—Davon la vio, sin haber esperado esas palabras a comienzo del día, rodeando su cintura con el brazo.
—¿Y eso?—Una sonrisa surcó sus labios, recostada de su pecho al cubrirla, besándola.
—Solo te amo—murmuró, atenta al gruñido que soltó, sin querer salir de sus brazos.
Sintió el roce de sus palmas rozar su piel, alejando las prendas que llevaban en cuanto lo tuvo, deseando que le hiciera el amor.
La hora fue lo de menos para ambos y aunque su hombre tenía muchas preguntas rodeando su cabeza, el momento se las llevó al descubrir que nada era en vano.
Disfrutaba de él y él de ella; cualquier duda que su cabeza hubiera formulado en la ausencia, parecía responderse sola durante los minutos que pasaron juntos.
Aún estaba algo incómodo por no tener la oportunidad de salir y a pesar de eso, no podía culparla.
Para Isabela era más fácil salir porque su vecina se la llevaba en el taxi, ambas tomaban la ruta del estacionamiento y subían por el mismo ascensor.
No era el más solicitado, así que la seguridad se mantenía, además de que gozaban hacer el hecho más privado.
—¿Te pasa algo?—Evia hizo una mueca, negando al ponerse los zapatos.
Cerrados y puntiagudos delante, con una tira detrás que ajustaba sus pies en la prenda de color blanco.
Su saco y pantalones de color azul cielo le daban el toque, expuesta a esa blusa de tiros blanca confeccionada en seda.
—Te amo—frunció el ceño, saliendo al acercarse, tomando su rostro entre sus manos.
—Hay algo raro aquí—la risa les salió del alma, alzando el mentón para sentir su beso.
La forma en que buscó sostener su glúteo la hizo saltar, fundida en sus labios al profundizar el gesto.
—Te amo—Evia apretó su brazo, buscándolo en lo que dejaba caer su ropa, volviendo a la cama donde estuvieron por un rato más.
La acarició, sin querer moverse al hundir su rostro en e cuello, tocando la piel de su esposo.
—Dime algo—instó, girando a verla.
—Es que no sé qué quieres que diga—estiró la sonrisa.
—Es muy raro que te despiertes diciéndome que me amas de esa forma tan sincera—murmuró—. Parece que te sale del alma.
—¿Y las otras veces de dónde me salía?—La carcajada le hizo darle un manotazo, elevada en lo que Davon ponía su peso en su brazo—. Tengo hambre.
—¿No quieres comer?—La broma le llenó el rostro de un color rosácea, bajando la vista para ir con él.
Davon no escapó de la tortura, compartiendo el baño al igual que lo íntimo del instante, limpiando sus cuerpos, sin ir a más.
Su hombre secó su cabello, dejando un peinado cómodo al ver la forma de sus ondas, pasando los dedos por su rostro.
—Yo también te amo—enunció, besando sus labios.
Recogió su ropa, ayudándola en lo que volvió a dejar a la misma mujer elegante de horas atrás, contemplando a la castaña en lo que cerró el botón de su saco.
—¿No es mejor suelto?—Él la miró.
—Reduzco la tentación—su mujer rió, respirando de gusto al captar su beso en la frente.
—Llego tarde, pero valdrá la pena—musitó, risueña—. Te llamaré.
—¿Cuándo me dirás lo que te pasa por la cabeza?—Ladeó el cuello, pensando.
—Puede que esta noche—apuntó—. No es nada malo, solo ora por mí y por eso—pidió, viendo su expresión.
Le había salido de la nada esa petición, aunque era necesaria si Dios iba a conceder su deseo.
#692 en Novela romántica
#290 en Chick lit
#229 en Otros
novio de alquiler, boda por conveniencia, boda enredos exnovios
Editado: 12.12.2024