No soy el Protagonista: Reino Enano

CAPITULO 9

Año 331 – Pueblo Nevaria/Casa de Aman

Me encontraba de pie frente a un espejo que irradiaba una luz deslumbrante, como si desde el otro lado emanara una fuente de energía que lo atravesara por completo. Mis ojos no podían apartarse de él, algo en su resplandor me llamaba, me atraía de manera casi hipnótica. Involuntariamente, me fui acercando, mis pies avanzaban como si no pudieran resistirse. Cada paso que daba, el espejo parecía ganar más fuerza sobre mí.

Cuando estuve lo suficientemente cerca, pude notar que el espejo no era perfecto. Estaba lleno de fisuras, grietas oscuras que se extendían por toda su superficie. Parecían cicatrices, profundas y negras, como si el mismo espejo hubiese sufrido incontables heridas. Cada grieta parecía desgarrar el brillo que lo cubría, dividiéndolo en cientos de fragmentos, cada uno más quebrado que el otro.

Fue entonces cuando mis ojos notaron algo peculiar. En cada uno de esos fragmentos cuarteados había una imagen, pero no una imagen cualquiera; eran escenas, casi como si cada pedazo de espejo guardara una historia diferente, como si cada uno contuviera una pequeña ventana a otro mundo. Mi curiosidad aumentaba con cada segundo que pasaba, y sin pensarlo mucho, acerqué mi mano temblorosa hacia uno de esos fragmentos. Apenas lo toqué, una sensación extraña recorrió mi cuerpo. Sentí un tirón violento, como si algo del otro lado tratara de jalarme hacia dentro. Me resistí, intenté apartarme, pero era demasiado tarde. La fuerza al otro lado era mucho más poderosa que mi voluntad, y sin que pudiera hacer nada, fui arrastrado al interior de ese pequeño recuadro.

Caí de pie, un tanto desorientado, pero cuando finalmente mis ojos lograron enfocar, me encontré en un lugar completamente diferente. No estaba en mi habitación. Lo primero que noté fue que era una casa, pero no una que reconociera. No se parecía en nada a la que yo conocía. Esta parecía estar hecha de concreto sólido, con ventanas de vidrio grueso y marcos de metal, bastante diferente de lo que yo estaba acostumbrado. El suelo bajo mis pies era frío, y al agacharme, noté que estaba hecho de un material parecido a la cerámica. Cada detalle de aquel lugar parecía cuidadosamente diseñado, todo lo opuesto a lo que yo llamaba hogar.

En una esquina de la habitación había una cama pequeña, con cobijas que exhibían imágenes de personajes extraños, figuras que jamás había visto en mi vida, lo que aumentaba mi confusión. La habitación estaba llena de juguetes, pero no eran simples muñecos o piezas comunes. Eran de metal, con formas complejas, casi intrincadas, como si hubieran sido creados por una mente poderosa, una imaginación desbordante capaz de dar vida a cosas que yo ni siquiera podría haber soñado.

Mi mirada vagaba por la habitación, hasta que lo vi. Un niño. Estaba jugando con aquellos juguetes. Debía tener unos diez años, con el cabello negro y ondulado, revoloteando de un lado a otro mientras se movía con entusiasmo. Había algo en él que me resultaba familiar, algo en la forma en que su cabello caía sobre su frente, en la manera despreocupada en que jugaba solo. No podía dejar de mirarlo, algo en su presencia me atraía más y más. Era como si lo conociera, aunque no podía recordar de dónde.

Involuntariamente, mis pies empezaron a moverse. Un paso, luego otro. No quería asustarlo, así que mis movimientos eran lentos, controlados. Sentía el impulso de acercarme, de saber más de él, pero al mismo tiempo, una extraña sensación de inquietud me recorría la columna vertebral. Mi corazón latía con fuerza mientras trataba de mantener el control, cada paso era medido, evitando cualquier ruido que pudiera alertarlo.

Cuando finalmente estuve lo suficientemente cerca, abrí la boca, pero por un instante las palabras no salían. Sentía la garganta seca, como si mi cuerpo mismo no quisiera romper el silencio que flotaba en el aire. Mi mente corría a mil por hora, pero aún así, mis labios comenzaron a moverse, y mi voz, más suave de lo que esperaba, finalmente salió...

—Hola... —saludé con un tono suave, casi como un susurro. Pero mi voz, a pesar de haber salido clara de mis labios, no llegó hasta él. El niño no reaccionó, no giró su cabeza ni mostró la menor señal de haberme escuchado. Seguía moviendo sus juguetes de un lado a otro, concentrado, como si yo no estuviera ahí, como si fuera invisible para él. Era frustrante, pero a la vez, extrañamente inquietante.

Mi mente comenzó a llenarse de preguntas mientras me movía lentamente hasta quedar justo frente a él, tan cerca que podía sentir su respiración suave y rítmica. Desde esa distancia, pude notar con más claridad su rostro, más moreno que el mío. Sin embargo, lo que realmente me atrapó fueron sus ojos. Brillaban de una forma indescriptible, como si en su interior guardaran algo mucho más profundo de lo que parecía a simple vista. Algo en ellos me transmitía una extraña sensación de calma, una serenidad inexplicable. Por un momento, me sentí absorto, atrapado en la luz que emanaban, como si pudiera ver su alma a través de ellos. Era... reconfortante, aunque no entendía por qué.

Instintivamente, moví mis manos frente a su cara, buscando alguna reacción, algún indicio de que podía percibirme. Pero nada. Absolutamente nada. Era como si yo no existiera en su mundo, como si estuviera atrapado en una burbuja que lo separaba de mi realidad. "¿Qué está pasando?" pensé, mientras una mezcla de ansiedad y curiosidad comenzaba a apoderarse de mí.

"Tal vez si lo toco, si logro hacer contacto, entonces me notará..." Esa idea pasó rápidamente por mi mente. Parecía lógico, casi desesperado. Estiré mi mano, dudando un segundo antes de seguir. Mis dedos se acercaron lentamente, el espacio entre nosotros se acortaba con cada milímetro. Sin embargo, justo antes de que mi mano llegara a tocarlo, una voz resonó en la habitación, cortando de golpe la calma extraña que había sentido hasta ese momento.




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