No soy el Protagonista ¿o si?

CAPITULO 22: DECZI

El aire en Arboleda no era aire de verdad. No refrescaba ni llenaba los pulmones; era como una manta húmeda que se pegaba a la piel y te recordaba, a cada respiro, que estabas atrapado en un horno que nunca se apagaba. Cada paso sobre las losas del suelo abrasado parecía caminar sobre brasas ocultas, y el sol no perdonaba a nadie: golpeaba con fuerza, como si quisiera borrar hasta las sombras.

Para Deczi, que había nacido en tierras frías, la sensación era insoportable. Para Inim, era un suplicio constante. Su piel clara, hecha para resistir la nieve y las montañas, se volvía pegajosa al instante, y cada gota de sudor parecía encenderle los nervios.

—¡Detesto este calor! —masculló ella, abanicándose con la mano sin mucha fe—. El sol de Forestia debería ser ilegal.

Deczi la miró de reojo y sonrió, aunque estaba igual de sofocado. Su camisa blanca se le pegaba al torso, y el cabello plateado brillaba como si él mismo fuera una antorcha.

—Podría ser peor… —dijo, con ese intento torpe de alivianar el ambiente—. Al menos no estamos atrapados en las minas de Nevaria.

—¿Y eso qué cambia? —replicó Inim, con una mirada fulminante—. Allí al menos había viento frío. Aquí solo hay polvo y sudor.

El comentario la hizo bufar, y a él reírse en silencio. Esa era su dinámica desde hacía meses: ella lo regañaba, él hacía como que no le afectaba, aunque por dentro lo único que quería era verla sonreír, aunque fuera una vez.

La ciudad tampoco les daba tregua. Arboleda no tenía silencios. Desde que salía el sol, todo era ruido y movimiento. Los mercaderes gritaban sus precios con voces que parecían competir entre sí; las ruedas de los carros chirriaban como si estuvieran a punto de romperse; los martillos en las herrerías marcaban un ritmo constante, metálico, sofocante. Y en los rincones, los chillidos de animales enjaulados añadían una nota aguda a la sinfonía caótica.

—No sé cómo soportan vivir aquí —dijo Deczi, apartándose el sudor de la frente con la manga.

—Se acostumbran —respondió Inim, seca. Luego, arqueó una ceja, observando a un grupo de niños corriendo descalzos entre los puestos del mercado—. Aunque a veces pienso que aquí uno sobrevive… más que vivir.

El olor era otra batalla. Una mezcla imposible: especias quemadas que venían desde los bazares, la grasa dulce de la carne asándose en las parrillas callejeras, el perfume barato de alguna dama que pasaba apresurada, y todo eso cubierto por una capa de polvo seco que se adhería a la ropa y al alma.

Deczi respiró hondo y tosió.

—Este lugar huele… a todo.

Inim giró hacia él, cruzándose de brazos.

—¿A todo? Qué manera tan inútil de describirlo.

—Lo siento por no tener tu talento poético —respondió con sarcasmo, alzando las manos.

Ella lo miró de arriba abajo, como evaluando si valía la pena seguir discutiendo. Finalmente desvió la vista y murmuró:

—Me sorprende que aguantes. En Montelado decían que eras el Renacido, pero hasta ahora solo pareces un chico corriente que se queja mucho.

La palabra le atravesó como una lanza, pero no lo dejó ver. Ya estaba acostumbrado a esa clase de comentarios de ella. Aun así, su garganta se tensó antes de contestar:

—Tal vez porque lo soy. Corriente.

Ella lo estudió un segundo, con ojos que brillaban como brasas bajo el sol. Y aunque quiso soltar otra crítica, se quedó callada. Lo cierto era que, en lo profundo, Inim misma empezaba a dudar de ese título. ¿El Renacido? Él apenas si sabía defenderse con un cuchillo. Y más aún ahora que había aparecido Progista, la verdadera Renacida, y andaba buscándolo.

El calor, el ruido, los rumores. Todo en Arboleda parecía cuchichear a sus espaldas, como si la ciudad entera se burlara de ellos.

Deczi, cargando las pertenencias de ambos, respiró hondo y dijo con tono de broma:

—Si sobrevivo a esta ciudad, Inim, créeme que cualquier misión será fácil.

Ella giró la cabeza hacia él, con expresión de fastidio, pero sus labios se curvaron apenas en una mueca. No era una sonrisa, pero para Deczi fue suficiente.

Arboleda era un monstruo que los devoraba lentamente. Pero aun así, estaban juntos. Y aunque ella nunca lo admitiría, él era lo único constante en ese caos.

Antes de llegar a este lugar sofocante, ellos habían pasado cinco meses vagando de pueblo en pueblo, siempre con la sensación de que la sombra de la muerte de Vhy los seguía de cerca. Cada amanecer traía consigo el mismo pensamiento: *si nos detenemos demasiado, ese tal Lord Doh nos alcanzará*.

El día en que Vhy murió era una herida que no cerraba. Para Deczi, la escena estaba grabada en su memoria con la nitidez cruel de una pesadilla recurrente: el olor espeso de la sangre, el rugido gutural de su padre luchando hasta el final, y después… el sonido húmedo de los hombres bestia devorándolo como si no hubiera sido un humano, sino simple carne. Era un recuerdo que se resistía a desvanecerse.

—¡Tenemos que irnos! —la voz de Inim había atravesado aquel caos, dura y urgente. Sus pequeños dedos lo habían sujetado con más fuerza de la que él imaginó posible, arrastrándolo fuera de aquella pesadilla.




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