La rodeó de la cintura, caminando del lado derecho ante su risa por querer cubrirla de los peligros de la calle que en ese día, se veía más calmada de lo normal, con un sol reluciente bastante pleno.
La admiró en la sonrisa, probando ese cono de helado que tanto le gustaba, aunque ni siquiera tenía que comerlo lleno del aperitivo si podía disfrutar de la base como un buen postre.
El avance los llevó por el lugar, mientras lo escuchaba comentar todo lo que había cambiado en los años que Isabela y él vivieron ahí, atenta a su expresión y al orgullo con el que hablaba.
Su cabello le cubrió el rostro, resplandeciendo en lo que su esposo lo alejaba de su rostro, colocando las mechas atrás, como si sus dedos pudieran ajustarlo tras su oreja y evitar que molestara en su rostro.
Rió, parando en una tienda de cómics a la que había dejado de ir hacía ya mucho tiempo, feliz de que el dueño aún no la cerrara, a pesar de que en sus tiempos no era muy buena la demanda.
—Buenos días—saludó, apresando la cintura de su mujer, masajeando también un poco más abajo de ella.
—Buenos días, ¿en qué podemos asistirle?—demandó, encontrando a un joven distinto en la dependencia, lo que le pareció extraño.
—Buscamos algunos libros de cómics clásicos—enunció—. Mi esposa tiene la lista.
—¿Yo?—Se sonrojó, emocionada.
—Sí, mi amor, pide los que quieras—expuso—. Anda—estiró la sonrisa, feliz y encantada al muchacho oírla mencionar los títulos que gracias a Dios tenían, lista para salir de ahí con una buena bolsa.
—El último título aún no lo tengo, pero puedo hacérselo llegar a domicilio en cuanto aterrice por esa puerta—indicó.
—Muy bien, puedes dejar tu dirección—Evia sonrió, encantada al dejar sus datos en el espacio, viendo en el portafolio de clientes que los datos de su hombre se hallaban a la izquierda, en el bloque "D".
—Gracias—musitó, amable en lo que daban la vuelta.
Su compañero se detuvo de pronto, curioso por no haber visto a su anterior asesor, quien también le habia recomendado muchas de las historietas que él tenía guardadas como un tesoro.
—Disculpa, yo... Quisiera saber dónde se encuentra el señor Doug—enunció—. Cuando venía, usualmente él me cambiaba la lista de los cómics que quería por otros; era un gran soñador y tenía buen ojo para este trabajo.
—Me gustaría decir que él aún nos acompaña, pero hace unos meses, falleció—tomó la mano de su esposo al instante, infundiendo aliento en ese gesto que le pareció genuino y necesario, encontrando sostén ahí—. Quisimos avisar a todos, pero no tenemos las manos suficientes y tuvimos que cubrir muchos gastos porque él amaba estar aquí—asintió, despacio, pasando saliva—. Con la familia, cubrimos una buena cantidad, pero aún nos quedan algunas deudas por saldar, así que agradezco que puedan difundir la voz y gracias por ayudarnos.
—Si tienen algún número de cuenta para depósito, nos gustaría ayudar—expuso, despacio al sentir su apretón en medio del proceso de información, con ella dando un paso hacia delante para contenerlo.
Le dio un abrazo de costado, besando su cabeza por su solidaridad, el modo en que lo incluyó y también dejó algo en el área de propinas, obteniendo los datos tras esa tarjeta, dándole ambos un asentimiento.
—Muchas gracias por su disposición—ella sonrió con calma, girando ambos a la salida, recibiendo un abrazo de su parte al salir.
Fue su contención lo que hizo que exhalara, prendado a la realidad en cuanto la rodeó, a ojos cerrados.
—Siempre me tienes presente, incluso cuando se trata de tu dinero—sopesó.
—Somos un equipo, Davon—lo observó, apartada—. Ya no estamos solos. Nunca más lo estaremos—le dio un beso casto, volviendo a abrazarlo en lo que la alzaba de pronto, sumidos en la seguridad de cada uno para volver a casa.
Dejó las bolsas en el mueble, aferrada aún a sus brazos al besarlo, con sus manos apresadas en su cintura antes de caer en el espacio.
La bolsa cayó al suelo mientras se tomaban, pasando el momento al ignorar lo mucho que ese objeto necesitaba ayuda y cariño, solo que en Davon estaba en deseo de tirarlo a la basura.
Ya estaba deteriorado y aunque no olía mal, no era grato tenerlo allí, después de tanto.
Su esposo descansó sobre su pecho, abrazado a su chica en medio de las caricias que dejaba en su rostro, moviendo las hebras despacio al permitirle su espacio.
Había querido que el instante fuera distinto, solo que no quería presionarlo y esa necesidad de quererlo siempre era nueva, extraña y en cierto punto, le hacía sentir vergüenza por no poder controlarse.
Sabía que él necesitaba un descanso, así que se lo dio mirando horas después el reloj, al haberse quedado dormida.
—¿Dav?—Emitió un sonido, consciente—. Lamento tu pérdida—musitó, obteniendo su mirada.
—Gracias—besó su cabeza en cuanto se acercó, cambiando la posición para dejarla arriba, cubiertos con la frazada para no hacer otra cosa distinta a estar en compañía.
Davon quiso hablar, pero la voz no le salió, parpadeando durante unos segundos al inspirar hondo, procesando los hechos.
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Editado: 14.02.2025