No se cancela la boda

Sucursal de la pasión.

Solo hizo bajar para retenerla contra su cuerpo, girando al sentir el toque de sus manos en su espalda baja, quedando de puntillas para disfrutar el encuentro con su hombre.

Lo rodeó, enamorada en lo que elevó de nuevo ese pie, muy cerca, al notar sobre ellos los colores de la noche.

—Te amo—escuchó, de ese modo tan genuino al verla a los ojos, fija en él—. Todos los días amo algo nuevo de ti.

—Dav...—Dejó un dedo en sus labios, tocando sus brazos al no dejar de verlo.

—Me diste algo, una dicha, una esperanza y también me alegra haber sido la tuya—sonrió, viéndolo reír.

—Eres tan modesto—volvieron a reír, descansando en su pecho al inspirar profundo, calmada.

—Niégalo—negó, divertida, acoplada en el sostén al ir delante de él, tomados de la mano.

La unión de sus dedos fue crucial, esa muestra de seguridad al verla así, como si no hubiese olvidado ningún rastro de la primera vez que estuvo allí, adueñada del sitio.

Davon la observó mirar todo el sitio, desde las escaleras, hasta la barandilla que tocaba en la forma áspera, sintiendo la incomodidad de esos hierros oxidados que parecía imaginar decorar en su cabeza, porque sabía que ese mundo no paraba dentro de ella.

No vio ninguna muestra de asco o desagrado, a lo mucho una mueca para no tocar los hierros rotos, lo que podía pasar desapercibido en cuanto llegaron al piso, detenida contra su pecho.

Su esposo le buscó la mirada, mientras ella recordaba cómo había sido todo, desde que dio con ella y la invitó a cenar, tocando su antebrazo para hacerla regresar a la realidad.

¿Quién lo hubiera dicho? Que estaba casada, pero lo había besado estando prometida de su ex novio; que lo notó atractivo, que vio una luz cuando la dejó comerse todos esos panes y acabar con el chocolate, apenas habiendo disfrutado él lo que le entregó.

Parecía mucho tiempo y tan solo transitaban semanas desde eso, desde que también lo deseó al punto de llegarlo a tener en el crucero.

Ron no había causado eso en ella, no había encendido esa chispa a lo largo de los años y auguraba que si no hubiese hecho tal oración, tal vez, y solo tal vez, estaría viviendo su vida íntima basada en la obligación, lejos del disfrute.

—¿Pasa algo?—Le dio un negativa, cercando su brazo alrededor de su cintura para sentirlo, llegando a la puerta de su casa.

—¿No trajiste las llaves?—Lo miró, dejándolo pasar adelante, lejos de su sostén al buscar en sus bolsillos.

—No podía olvidarlas—indicó, sacando el llavero donde la había puesto, junto con las llaves de la casa de Evia.

—Davon—susurró al ver la propiedad del hecho, alzada para darle un beso en la mejilla—. Te amo—sonrió, empujando al pasar dentro con la oscuridad envolviendo el sitio.

Las ventanas que tenía, estaban cerradas, por lo que intentó encender la luz, sin lograr el cometido; al parecer, no se había saldado la cuenta del sistema eléctrico o bien, el edificio ya no estaba funcionando como antes.

—Estamos a oscuras—declaró, pudiendo verlo entre la penumbra.

—¿Tienes velas?—Asintió, queriendo ir a encender una, solo que su mujer lo detuvo, decidiendo que era mejor estar así—. Las pones después—instó, asintiendo al besarla, cruzando los brazos tras su cuello, girada para pegar su espalda de la pared.

El pulso se le desbocó en el segundo, con el corazón acelerado, sintiéndolo tan cerca como la necesidad misma, respondiendo al ósculo profundo que le entregó.

La forma en que apretó sus piernas le dio más seguridad, presionando las palmas en los músculos al cabo que oyó su jadeo, contenido ante ello.

—Las paredes son como plumas aquí—susurró—. Espera—bajó, extrañada por no verlo cerrar, sino salir hacia el tramo donde estaban las puertas de los demás vecinos, a la deriva de lo que pudiera pasar.

Inspirando, se acercó al verlo tocar, sin que atendieran, extrañado por ello.

—Generalmente son más chismosos—su esposa se carcajeó, devuelta al poner seguro, emitiendo un sonido de gusto al volverlo a sentir.

—Te amo—murmuró, tocando su rostro al dejar esa caricia, vívida en su presencia para dejarlo continuar.

El ritmo avanzó, un poco ansiosa por ayudarlo a descubrir lo que llevaba, dándole acceso a su cuello mientras sentía sus labios encender su piel por encima de la ropa.

Cerró los ojos, dejándose llevar ante el encuentro que los rodeó, quitando la chaqueta que pateó al subir de inmediato esa blusa hasta que no hubo estorbos, detenido de pronto en lo que echó atrás.

Evia lo encontró en esa mirada de sorpresa, expectación, sin haber pensado que algo así podría ocurrírsele y mucho menos, que eso le diera un subidón por su cuerpo que no esperó.

—Virgen Evía—no pudo evitar la risa ante su referencia a la Virgen María, atraída desde la cintura para sentirla contra su pecho—. ¿Eso fue con lo que te llevaste?—Le dio un asentimiento, con sus ojos brillando—. Estoy sin palabras.

—Mi amor—pasó las manos por la tela, impresionado.

—Evia—soltó, sin aliento—. Dios, yo...—Su chica lo besó, volviendo a verla tan pronto sucumbió al momento, apresada allí.




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