Envíe mi manuscrito de narrativa contemporánea a la editorial. Espero tener éxito porque es algo distinto a lo que escribo y público.
También, durante el fin de semana viajamos a un pueblo en el Estado de México. Los viajes en carretera se disfrutan demasiado cuando estoy cerca de él; se siente como si lo conociera de toda la vida, aunque recientemente me he percatado que a penas y lo conozco.
Lo que quiero decir, es que él no me habla mucho de su pasado. Es casi como si no lo conociera y es bastante irónico a decir verdad.
—Aleksis —pronuncio sin mirarlo, pues soy yo quien conduzco—. Ahora que lo pienso casi no hablas de ti.
—No me gusta hablar de mí —responde acompañado de una sonrisa. Levanto las cejas preguntando el porqué—. No hay un motivo.
—¿En serio?
—Así es —sonríe—. ¿Qué es lo que quieres saber de mí? Pregunta lo que quieras.
Entonces comienzo con mi serie de preguntas: «¿por qué comenzaste a viajar?», «¿siempre quisiste ser chef?», «si no fueran quien eres, ¿Qué te gustaría ser?», «¿Qué hay de tu familia?». Él dice que le gustaba la idea de conocer más allá de Suomi, añade que no siempre le gustó la idea de ser chef, pero finalmente se convenció, porque lo ayudaba a conocer culturas y sabores diferentes. Dice que si no le gusta pensar en un «y si…», es lo que le gusta: chef y viajero. Su familia esta bien y tienen contacto seguido, aunque tiene años que no pisa Suomi.
—¿Por qué?
—No quiero regresar por un tiempo.
—¿Por qué? —repito—. ¿Acaso eres un criminal buscado o no te gusta Finlandia?
—No es eso —niega con sutileza—. Me encanta Suomi, pero por ahora no voy a volver.
No pregunto más el porque, porque aunque quiero, no me lo dirá, en su lugar, continuo con la mirada al frente, conduciendo, prestando atención a la carretera. Al llegar al pueblo y tras estirar mi cuerpo lo primero que hacemos es comer y después caminar mientras disfrutamos del pueblo.
Más tarde, la noche nos atrapa en el pueblo, entonces dormimos en un hostal. Él me abraza y yo me acurruco junto a él. En nuestra realidad, somos los únicos que existimos. Solo los dos… o casi, porque en mi mente aún camina el nombre de Alexis, y es como si con mi mente lo llamará, porque él envía un mensaje.
«Hola, ¿qué tal todo?»
¿Por qué me habla? Incluso a mí me parece extraño; sin embargo, no pienso mucho sobre el porque y entonces respondo:
«Hola… estoy fuera de la ciudad. Todo bien».
Espero nos segundos dejando mi móvil sobre mi pecho y mirando de reojo a Aleksis, duerme. Ojalá pudiera dormir tan bien como él. Mi celular vuelve a vibrar.
«¿Dónde estás?»
«Malinalco».
«Nunca he ido».
«¿Viajaste sola o vas con Aleksis?»
Desconozco como sea su relación ahora mismo, pero imagino que Aleksis le habrá comentado algo acerca de nosotros —además de ser obvio con todas las fotos en redes sociales—. Así que respondo un «con él».
Lentamente mis ojos comienzan a cerrarse, no sé qué responde porque me he quedado dormida. Lo sé al despertar y recordar los mensajes. El de él «qué bien». Aleksis se despierta enseguida que yo, me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa, incluso recién despertado luce guapo.
—Buenos días, rakaanni —dice él sin quitar la sonrisa de su rostro.
Revuelvo su cabello al tiempo que lo saludo y acaricio sus mejillas.
Tuvimos que irnos después de desayunar y caminar un poco por el pueblo. El viaje de regreso estuvo bien, hablamos, cantamos, nos divertimos entre ambos convirtiéndonos en buenas compañías.
Llegamos a la ciudad tras unas horas. Como él debe viajar mañana desde temprana hora, entra a casa, prepara su maleta y descansa mientras lo miro de reojo deteniendo mi lectura.
.
Salimos al mismo tiempo, lo llevo al aeropuerto y al estar dentro, rodeo su cuello con mis brazos mientras lo miro a los ojos, él rodea mi cintura y me sonríe. Entonces, lo beso. Un último beso hasta dentro de quince días.
Lo abrazo durante unos minutos. Él ríe al ver que no lo libero.
—¿Es normal que en México los abrazos duren mucho?
Rio.
—Depende.
Finalmente nos despedimos, él sube las escaleras tras ver la pantalla. Mientras camina se despide con un movimiento de mano y desaparece de mi vista.
Salgo de aeropuerto y avanzo hasta mi auto, por el cual conduzco hasta llegar al edificio de la oficina, llego un poco tarde, pero no tiene mucha relevancia y lo agradezco. Entro a mi oficina y saludo a mis compañeros quienes sonríen ampliamente al verme, entonces bajo la mirada. Hay flores.
—¿Qué lindas? ¿Para quiénes son? ¿Leticia? —Volteo a ver a César—. ¿Tuyas?
—Ya quisiera, amiga —Me mira—. Solo recuerda que mi apellido es ‘chisme’ y mi nombre ‘necesito’.
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Editado: 13.12.2021