—¿Cómo te diste cuenta?—Su hija suspiró, haciendo una mueca al mover el cubierto del plato.
—Las luces—habló—. Siempre llaman la atención, más que el ruido—admitió.
—¿Escuchaste mucho?—Isabela negó, desganada.
—Solo que no era suficiente y que él no la quería; no salí o hubiera oído más—Davon rodó los ojos, evitando reír por eso.
—Pues... Hija, te pido disculpas por exponerte a ese escenario, no es algo con lo que debas de lidiar o asimilar—se inclinó, alzando su rostro—. Las discusiones crean pensamientos erróneos en la mente de los niños y tú eres una chiquilla que va creciendo y aún no descubre todo lo que tiene el mundo—lo escuchó—. A veces, para escapar de esas escenas vamos a otros lugares, preferimos ignorarlo con una conducta o bebidas o no lo asumimos y esto crea heridas en el futuro que lastiman a nuestras personas alrededor.
—¿Es malo discutir?—Él negó.
—Malo es no ser sincero y eso fue lo que pasó aquí—explayó—. El miedo es un monstruo que elimina las posibilidades de avanzar, nos lanza al vacío y a las ideas de que todo será como el pasado, nos aísla por el temor al fracaso y nos encierra en el lugar de confort, lo cuasi seguro para nosotros; evita que nos preparemos para el mundo y sus matices y también se disfraza de oportunidad para elegir lo que conocemos y nos afecta, y no lo que nos sana y deja de autosabotearnos o lastimarnos—musitó—. No tuve mucho tiempo conociendo la historia de Evia y Ron, hija, pero no es algo que quiera para ti.
—¿Aunque no seamos papá e hija de verdad?
—Nada limita el amor, ni las buenas decisiones—indicó—. Para mí, eres mi hija. Por eso, elige sabiamente lo que sabes que está bien, no lo que te minimiza; porque las plantas crecen hacia arriba, algunos frutos hacia abajo y las flores resultan en estatura para que se puedan apreciar—enunció—. Así construyes dentro de ti y fuera de ti también; eso evitará que te quieran engañar en la primera oportunidad.
—¿Y como a qué edad puedo tener novio?—Davon vio la hora en su reloj de muñeca bastante inexistente, sintiéndose nervioso.
—A los cincuenta y dos está bien—Isabela rió, saltando a sus brazos para recibir todo su cariño.
La conversación de Evia con Esmeralda ayudó a calmar de nuevo las aguas, teniendo que llorar lo que le dolía y experimentar lo que aún sentía.
La mayor la vio con ojos tristes, también de compasión y resiliencia, segura de que saldría adelante a pesar de los hechos, sin dejar que eso la estanque en su proceso.
—¿Davon cómo está? ¿Cómo reaccionó a todo?
—Creo que está bien, más preocupado por mí, que por él y de reacción, reacción, no tuvo; no tenía que perder el tiempo imponiéndose, cuando sabe bien su lugar.
—El de esposo—Esmeralda señaló.
—Y hombre de verdad—declaró—. Fue mi sostén, si no llegaba, iba a derrumbarme del dolor y los nervios.
—Me alegra que lo veas como un soporte, solo recuerda que está dispuesto a avanzar contigo, por encima de todo esto—asintió, segura.
—Eso es lo que me sorprende aún—sollozó—. ¿Qué ve o vio en mí, Esmeralda? ¿Qué tengo yo, diva?
—Sabe que eres una princesa, una hija de tu Dios y por eso, te trata como lo que eres—expuso—. No ve cuerpo, ni sexo, ni beneficios o dinero, solo ve a una mujer, un ser humano y una persona que merece amor y que también anheló amar.
—Tan linda—la abrazó, cubierta de su abrazo al continuar el desborde, segura en el gesto.
—Me enseñaste que no debo dudar de mí, que alguien iba a llegar y me iba a amar por lo que era y tengo a Johnny haciendo exactamente eso que me dijiste, ahora no dudes de ti, ni de Davon—pidió—. Ya es nuestro momento.
—De acuerdo—sorbió su nariz, moviendo su cabeza al limpiar su rostro—. ¿Cómo va la relación con él?
—¡Hoy tenemos una cita!—Gritó, con padre e hija mirándose, bajando para ir a la puerta, dispuestos a chismosear en silencio, porque así se disfrutaba mejor.
Davon afinó el oído, tapando los de su hija en partes que no necesitaba oír, concentrados en lo importante que era la sorpresa de esa salida y también qué iban a comprar en la tienda de la que el hombre le mandó la tarjeta en línea, sabiendo que era una guerra de ambas y no de una sola.
No importaba que Evia no ganara nada en eso, lo que sí sabía de antemano era que su esposa tenía que acompañarla en la misión.
Por demás, habían optado tomar ese tiempo juntas, luego de que Esmeralda sacara las fotos, sin intenciones de hacer una jornada laboral larga.
Su esposa se encargó de arreglar eso, con ambas antenas volviendo a la habitación de Isabela cuando iban a salir, prestando atención desde ahí a lo demás.
—Ya no me convence que pongan una puerta antiruido aquí—su hija soltó.
—Por tu bien mental y emocional, acepta eso—reviró, seguro.
—Ya estoy perdiendo cordura, ¿qué crees que me pueda pasar si no la quitan?
—Mejor no pienses, hija—pidió, sentado al tomar uno de los peluches que le trajo, siendo abierta la puerta por su esposa, quien los inspeccionó, burlona.
—Ya salgan, sabemos que estaban oyendo—ambos se vieron—. Mi amor, ¿podemos cambiar los planes?—Pasó dentro al recostarse de la pared.
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Editado: 13.01.2025