No solo te odio

Entre recuerdos

El sonido del despertador retumbó en mi habitación, pero no tenía intención de levantarme. Me giré en la cama, abrazando la almohada, disfrutando del silencio de la mañana. Hoy no iba a la universidad.

No era como si tuviera demasiadas ganas de ver a nadie, mucho menos después de la discusión con Andrea. Aún sentía el nudo en el estómago cada vez que pensaba en ello.
Además luego de la noche de galletas con Alexander y ver películas hasta la madrugada no tenía energías para existir.

Miré mi celular. Un par de notificaciones sin importancia y un mensaje de mi mamá:

Mamá: Buenos días, hija. Llámame cuando puedas. Nick pregunta por ti.

Sonreí un poco. Mi hermano siempre encontraba la forma de colarse en cualquier conversación y creo que lo había aprendido de mi.

Me estiré en la cama antes de marcar el número de mi casa, un poco dudosa porque mamá siempre sabía cuando tenía un problema ya sea el más mínimo, siempre lo sabia. Intuición de madre decía, pero no tenía ganas de hablar del tema otra vez así que mi mision sería fingir estar alegre. Finalmente marqué el número.

—¡Por fin te acuerdas de nosotros! —bromeó mi mamá.

—Mamá, hablamos ayer.

—Pero Nick te quiere decir algo.

Escuché cómo le pasaba el teléfono y, unos segundos después, la voz emocionada de mi hermano sonó al otro lado de la línea.

—¡Paulaaa! ¡Mamá me compró un balón nuevo y ahora juego mejor que Messi!

—¿Ah, sí? Seguro sigues pateando todo menos el balón —reí.

—¡No es cierto! Cuando vengas te voy a enseñar.

Me acomodé mejor en la cama, disfrutando la conversación.

—¿Y cómo vas en la escuela?

—Aburrido, como siempre. ¿Tú?

Me quedé en silencio un momento.

—Bien… aunque a veces cansa.

—Pero te gusta, ¿no?

Sonreí un poco.

—Sí, me gusta.

Mi carrera no era fácil, pero siempre me había gustado la idea de la comunicación, de contar historias, de entender cómo funciona el mundo a través de las palabras. A veces las clases eran intensas, los trabajos agotadores y los profesores bastante exigentes, pero no me arrepentía de haber elegido esto.

Nick se quedó callado un momento antes de hablar otra vez.

—Oye, Pau… ¿tienes amigos ahí?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Sí, claro.

—¿Y te caen bien?

Pensé en Andrea. En Alexander. En Dereck.

—Sí, la mayoría.

—¿Solo la mayoría?

Rodé los ojos.

—Es complicado.

Nick se rio.

—Tú siempre haces que todo sea complicado.

Negué con la cabeza, pero no le di más vueltas. Después de unos minutos más de charla, mi mamá volvió al teléfono.

- Paula.
- ¿Sí mamá?
- ¿Que pasa?
-¿Eh?
- Te conozco muy bien, el tono que tienes no es el de siempre, si tienes algún problema puedes contarmelo.
- No es nada, otra pelea con Andrea.
- Entiendo, ¿Me lo quieres contar?
- Tal vez en otro momento, ahora estoy un poco más tranquila no te preocupes - mentí.
- Te extraño hija, cuidate.
- Lo mismo digo, mamá.

Colgué y me quedé mirando el techo por un rato.

A veces me preguntaba cómo habría sido quedarme en casa. No tener que mudarme, no estar sola en un departamento lejos de mi familia, no tener que lidiar con la universidad sin ellos cerca. Pero al final, esta era mi decisión. Y no me arrepentía.

Con un suspiro, me levanté de la cama y caminé hacia la cocina.

Hoy iba a ser un día largo.
Abrí el refrigerador y lo cerré inmediatamente.
Vacío.
Otro recordatorio de que vivir sola suponía hacer las compras yo sola y ahorrar el dinero que tenía que servirme para irme a la universidad, volver, comprar útiles para los trabajos, mi comida, etc.
Tomé un café rápido y encendi mi laptop, no tenía ganas de terminar los trabajos finales del ciclo, tal vez lo haría después.
En su lugar abrí una carpeta de fotos antiguas donde se mostraba al sonriente Nick con mi papá jugando, fotos donde salía mi yo de trece años con los brackets recién puestos, Andrea y yo en sus quince años. Y así muchos recuerdos que me llenaron de nostalgia.
De pronto ví una foto de Andrea y yo en nuestro último viaje de verano el año pasado.
Ese viaje era nuestro. Nuestra tradición.
Pero este año la diferencia era que Dereck estaría ahi.
Sentí el enojo volver, pero lo dejé pasar.
Mire el reloj.
Medio día.
Me cambié el pijama por algo más decente y salí a caminar un poco, estar en el departamento encerrada me hacía sentir peor y mucho más sola.
Camine hasta una cafetería cercana, dónde siempre iba y pedí algo de comer. No quería cocinar y esto sería un buen escape.
Antes de seguir comiendo, revisé las notificaciones de mi celular por si había otro mensaje de mamá contándome alguna travesura de Nick, pero en cambio había un mensaje del profesor Luis diciendo que era la última semana para entregar los trabajos finales.
Genial, otro recordatorio para organizarme.

- ¡Paula!
Levanté la mirada y ví a Alexander con una bandeja en la mano.
- Sabía que te encontraría aquí.
- Me das miedo.
- ¿Qué? - Me dijo divertido.
- Sí, siempre te apareces de la nada, cómo mi hada madrina.
- Pues, mucho gusto, soy Alexander tu hado madrino.
- Sería padrino mágico, inteligente.
- como sea, te tengo buenas noticias.
- ¿En serio?
- Hablé con Andrea.
En ese instante me emocioné como si fuera a ganar la loteria.
- ¿Preguntó por mi?
- Sí, incluso me dijo que hoy hablaría contigo para arreglar las cosas.
- Pues, aquí estaré para escucharla.
- Sí, deberían conversar sobre su temita.
- A todo esto, no te he preguntado. ¿Qué haces aquí y no en la universidad?
- Pues, no eres la única que se despertó sin energías.
- Mmm, pues tienes razón.

Después de un rato en la cafetería, terminamos de comer y nos despedimos. Alexander tenía cosas que hacer y yo… bueno, supuestamente también.




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