La cólera lo invadió al ver la escena, evitando el escándalo que corría por su garganta, su cuerpo y sus venas que cerraron sus manos en puño, atento a la imagen donde la fémina descansaba con alguien más.
Evia, su prometida, su casi esposa, durmiendo al lado de un desconocido al que quería sacar de su cama a golpes, si era posible..
La furia le hizo ver rojo, haciendo que sus nudillos terminaran completamente blancos en lo que su mandíbula se apretó con fuerza, apenas dando un paso adelante.
Semanas. Dos malditas semanas había luchado para poder estar devuelta y darle lo que siempre había querido de su parte, indispuesto después de esa llamada a perderla.
Porque la amaba, la quería y necesitaba luchar, dejando de ser el niño asustadizo del que su novia se había cansado, creyendo que podría arreglar todo con las posposiciones del evento.
Tuvo que reflexionar, por lo mismo no dejó de llamarla tantas veces, que seguro la había cansado y ya no atendía el teléfono, pero quería ser sincero, abrir su corazón por primera vez en muchos tiempo hacia ella.
Estaba afectado por todo lo que hizo en su contra, lo que aumentó el sentimiento de ausencia que lo llevó a regresar, pensando que sufría todos sus desastres y desplantes.
El problema era que no.
No estaba sufriendo como lo creyó.
Tampoco era su novia y menos su prometida, si podía ver esa argolla masculina centellear en el dedo del hombre, quien imaginó, era su esposo o por lo pronto, el amante que le hacía falta para llenar su espacio de soledad.
Con furia, molesto y enojado, trató de avanzar hacia el área, a pesar de que su sistema no respondió como quiso, alejando el rastro de lágrima en su mejilla, incómodo por el nudo en su garganta.
Como si pudiera sentir la tensión alrededor, Evia se elevó, sobresaltada al observar la figura masculina en el lugar, ampliando sus ojos por la sorpresa de verlo allí, cuando ni siquiera había cumplido su tiempo de viaje.
Supo que no se trataba de su hermano al encontrar su expresión desencajada, consciente de lo mucho que evitó hacer un escándalo, colérico por los puños a sus costados.
—Ron—murmulló, rompiendo en silencio al elevarse por completo.
—¿Qué pasa?—Oyó a Davon murmurar.
—Nada, mi amor, solo estoy incómoda—restó, con la figura haciéndose más clara al dar un paso adelante, encogida en el sitio al ver lo mucho que el rostro se le endureció con el diálogo—. Voy al baño—indicó, al verlo asentir, girando el rostro al lado izquierdo.
Evia salió del colchón, intentando no caer de bruces al suelo por los nervios, mirando a su ex, quien la cubrió por completo, lleno de ira.
—¿Qué diablos está pasando aquí?—Siseó, en lo que dio un respingo, tragando la saliva—. ¿Qué es esa mierda de mi amor? Yo soy tu prometido.
—Ron...—Alzó su mentón, molesto—. Tú terminaste conmigo.
—¿Y qué? Nunca dije que fuera definitivo—juntó las manos al frente, alejando la suya, dirigiendo la vista hacia la puerta de su cuarto.
Vio la burla en su rostro al avanzar, cerrando tras de sí para encender la luz, fijo de pronto en su ropa.
—¿Qué estás haciendo aquí?—Buscó desviar, abrazada en su sitio al notar que abría la boca.
Frunció el ceño en la inspección, apenas sorprendido e indignado por la demanda al no poder dejar de recorrerla.
Se veía diferente, incluso la forma en que sus caderas y pechos resaltaban, lo que la puso incómoda al tener su mirada casi desnudándola en su presencia.
—Deja de verme así—susurró.
—No—gruñó, cerca, tocando su rostro.
Se tensó, inquieta por el toque en su brazo antes de que la rodeara de la cintura, pegando su pecho al suyo, aunque puso resistencia con los brazos allí.
—No pongas resistencia, Evia, todavía eres parte de mí—murmuró, inclinado en búsqueda de su boca, renegando al no querer estar con él.
Apenas sintió el roce de sus labios, pataleó, quejica sobre sus labios, negando a pesar de que buscaba profundizar el beso, sin poder demasiado con él.
La obligó a responder, llorosa, descubriendo que no lo quería, sino que la espantaba, deshecho al dar un paso atrás.
Su ex prometida se limpió los labios, arremetida una vez más a esa tortura donde le tocó el cuerpo, queriendo saber si aún lo recordaba.
—No, no, no, ¡no!—farfulló, pegado a su frente—. ¿Qué pasa contigo? Antes no rabiabas así.
—Déjame—suplicó, escondiendo el rostro.
—No puede ser—exhaló.
—Por favor, no quiero que me toques—pidió, temblando en lo que rozaba la bata que tenía puesta, encontrando debajo su desnudez.
—¿Y por qué será que no quieres que lo haga?—rezongó, furioso—. Te ves diferente, tienes esta ropa que compraste para cuando conviviéramos de casados—susurró—. Ya no reaccionas a mí.
—Dame espacio, por favor—echó el rostro a un lado, sintiendo su lejanía al pasar las manos por su cara.
—No te puedo tocar, no te puedo besar, ¡entras en pánico!—Elevó, con el estómago dándole un vuelco repulsivo al enfocarlo en el lugar—. ¿Quién es él?
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Editado: 13.01.2025