Aún no entraban todos los rayos del sol cuando sintió su ausencia, tocando el espacio al oírlo en la bañera, sin poder pararse para ir allí.
Exhaló, hundiendo el rostro en el almohadón que colocó como soporte para su cuerpo, aún de lado, notando la pesadez en su cabeza por lo que se durmió.
Fue sentir algo mojado lo que hizo que se espantara, despertando en el sobresalto al fijar la vista empañada en él, quien recogía el desastre que habían dejado.
La cara se le puso roja de inmediato, mirando el objeto en la basura, llena de vergüenza por haber olvidado su regla.
—No—detuvo, abriendo su boca y luego cerrándola—, estoy recogiendo para lavar abajo.
—Eso no se quita así, ¿por qué no me dijiste? Lo olvidé, estaba cansada y ahora estaba mancha...
—Se va con jabón y agua—declaró, calmado—. Buenos días—se inclinó en la búsqueda de su beso, recostada de la pared, negando.
—Te bañaste sin mí—refunfuñó, pasando la mano por su garganta—. Me siento incómoda.
—Tú me prohibiste la ayuda—sonrió, genuina—. Te traeré agua, pero primero, te llevaré al baño—asintió, dándole otro beso para sacarla en brazos de ahí, preparando la tina luego de darle una ducha de agua caliente, quitando los residuos de la noche.
—Davon, puedes botarla, si quieres; no es necesario el lavado.
—Me gusta ese color, ese crema que elegiste es muy lindo, hasta combina el rojo con él—hizo una mueca de asco, logrando su mirada de advertencia desfallecer por su risa.
—Baboso—los labios de su hombre se ensancharon, feliz.
—Tuyo—la besó, sin más—. Por ti.
—¿Qué hay de desayuno?
—Jugo de fresa, pan integral con miel, frutos secos, yogurt y cereal.
—¿Ya comió Isabela?
—No ha despertado—informó—. Tocaré la puerta.
—Sí, mi amor, oye—paró su avance, listo para limpiar el colchón—. Te amo.
—Te amo, mi amor—sonrió, recostada de la tina—. ¿Hoy vas a trabajar un poco? Así te organizo todo para que lo hagas en la cama.
—Solo los trabajos que tengo independiente, aún espero la asignación de Esmeralda—murmuró—. Luego de eso, voy a descansar—giró a verla, curioso—. Es que hoy siento más dolor abajo—hundió los hombros, detenido al ir hacia el umbral—. ¿Me preparas unos parches? Un té que me ayude con el dolor, saca la bata que creas que tiene algún superpoder para curarme y... si quieres, quédate conmigo, abrazando mi vientre bajo.
—Con gusto, mi señora—le dio un besito, estirado al dejar lo sucio en el canasto, preparando la estancia y lo demás que le pidió.
Buscó mantener la temperatura cálida en el cuarto, rodeada por la bata luego de que le puso el tampón, ya que se le hizo incómodo hacer el movimiento por el dolor.
Tuvo uno al estarlo poniendo, solo que no quiso detenerse hasta que él lo dejara listo, sin toallas que le ayudaran en esa ocasión.
Por lo mismo, su esposo se encargó de pedir todo lo que necesitaba, cosa que Isabela recibió en la puerta, tocando para dejarlo en manos de su padre.
Su compañera ya estaba en la cama, con la prenda de color lila, en posición fetal mientras sentía los dolores empeorar.
Estaba llorando en silencio cuando la joven la vio, sabiendo que el cambio había sido duro, ya que la noche anterior no estaba tan mal.
—¿Puedo ayudar en algo?—preguntó, preocupada.
—Ya hice todo lo necesario—habló—. También se tomó el té.
—¿Y los medicamentos?
—No los quiso beber—exhaló en el asentir, desganada—. Debí pedirlos en jarabe o algo.
—No es tu culpa, papá, algunos vienen así, listos para la tortura—Isabela lo hizo reír, fija en su madre de nuevo—.¿Me pasará eso?
—No lo sé, no lo creo—murmuró—. Dejaré la puerta abierta, llama cualquier cosa.
—Hecho, viejo—le puso el puño para chocar, dándole un abrazo que su niña no esperaba, devuelto en ese gesto al saber que buscaba animarlo.
—Te amo, preciosa.
—Te amo más, papá—despidió, yéndose al subir hasta el colchón.
La rodeó desde atrás, manteniendo el caliente que deseaba, porque su cuerpo parecía frío por dentro, luchando contra sí mismo, completamente cansada.
Sus sollozos los descubrió en medio del sorber su nariz, pegando la palma ahí al cerrar los ojos, guiado por el mover de su pecho que lo hizo orar por su bien.
No supo cuándo pasó, pero el hecho la derrotó, durmiendo, sin removerse por algún tirón, verificando igual que no estuviera desmayada.
El calor la despertó, de frente a él por un cambio de posición, tan pronto salía de su agarre ante la necesidad de alejar esa bata.
Fue por una desmangada, lisa, rodeada de nuevo por su marido quien abrió los ojos, verificando que todo estuviera bien.
—Dime.
—Enreda mis piernas—lo hizo, pegada más a su compañero—, tengo frío en un lado y calor en otro—pasó sus brazos sobre ella, escondida entre su pecho.
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Editado: 14.02.2025