Evia descansó contra su cuerpo, aunque pronto durmió boca abajo, donde la ropa la alejaba del suelo frío, con su hombre rodeando su espalda con el brazo.
—No te duermas tan pronto, creo que puedo encontrar una frazada en buen estado que guardé—murmuró, dejando un beso en su mejilla al ir hacia la habitación, buscando entre los cajones la tela.
—¿Davon?—Sintió el caliente abrazarle la piel, estirando los labios al verlo—. ¿Te vas a quedar así?
—No es muy grande, como verás.
—Duerme sobre mí—frunció el entrecejo.
—¿Así?—Abrió bien los ojos para enfocarlo.
—¿Qué tiene de malo?—Lo pensó, sin decir nada.
—No, nada—emitió.
—Ven—cedió, haciendo lo que le pidió al no querer aplastarla, solo que para ella, eso fue lo de menos—. Buenas noches—besó su cabeza, atrayendo su mano para que dejara todo su pecho encima, importándole poco si pensaba que la aplastaba.
—Buenas noches, mi amor—declaró, dándole otro beso que respondió, apretando el agarre en el nuevo llamado al saberse dispuestos en el hecho.
Para su esposa, todo fue nuevo e igual al la misma vez, queriéndolo bien, sin miedos o prohibiciones de por medio, descubriendo otras facetas de la vida privada entre ambos.
No evitó resguardarlo, manteniendo el agarre de su amado contra su pecho al compatir la calidez de ambos y de la frazada, dejando que la mañana llegara mientras las velas se derritieron en la madrugada.
No fue sino hasta que sintió un olor a pan tostado llegar a su nariz que Davon despertó, con su mujer habiendo abierto la ventana, sin quitar la cama de ropas en el suelo para que no se resfriara.
—Buenos días—murmuró, dejando un beso en su frente al rodear su cintura, evitando que lo besara—. ¿No te molesta el olor?—Su esposa sonrió, de puntillas para darle un beso al tenerlo de costado y en frente, mientras ella giraba para verlo.
—Buenos días, mi amor—pregonó, dándose cuenta que no se había lavado la cara tampoco, riendo al besarla con gusto.
Sus manos se guiaron más abajo, tocando la piel de sus piernas al no poder evitar el momento, con su mujer sostenida de sus brazos.
—¿Le echaste cebolla?—Pudo reír, asintiendo al abrazarla, masajeando con gusto cada rastro de su figura desde ahí.
—Sí—indicó.
—¿Y cómo lo descubriste?—Estiró sus labios, feliz al seguir fija en su mirada.
—Yo también te observo, esposo—acotó, pasando las manos por su pecho, despacho—. Déjame terminar, tengo hambre.
—¿Me puedo quedar?—Asintió, siguiendo su labor al dejarlo tras ella, mientras seguía los pasos al colocar el segundo pan en la tostadora.
Evia se estremeció, notando el beso en su cuello y el rodeo de su cintura, con Davon dándole más minutos al tostador, y ella buscando sus labios.
—Despertaste a un monstruo—declaró, sobre su boca.
—Mi amor, el monstruo ya estaba despierto—recordó ella—, desde la Luna de Miel—acotó, fundida en su boca ante su aprobación.
La entrega fue necesaria para ambos, aun así, perdidos en el desastre y el deseo de lo que eran, afianzados a la encimera en medio del instante que los unió.
Pronto sonó el aparato, sin darle atención al tenerla de frente, rodeada de sus piernas, besando cada parte suya que la envolvía desde su existencia.
Llevarla al límite fue su tarea, entregado a su mujer, tanto como ella se dio a su hombre, apegados al sentir sus uñas recorrerlo, lejos de la realidad que los embargaba y del hecho de pensar en lo que hacían.
La satisfacción fue única y plena, con su compañera besando sus labios al descansar en el espacio, cubiertos en sus brazos al respirar.
—Déjalos calientes, vámonos a bañar—susurró, cargada en ese cerco que hizo con sus piernas, camino al sitio donde no pudo ignorarla, sino darle lo que quería, disfrutando ambos las nuevas uniones, tal como se dieran.
Salió cubierta de la toalla, sintiéndose plena y descansada, aunque habían hecho mucho para no estarlo, solo que la plenitud en el lugar podían palparla, dejando de lado que el agua ni estuviera tan caliente como en su casa.
—¿Tienes frío?—La rodeó, encaminados hacia la sala, yendo a la estancia de descanso donde antes se quedaba Isabela, elevada para sentarla en el colchón.
—¿Te estafaron?—Él rió, sacudiendo la cabeza al verla tiritar.
—No, siempre hubo agua fría, pero esa estaba decente—apuntó—. Déjame buscar algo para tu talla.
—¿Ropa tuya?—La observó, curioso.
—¿Te gustaría?—Encogió sus hombros, con él ladeando la cabeza al tiempo que buscó en sus cajones, con ella tocando lo que había en la cama.
Ambos oyeron el sonido de una bolsa, lo que a Davon se le hizo extraño, por lo que revisó el área, hallando prendas femeninas en un size parecido al de su esposa.
—Tiene tu nombre—hundió el entrecejo al ver el plástico escrito, sacando todo—. Parece que alguien te quería hacer un regalo.
—¿Isabela?—Él asintió—. A ver—observó, sonriendo al ver las ropas, divertida—. Ya recuerdo.
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Editado: 14.02.2025