Cerró tras de sí, pensando en las palabras de su amiga que asentaron desgana en su interior, bajando el ánimo de su sistema.
Esmeralda tenía razón; no podía dejarlo pasar, ni evitar que las cosas siguieran su curso, cuando la realidad era que podía lograr una explosión en las áreas que no quería, lastimando a las personas a su alrededor.
Suspiró, de camino al escritorio para gestionar en el teléfono la extensión hacia ese número, llamando a su esposo, quien le hacía falta.
Su lugar seguro, pensó al tomar asiento en la silla, trayendo consigo la resolución de su compañera.
No era mentira que a su llegada pensó que él era el hombre para su vida.
Se lo había demostrado al inicio de todo, incluso en cómo compaginaron por los mismos gustos y a veces la misma forma en que tomaban una decisión.
Eso la hizo pensar a fondo, pensando que tal vez y solo tal vez, lo único que buscaron fue estar el uno con el otro, aprovechar esa oportunidad.
Que ella haya sido seria en sus resoluciones, en los planes que tenía para su vida, quizás fue lo que lo hizo cambiar.
Ya no eran las mismas decisiones, ni los mismos gustos; chocaban a pesar de mantener la lucha por hacer la unión posible, al igual que las emociones se volvían disonantes cada vez que estaban juntos.
La verdad, caer en cuenta de todo eso, la llenaba de tristeza, de una sensación extraña parecida a la resignación, decepcionada de su camino.
Pensar en lo que pudo haber aprendido con tal de no sentir que lo pasado fue una pérdida de tiempo, no obstante, la sensación de desastre la aplastaba cada segundo más.
Tenía que aceptarlo; había sido una mala racha y no era lo que esperaba, luego de creer que existía el amor real.
—¿Evia? ¿Me escuchas?—La voz del hombre la devolvió a la realidad, evitando ensimismarse de nuevo.
—Lo siento, mi amor, solo pensaba—confesó, bajo.
Davon notó un timbre extraño en su voz, antes de oírla carraspear.
—¿Pasa algo? ¿Quieres que vaya? Puedo...
—Sé que te lo vas a ingeniar, pero no es necesario—expulsó, recostada del espaldar—. Hablé con Esmeralda sobre algo, eso me tiene así—dijo, evitando la pregunta siguiente, pudiendo reconocerla de inmediato—. Davon.
—¿Qué ocurre?
—¿Te sientes obligado a corresponderme?—La cuestión lo llenó de sorpresa, hundido el ceño al ella verlo en su cabeza, extrañado.
—¿Por qué la pregunta?
—Solo dime—suplicó.
—No—admitió, certero—. Bueno, lo sucedido no fue lo más planeado del mundo y ninguno lo estaba esperando, solo que en términos de sentimientos o acciones, no me has obligado a nada.
—Yo sí lo hice—la voz de la niña le hizo reír, viendo el objeto en sus manos, pasando el lápiz por la pantalla de dibujo.
—Isabela—refutó, pareciendo un poco lejos del móvil—. Dame el teléfono.
—Hola mami Evia—escuchó una puerta cerrarse, a la vez que Davon golpeaba desde afuera, insistiendo en que saliera de la habitación—. No sabes cómo ha estado de bobo hoy, incluso en el desayuno que jugamos con mi amiga y él, estaba en el otro mundo—le habló bajito, sintiendo el pecho rebosante al no poder parar las emociones—. ¿Estás bien?
—Solo temo que por querer lograr algo de hace mucho tiempo, también les haya hecho daño—susurró, llorando.
—No lo creo, mi papá y yo éramos los indicados—asentó, segura—. Te dejaré hablar con el loco, no quiero que termine en un manicomio y nos delate con los vecinos—la risilla inundó la línea, llorando al mismo tiempo al captar el intercambio, sin poder oír algo más.
—¿Evia?—Inspiró, limpiando su nariz—. ¿Qué pasa? ¿Isabel te hizo algo?
—No, solo me dijo que hice una buena elección—murmulló—. Estoy muy emocional ahora, te explicaré todo cuando llegue a casa, solo espérame en la puerta listo para que te abrace.
—Así será mi señora—indicó, seguro—. Te amo.
—Te amo, Davon Santiago—cerró despacio, dándole paso a la línea de su secretaria, quien anunciaba la llegada de alguien más.
Davon mantuvo la vista en el aparato, asediado por las emociones al no saber si estaban algo conectados o si quizás el trabajo le estaba sobrepasando por los recuerdos.
Pensar en que tenía en su mente eso de lo que hicieron, le hacía saber que tal vez dudaba; dudaba de sí misma, de su decisión, de si fue una buena idea todo lo que armaron y a lo que estuvo dispuesto para no verla pasar por esa decepción.
Saber que no eras suficiente se trataba del golpe más duro que podías recibir en la vida, como si hubiese algo muy malo en ti.
Quizás ella pasaba por eso y no la podía culpar, si el torrente de todo estaba cayendo; la prensa, las preguntas y las mentiras o el hecho de ignorar la verdad, no era bonito, por lo que su deseo era estar para ella, aunque no pudiera salir del apartamento como deseaba.
Miró la hora, habiendo llegado el intervalo de horas para el almuerzo, terminando de preparar lo que Isabela le pidió al verla en la mesa redonda de plástico que sacó de uno de los armarios, sentados en los taburetes para comer.
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Editado: 12.12.2024