No se cancela la boda

Naturalidad.

—¿Estás bien?—Indagó, acariciando su espalda, cubiertos del edredón al tenerla completamente sobre su cuerpo, aún en ella, descansando su cabeza en su pecho.

—No—confesó, parpadeando al subir su mano hasta su hombro.

—Fallé como instrumento para hacerte dormir—Evia se elevó, mirándolo en cuanto puso toda su atención en su mujer.

—No—habló—. No eres una cosa y menos un objeto, solo no tengo sueño; estoy cansada y agotada—enunció, movida al costado derecho al dejarlo boca arriba, mientras lo abrazaba de lado ahí.

—¿Quieres hablar de eso?—Su chica guardó silencio, entendiendo que no estaba lista, por lo que acercó su palma hasta sus labios, dándole besos a sus dedos.

—¿Quién te hizo?—preguntó—. ¿Quién eres o qué tipo de hombre eres, en realidad?—expuso en medio de la caricia, asiduos a la penumbra—. ¿Cómo puedes ser tan diferente a él?—Notó un caliente en su piel, sabiendo que lloraba por lo que cerró los ojos, evitando el gruñido.

—Quisiera que llores de otra cosa y no por él—sorbió su nariz, oculta—. Mi amor.

—Sus palabras—sollozó, limpiando el desborde—. Lo hice todo bien—susurró—. O al menos eso creo, ¿por qué con él quería ir de acuerdo a algo rígido y planeado y contigo no fue así?—hipó, sentada al verlo—. No lo entiendo, Davon.

—Recuerdo que me dijiste algo el día de la boda—puso sus ojos en ella, directo—. Hiciste una oración, ¿no es así?—Asintió, llorosa—. Pues a veces lo que pides y recibes, es diferente a lo que tienes, sobre todo cuando lo que tienes, no está en un plan divino—concretó—. Si tuve la dicha de serlo, de estar en él, entonces amén, pero pedir nos libra del mal, también de nosotros mismos y las cosas que queremos cambiar con nuestras manos, con nuestra necesidad de controlar todo y de asegurar las cosas para no perderlas, porque siempre nos enseñaron a sostener; perder es malo.

—Lo es—lloró, bajando el rostro.

—No todas las veces—subió su mentón—. Perderlo a él, te hizo ganarme, Evia—exhaló en medio del llanto, buscando su brazo al recibirla sin más, quedándose en el gesto hasta que la calma la arrolló.

Cerró los ojos, pidiendo al cielo que se durmiera por un buen rato, lo suficiente donde pudiera menguar lo sucedido y se acomodaran las emociones en su interior.

Casi como si fuera algo esperado, Evia descansó, agotada y rendida en sus brazos al quedarse sentado, con la espalda contra la pared, al colocar sus piernas al costado.

Medio cuerpo de su amada, se quedó en su pecho al dejar las horas correr, sin poder dormir lo que ella sí.

Las caricias la mantuvieron centrada en el viaje, sin poder despertar, cubierta del caliente y la cercanía de su esposo quien no la soltó por nada del mundo.

Para la mañana, Davon descansaba su cabeza en el concreto y Evia reposaba sus piernas alrededor de su cintura, metida su cabeza entre su cuello.

Sus manos acoplaban su cintura, notando un beso en la mejilla que lo hizo despertar.

—Isabela—oyó su risilla, agradecido de que pudo cubrirla y cubrirse antes de perder la noción de la realidad, subiendo a su hija en el colchón, quien los veía riendo.

—Buenos días, papá—sonrió, mirándola—. ¿Noche difícil?

—Muy complicada—acotó—. Creo que más tarde tendré que dejarte ir.

—¿En serio?—Saltó en el colchón, estirando el brazo para regañarla, sin querer que despertara a Evia.

—Isabel—farfulló.

—¿Todo el fin de semana?—La observó, silencioso—. Ya es viernes, ya pasó hasta el ombligo de la semana, así que ya es finde—rezongó—. Porfis—juntó sus manos en frente, suspirando al no tener más remedio.

—Si te portas bien—volvió a saltar, viendo su mirada al dejar de provocarlo, de regreso a su habitación.

Soltó el aire, negando al descansar otro poco, abrazando a su mujer con más determinación.

Esmeralda le dio un mordisco al pan, terminando de ponerse los zapatos en la sala, al ver a Johnny en la cocina, terminando su desayuno.

—Saca la basura, voy a pasar donde Evia para las fotos que quiere del proyecto—mascó, ensuciando de harina su boca y ropa—. No olvides tender la ropa, pedirle al equipo de limpieza que pase más tarde y tener un buen día.

—Ya lo tengo—la vio de arriba hacia abajo, con su mujer pasando el trago al ver su mirada intensa—. Ve tranquila.

—¿Seguro que estás bien?—Johnny sonrió, asintiendo.

—No te conocía esa faceta, Esmeralda—la mayor cerró las piernas, fija en él—. Estuvo de maravilla.

—John...

—Lo que sentí, fue celestial—sus mejillas se encendieron, girando antes de que la cubriera, tocando su cadera y luego uno de sus glúteos—. ¿Por qué no lo intentamos otra vez?

—Pero saca lo que necesitamos, porque sino...—Le dio la vuelta, cubriendo su boca en el beso al no darle tiempo, arrastrada hacia la estancia donde lo tomó.

El cargo de conciencia la estaba superando al saber que no estaban haciendo todo de la manera correcta, mucho más porque en ese instante no era necesario un embarazo, sin embargo, no pudo evitar aceptar que lo prefería así, más que de la otra forma en la que también lo tenía.




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