Davon preparó una merienda para los presentes, quienes conversaban de forma amena en el área en lo que Evia le ayudaba con los panes, colocando aderezo en cada rodaja.
Juntos, se vieron al captar en el aire esa sensación de plenitud y calma, pegados al dejar que su esposo preparara el jugo, rozados sus cuerpos al compartir esa electricidad que sus pieles emanaban alrededor.
La chispa los envolvió en el proceso íntimo, siendo suficiente para mantener viva esa intimidad que no necesitaba de palabras, ni mucho menos otros hechos en los que cada uno podía hablar con el alma.
Para él, Evia estaba más tranquila y aunque afectada, también decidida a no dejar que la pérdida la envolviera o la inundara en el encierro de esas palabras; si algo así ocurría, en sus planes estaba demostrarle que no necesitaba prestarle atención a lo dicho por ese hombre, aunque ya lo sabía, pero era difícil mantener cada afirmación.
Sus años, su pasado y el hecho de que la soledad la envolvió durante un tiempo, mantenían su corazón adolorido para esas circunstancias, no obstante, también estaba bien cuidada.
En sus planes, estaba mantener la relación, aún si los miedos o dudas lo embargaban, por la situación en la que se involucraron sin hablar mas allá de todo lo que era necesario; lo que sí, su esposa no quería echar atrás y no lo haría, porque lo había elegido, porque tomó una decisión y no sólo se basó en sus sentimientos y en la soledad, sino en el hecho de que había pedido una señal y por fin estaba viviendo.
Al menos Evia se sentía plena, emocional, puesto que nunca había pasado algo así, ni su casa se llenó tanto de vida como en ese momento, enfrascada un segundo en la debilidad al derramar una lágrima por el momento.
—¿Todo bien?—El pulgar rodeó ese gesto, sin limpiarlo al dejarla procesar la emoción.
—Solo es lindo—inspiró, masajeando su espalda baja por una mueca que adivinó en su rostro—. Necesito los parches.
—Ya voy—besó su sien, de camino al baño para buscar lo pedido, colocando uno en cada lugar donde se sentía molesto—. Dime.
—Es lindo tener tantas personas aquí, nunca pensé que algo así podría pasar—indicó—. Además, el resplandor es diferente, limpio, no tan frío como días anteriores.
—Es que las nubes ya no tapan el sol—la giró para que viera el espectáculo, mientras Esmeralda tomaba fotos y las personas posaban para su lente—. ¿Cómo te sientes?
—Libre, aliviada, triste—lo vio—. No lo sé, pero algo me dice que Ron no la está pasando nada bien después de lo de anoche—hundió el entrecejo, dándole el frente para verlo—. A ver, cuando sabía que las cosas iban mal, lo enfrentaba y en ocasiones, me contaba; en otras, como las que supe anoche, no—indicó—. Me siento tan culpable.
—Evia...—Sacudió la cabeza, hundiendo los brazos.
—Yo tampoco puse de mi parte.
—Sé porqué no lo hiciste—la detuvo de inmediato—. Aunque lo planeabas todo, querías que él tomara la iniciativa—murmuró, guardando silencio al verlo de lleno—. ¿Me equivoco?—Tragó, sin querer decir nada—. ¿Evia?
—Sí—musitó, bajo—. Pero es que no vino con esa skin el pókemon—Davon rió, alto, dándole un beso en la frente al abrazarla, inspirando el mundo de paz con su presencia, apretando los brazos alrededor de él—. Te amo.
—Yo también—sacó la cabeza, enseñándole la lengua—. Te amo, Evia—liberó, volviendo a besarla en la frente, llevando las cosas al desayunador cuando los vasos de jugo estuvieron listos.
Cada uno comió, repitiendo al estar en armonía mientras ambos se encerraron en la estancia, aunados a la privacidad.
—Ya que Esmeralda terminó, me llevo a las chicas y te quedas con los demás—frunció el ceño al verla quitarse la chaqueta.
—¿Y te vas sin eso?—Buscó en el closet, cambiando su blusa por una más "decente"—. Estás bien así—le tiró la prenda a la cara, tomado la tela para llenarse de su olor.
—Voy a usar algo más oscuro—expuso, vestida con una blusa mangas cortas en color negro, llegando su nombre trazado en diamantes rosas de vanidad, riendo al ver el diseño.
—Estás igual que Isabela—su esposa rió, dándole un pico al retenerla entre entre brazos—. Te amo—declaró, sobre su boca al profundizar el encuentro, saltando a su cuerpo, rodeando su cintura.
El mundo se les detuvo allí, profundos en el hecho al no dejar de acariciarla, dando vueltas leves en el sitio antes de ponerla sobre sus pies.
Otro beso los selló, con Evia rodeando su cuello en el abrazo, sin querer dejarlo ir, cubierta de la paz que le generaba el tener seguridad a su alrededor.
Davon no solo había sido la persona que pudo sacarla de ese apuro, sino el hombre que merecía aunque al principio no estaba enamorada de él.
Claro que no negaba el hecho de que se sintió atraída por ese hombre y que al llegar a su casa, lo viera como la señal que había solicitado ese día en la iglesia; las cosas eran tan raras a su pensamiento, aunque tan certeras que los llevaron hasta allá, al punto de no verse sin él, sin su presencia, su forma de cuidarla y de estar pendiente a todo lo que era su existencia, aún cuando le debía mucho de lo mismo.
Si bien ninguno dio una clase para saber ser esposos, lo estaban intentando y no ansiaba echar atrás, ni volver a aquello que ahora le generaba incomodidad de solo verse perdida, en esa oscuridad y en la disonancia cognitiva y emocional donde estuvo.
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Editado: 13.01.2025