No se cancela la boda

Queja.

Tres meses después.

—¿Mi amor?—Evia terminó de arreglar su cabello en el espejo, llevando los sarcillos a su oreja en lo que giró el rostro, viendo que pasaba a la estancia, todavía preparado.

—Ya casi salgo, iré en el auto—indicó, alisando su prenda, dándole el frente.

—¿Aún no quieres que vaya?—Lo vio de lleno, soltando los brazos al tiempo que se recostaba de la puerta, examinando su expresión.

—No, y no pienso cambiar de opinión—recalcó, sentada para dejar en orden las cosas en su bolso.

—Evia, solo serán unos días, no es nada del otro mundo.

—Davon, yo no quiero que vayas—declaró, cansada—. Te he aceptado viajes de cinco días a distancias considerables, pero este viaje, no—acotó.

—Escucha—la sostuvo del brazo, evitando que saliera del espacio, tocando sus hombros al seguir en sus ojos—, sé que no pasará nada malo. Estaré bien, si Dios así lo permite.

—Tengo un mal presentimiento—sus manos se aligeran en los hombros, afectado un poco por sus palabras, enderezado al no saber qué decir—. No me gusta la sensación que experimento cuando me hablas de ese trabajo, por eso te pido que no vayas—habló—. ¿Puedes hacerme caso esta vez?

—Puedo, pero...—Inspiró hondo, apartada en lo que fue por su chaqueta a la sala, devuelta mientras recogía las pertenencias escolares de Isabela—. Necesito el dinero, Evia—afrontó, parando su labor—. Sé que tenemos buena economía, que te ha ido bastante bien en el trabajo y a mí, desde que acepté la oportunidad que Johnny me entregó, pero también quiero ahorrar, tener algo guardado y esta paga es mi oportunidad.

—¿Cuánto? Porque eso no me lo has dicho—pregonó, entrecortada.

—Unos quince mil, mi amor.

—Puede ser todo el dinero del mundo y no vas a ir.

—¿Porque tú lo dices?—Soltó, ácido—. Quiero crecer también.

—¡No te lo estoy impidiendo! Ni siquiera te estoy controlando, he pasado días y noches sin ti estos tres meses, pero no quiero que hagas este viaje—espetó, dura—. Así que sí, porque yo lo digo.

—Mi amor...

—Basta—zanjó, inspirando hondo al sentir que algo se estaba removiendo alrededor suyo—. No me siento mal por lo que preguntaste, solo quiero tu bienestar y creo que si haces este viaje, algo malo pasará.

—Solo piénsalo.

—¿Que no entiendes mis no?—enfrentó, hastiada, mirando su rostro desencajado.

Se detuvo de hablar, hundido en la furia que sentía en ese momento, por lo que dejó la habitación, sentado con el rostro entre sus manos en el mueble.

Echó su cabello hacia atrás, oyendo el sonido del móvil, a la espera de su confirmación, viendo la pantalla.

Decidió declinar, no porque quería, sino porque no buscaba aumentar la incomodidad del desacuerdo, exhalando para tomar la calma en medio de esos minutos.

—De acuerdo, mi mujer gana—susurró, liberando los brazos al pegar la cabeza del reposo, mirando hacia la cocina un segundo.

Cerró los ojos, pensando en lo que le sucedía, el hecho de que tenía un mal presentimiento del que no le había dicho nada, consciente que muchas cosas de esas, las hablaba para no lidiar con tanta ansiedad.

Pensarla tan vulnerable le dolió, seguro de que la carga mental de su ausencia también le afectaba, a veces teniendo labor en horas que no eran las mejores, pero era el modo en que podía avanzar para luego tener su propio horario o uno mejor.

El nudo en su garganta molestó, yendo al cuarto donde la rodeó desde la espalda, descansando su cabeza contra su cuello.

—Lo siento—sostuvo su agarre, liberada en el encuentro mientras dejaba un beso contra su mejilla, cerrando los ojos contra él—. Disculpa, de verdad—se dio la vuelta, besando su frente al notar un par de ojeras en sus ojos, ante la falta de su descanso.

Pudo comprender su necesidad, el estar enfocada en su trabajo, la forma en que afrontaba lo que sucedía en casa cuando él no estaba, siendo que Isabela podía ayudarla en lo que pudiera.

Ambas estaban llevando eso a rastras, mientras él sentía tanto por estar trabajando, sintiendo lo bueno de poder ayudar, aunque la ausencia fuera una desventaja para los tres.

Ya la entendía, porque tuvo que estar sola en el momento que entregó ese proyecto que había aceptado el día de la boda, teniendo que ver a Ron en medio de la presentación.

No pudo olvidar cómo le contó sobre lo temprano que llegó para hablar con ella en esa sala, pidiéndole perdón por lo que hizo en su contra.

Evia solo pudo sostener sus manos debajo de la mesa, para evitar un ataque de ansiedad y dolor por el hecho de tener que oír de nuevo cada cosa que hizo, reconociendo su falta y la de su ex jefe, abriendo incluso la puerta para que hiciera una demanda en contra de ese hombre.

Por sus palabras, lo evaluó, pero no tomó el poder de aceptarlo, puesto que las cosas marcharon bien, después de todo eso y ya no osaba rebuscar en el pasado lo que no se le había perdido, aceptando no repetir la historia de nuevo.

Además, le parecía un absurdo llegar a tales consecuencias, donde él también tendría que caer, sin estar en condiciones de someterse a algo así.




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