La puerta de la casa se abrió para darle la bienvenida, siendo recibida por su amado quien extendió sus brazos a la par que lo veía, dando pasos hacia él.
Sus ojos se empañaron, avanzando para rodearlo como le dijo que lo haría, segura de que era uno de los que cumplía todo lo que prometía, mucho más al sentir su rodeo cálido, sintiendo un beso en su cabeza.
Lo apretó contra sí, haciendo el procedo más íntimo y necesario, calmando de a poco las emociones que la acorralaron, elevando el rostro para besarlo.
—Hola, mi amor—saludó, posando sus labios en los suyos, apretando sus brazos al sentirlo probarla despacio.
—Hola, cariño—sintió el beso en la frente, volviendo a su pecho al está ahí, descansada.
Acopló de a poco su sistema, sin dejar de sostenerlo al colocar medio rostro contra su esternón, dejándolo cerrar la puerta.
El silencio fue necesario, acariciando su espalda en lo que cada parte suya se fue aligerando, envuelta de calma antes de alejarse.
—¿Hablamos?—Hizo una mueca, atento a acceder cuando lo quisiera.
—¿Isabela?
—En la habitación—movió su cabeza, tomando espacio al dejar el bolso contra el mueble, mirándolo un segundo.
—¿Me esperas en nuestro cuarto?—Asintió, colocando un beso en su sien al verla ir hacia la estancia de su hija, quien le abrió, tirando de su brazo bajo la emoción.
Sin duda, era más importante prestarle atención a la pequeña antes que tomarse todo el tiempo juntos hablando lo que aún tendrían disponibilidad en el paso de las horas por su cercanía.
Porque aunque Evia trabajaba, podían conversar toda la noche o bien, ir enumerando los temas en medio del proceso que llevaban como esposos; con Isabela, era diferente, por lo que debía aprovechar cada oportunidad que tenía de estar a su lado, mucho más si no era una madre en sí, aunque estaba aprendiendo a serlo.
Le faltaba práctica, eso sí, no obstante, iba a adaptarse con el paso del tiempo.
—Te quería pedir perdón—Evia emitió un sonido, extraña al sostener esa almohada, sentada en el borde.
—¿Rompiste algo o tomaste dinero de algún cajón?—Isabela frunció el ceño, sonriendo al verla
—No, pero ¿tienes dinero aquí?
—¿Cuánto quieres?—Los ojos se le iluminaron, cayéndole encima al usar sus reflejos para no caer de lleno al suelo.
—Cincuenta dólares—eso la hizo reír—. Es que me gusta comprar dulces cuando salgo con mi vecina y papá no me deja; ella tampoco, pero si la convenzo, me ayuda.
—¿Qué tal si te doy una mesada?—Propuso, fija en la castaña al ver su mueca.
—No es justo—jugó con sus manos, cabizbaja—. Es que yo a veces te tomo mala voluntad—Evia hundió el entrecejo, queriendo reír a pesar de la seriedad.
—¿Y eso por qué, hija?—Le tomó la mano, emocional al escuchar su llamado.
—Porque a veces papá está triste por algo entre los dos que no se puede arreglar así por así y me enojo contigo por lo que le haces pasar—rezongó—. Lo siento.
—Yo...—Sorprendida, la vio en el espacio, yendo a abrazarla en lo que se pegó más a ella, dejando su cabeza descansar en su hombro—. Lamento que tengas que pasar por esto, sé que no es justo tenerlos así—hizo que la viera, aunadas a la privacidad del ambiente—. No era lo que pensaste, ni lo que prometí al casarme con tu papá, solo... pasé por una tormenta complicada antes de llegar a este momento y me cuesta mucho aceptar mis responsabilidades, lo que debo hacer de manera emocional, solo... no es algo contra Davon o contra ti—indicó—. Yo crecí sin saber lo que era una familia de verdad, y lo mucho que he rescatado de eso, es que soy una heredera de algo que quizás no pueda tener porque mi capacidad, por no decir nula, es limitada; encontrarlos fue una oración contestada, del mismo modo, comprendo lo que pudo ser en el pasado el tener algo como esto—suspiró—. Prometo que no tomaré mucho tiempo; hice una elección y no puedo, ni quiero, desaprovechar lo que viene con esto.
—¿Entonces no te arrepientes de nosotros?—Negó, sosteniendo su rostro al pegar medio lado de su pecho.
—Nunca lo haré—afirmó, elevando despacio su mentón—. Solo quiero que seas una niña, que disfrutes, porque vamos a acomodarnos, a tener días de chicas, de pareja, de los tres y así, sucesivamente.
—De los cuatro—enunció—. Yo sé que quieres un bebé.
—¿Se me nota mucho?—Las dos rieron a carcajadas, tomadas de la mano.
—¿Podrías adoptarlo?—Pinchó, despacio al hacer una mueca.
—Tal vez, no prometo nada—la pequeña la abrazó de nuevo, invadiendo su ser al llenar su pulmones de aire.
—Te quiero, mami Evia—la mujer peinó su cabello, aguardando ahí un rato al disfrutar el contacto.
—Yo también te quiero, Isabela—emitió, despacio, a la par que apreciaba ese instante en su corazón mientras la joven hablaba sobre lo que habían hecho, mientras su hombre la esperaba sentado en la cama.
Tenía un poco de miedo, a decir verdad, por lo que pudiera suceder o decirle, consciente que no quería bajar de ese tren, ni dejar alguna estación inconclusa con ella, por lo que intentó mantener la calma y seguridad que aún emanaba en la relación.
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Editado: 12.12.2024