El disco que Hertrud había llevado, se reprodujo, llenando todo el lugar con su melodiosa voz.
Las parejas se movían de un lado a otro, con Davon y Evia riendo al tener a Isabela en medio de ambos, aunque luego él la cargó.
Su hija no dejaba de tocarle el cabello, mirando a quien había nombrado como su madre, con Evia temiendo cargarla.
No tenía tanta fuerza, tampoco era una debilucha, sin embargo, le aterraba un poco tener un vínculo tan grande con la joven, temiendo de algún modo, hacerle daño.
Porque la vida no era perfecta y ambas tendrían encontronazos en el futuro, no obstante, tampoco quería ocupar un lugar que ella no quisiera darle, aún aún las dos se complementaban en esa herida de soledad.
Como si no hubiera suficiente con su miedo, aparte del recelo que conocía que tenía por su padre, Isabela se inclinó hacia ella, buscando el contacto para que también la abrazara, compartiendo el peso de su cuerpo entre los dos adultos.
Sus miradas seguían conectadas en la plenitud de la balada, con Oliver tomando parte de la pieza junto a la mujer, antes de que Johnny también bailara con ella.
Ninguno quería alejar a la familia de esa burbuja en la que estaban, lo que había llenado de lágrimas los ojos de Esmeralda, quien veía el instante con orgullo, pasando luego a bailar con la mujer.
Se demostraron un cariño que nunca había visto, lo que hizo que Hertrud la viera directo a los ojos, apretando sus manos con fuerza.
—Esmeralda, me gusta verte feliz—la escuchó, sincera—. Aunque no lo creas, eras mi mejor vecina, porque eres una sangrona—rió, frente a ella, emocional—. A veces podía oler que no te bañabas, cuando estabas sola y eso; eras muy descuidada y yo... era quien te dejaba esas comidas en la puerta, de vez en cuando—indicó, sonriendo apenas—. Ahora hueles bien—la carcajada las alcanzó, mientras su hombre las veía feliz—. No me dejas dormir, claro está, pero prefiero eso a que sigas siendo una desdichada—murmuró—. Por cierto, no importa que no te lo diga, no va a encontrar a alguien mejor en la vida, te lo aseguro y menos con ese vibrato y con tremenda voz—se burló, viendo su enorme sonrisa—. Él te ama, las acciones hablan más que mil palabras—enunció.
—Estoy segura de eso—se dieron un abrazo, agradecidas en el alma al mantener el sostén en sus palmas, antes de ver que Isabela ya corría hacia ellas.
—Oigan, ya que todo el mundo está enamorado y yo no puedo dar ni la hora, quiero ver al menos una película—refunfuñó, bajo las risas de los mayores, con Davon cercando la cintura de su esposa al tenerla de lado.
Las tres mujeres se acomodaron en las sillas, conversando sobre lo que iban a disfrutar en pantalla, a la par que Evia tomaba asiento en una de las mesas, cansada al estar a un lado de su hombre.
—¿Te sientes mal?—Recostó su cabeza de su hombro, pegada a él.
—Solo tengo punzones aquí abajo—señaló su vientre bajo—. Tengo sueño.
—Podemos despedirnos—ladeó la cabeza, volviendo a ponerla ahí, observando a las tres decidirse mientras Oliver volvía con Laura y Johnny, cargando las bolsas donde tenían maquillaje y utensilios para peinarse.
—Está bien, quiero ver—decidió, uniendo el agarre de su mano al seguir con él, fija en la escena que llenó su corazón.
Besó su sien, derretida como mantequilla por esos gestos donde se sentía tan querida, sabiendo que era algo invaluable que solo el alma podía valorar y quizás, ponerle un precio.
Ese hombre con tan poco, la había centrado a la vida, la había sacado de ese apuro y también le habia enseñado lo que era amar de verdad; no depender, ni quedarse en lugares por temor al rechazo, ni sintiéndose presionada para sostener algo que no iba a ningún lado.
Él cambió todo con esa dedicación, con querer hacerlo, llegando a arriesgarse y ahora estaban ahí, viendo los destellos que su situación había causado alrededor de los demás, sintiéndose cándida, en la luz, lejos de toda esa oscuridad que alguna vez la embargó.
Los tres estaban en el mismo espacio, con el deseo de su corazón cumplido, enraizada a lo que había pedido y dejando al fin lo que no era para su mundo.
—Estoy orgulloso de ti—cerró los ojos al oírlo decir eso, apretando sus dedos.
—Davon, esas son mis palabras—reviró, sonriente—. En tan poco tiempo, mira lo que tengo y mira en lo que me has convertido—señaló, de frente—. En tu mujer, tu esposa, una madre para Isabela, un ser humano con menos miedo y menos control del que tenía; no te había dicho que todo lo de Ron, todo ese proceso a su lado, me llevó a sentir un dolor casi imperceptible en todo el cuerpo por la necesidad de mantener las cosas bajo control; no sé cómo explicarlo, solo sé que era una sensación de rigidez que nadie podía ver, ni sentir, solo yo—comentó, segura—. Ahora no la siento, incluso me siento "detelengada"—se burló, al comprender que se refería a ese estado de soltura donde casi podía sentirse como si no tuviera huesos y su piel suelta estuviera de aquí para allá—. Se siente que estoy libre.
—Pero yo no hice ese trabajo, Evia—frunció el entrecejo al verlo—, lo hiciste sola. Te dejaste llevar y confiaste en mí, como lo hiciste por ti al tomar esa decisión definitiva—recalcó.
—¿Sabes? Yo había pensado en ir al psicólogo, pero contigo es suficiente—la risa los llenó, plenos en el abrazo al besar su frente—. Te amo.
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Editado: 14.02.2025