No seas otro error (en edición)

Prefacio

 

Era una fría tarde de invierno; el viento azotaba fuertemente a todas las calles de la ciudad y la luz del día, poco a poco iba desapareciendo.  Las personas caminaban del trabajo a sus casas o viceversa y en alguna parte de la ciudad, se lograba observar cómo dos personas discutían a las afueras de un hospital; dejando a la luz la angustia y el miedo que sentían por culpa de los acontecimientos ocurridos recientemente.

— ¡Solo necesito saber que está bien! —exclamó una de ellas mientras frotaba sus manos, debido al viento invernal.  Tenía bastante frio, pero en ese momento lo que menos le importaba era eso, solo deseaba que todas las cosas sucedidas en las últimas horas, fueran producto de un mal sueño.

—Lo que necesitas es calmarte —afirmó la otra persona mirando con severidad a su acompañante. Entendía perfectamente el sentimiento de angustia que estaba sintiendo, puesto que, no era cualquier persona la que se encontraba internada en ese hospital; sin embargo, también era importante que a pesar de todo, mantuvieran la calma.

—Solo… Sabes lo importante que es para mí. —Suspiró en forma de resignación.  Sabía que no podía hacer nada y también sabía que era estúpido discutir.

—Lo sé, por eso iré a ver cómo están las cosas. Espera aquí, no puedes formar un escándalo adentro —anunció en forma de respuesta y luego se alejó, dejando a su acompañante vulnerable ante  el frio y los pensamientos negativos.

Mientras esperaba afuera, respiró; pero nada le sacaba de la cabeza la imagen de la persona que se encontraba inconsciente y  a la vez luchando por su vida. Al instante, los recuerdos invadieron su mente, haciéndole desear mucho más un “está bien” por parte de los doctores. Necesitaba que estuviera bien, pero sobre todo,  le necesitaba… Tanto, como el día necesitaba al sol o la noche a la luna. Le necesitaba y le quería.

Pasaron los minutos y la espera se hacía eterna, así que sin pensarlo dos veces entró al hospital con el corazón y la esperanza colgando del mismo hilo, temiendo que cayeran al vacío por lo que fuera a ver o  escuchar.

Caminó por los pasillos de aquel hospital, sin saber a dónde se dirigía; sin embargo, a pesar de su desorientación logró dar con aquel hombre que le daría respuestas a sus preguntas. Temía por las mismas, sin embargo tomó el miedo de la mano y habló:

— ¿Cómo está?

En ese instante, las miradas de las dos personas chocaron, deteniendo por un momento todo lo del al rededor y a la vez fue la mirada que dio respuesta a todas las preguntas…

 

 

 

 

 




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