No soy el Protagonista: Tomo I

CAPITULO 11

Año 331. Reino Montelado

Cuando llegamos al Reino, mi madre llevaba los ojos llenos de lágrimas, como si el solo hecho de volver aquí la inundara de recuerdos. Podía ver la emoción en su rostro; ese brillo en sus ojos que la hacía ver más joven, como si regresara a la época en la que vivió en este lugar.

Las casas eran pequeñas, construidas con madera, metal fundido y roca, en una combinación que les daba un aspecto resistente, casi eterno. Las calles estaban empedradas de forma meticulosa, cada piedra colocada con cuidado para que el camino fuera parejo. Esto hacía que las carretas de metal tiradas por caballos avanzaran sin los molestos brincos de otros caminos; aquí el avance era suave, constante.

“Deczi, bienvenido a Montelado,” dijo Corin, con su voz grave y profunda, que resonaba como un eco en la plaza. Su tono tenía una mezcla de solemnidad y afecto que me hizo sentir que este saludo era importante para él.

Miraba alrededor, fascinado por el lugar. La plaza estaba llena de puestos atendidos por enanos, cada uno de ellos vestido con ropa de trabajo, pieles y telas gruesas. Era un mundo completamente distinto de Nevaria; aquí todo parecía más sólido, más verdadero, más… real. No podía decir nada, solo observar en silencio.

Corin volvió su atención a mi madre y le dirigió una sonrisa entre su espesa barba. “Aman, igualmente, bienvenida de regreso a casa. Hemos cuidado bien la casa de tu padre… para cuando decidieras regresar,” añadió, casi en un susurro, con respeto. Sus palabras estaban llenas de algo profundo, como si le dijera a mi madre algo que ella realmente necesitaba escuchar después de tanto tiempo.

Mi madre lo miró con ojos agradecidos, y vi cómo el brillo en su mirada se transformaba en tristeza, una pena que parecía arrastrar desde hacía años. “Gracias, Corin… Lamento no haber estado en los últimos días de mi padre. Lamento… no haber asistido a su funeral,” dijo, con la voz rota, como si esas palabras le pesaran. Sus facciones se torcieron por la culpa y el dolor, pero entonces Corin le dio unas palabras que parecieron aliviar su carga.

“No te preocupes por lo que fue, Aman. Ambos tomaron sus propias decisiones,” le respondió él, calmado y con un tono que transmitía serenidad. Luego sonrió suavemente y añadió, “Pero aquí estás de nuevo, y, de hecho, ahí es donde vivirán… en la casa que fue de tu padre.” Corin miró a mi madre a través de su espesa barba, sus ojos cálidos y llenos de bienvenida.

Ella esbozó una sonrisa, pequeña pero sincera, como si con esas palabras el peso de los años se hubiera hecho un poco más ligero.

“Corin, cuando salimos de Nevaria, me habías dicho que tenías algo importante que decirme. ¿Qué es?” le pregunté, mientras nos acercábamos a una casa que destacaba entre las demás. Era hermosa, diferente de las otras que habíamos visto en el camino. Esta casa estaba construida completamente de roca sólida, y su puerta, de madera oscura y robusta, tenía tallados precisos y detallados que parecían hechos a mano con un esmero impresionante. Era una puerta que invitaba al respeto.

Corin me miró, con una calma que parecía casi estudiada. “No te preocupes por eso ahora, Deczi. Toma unos días para acomodarte con tu madre, conozcan de nuevo el lugar y descansen. Después vendré a hablar contigo. Lo único que puedo adelantarte es que no vendré solo; otros vendrán conmigo.”

“¿Qué otros, Corin?” preguntó mi madre, que hasta ese momento había estado escuchando en silencio, sin intervenir. Su tono era firme, curioso, como si tratara de leer entre líneas.

Corin se quedó en silencio por un momento, pensativo. Podía ver cómo su mirada se endurecía, como si estuviera debatiendo consigo mismo sobre si debía decirnos más, ahí mismo, en plena calle. Finalmente, tomó una decisión. Inspiró profundamente y soltó las palabras de manera lenta, casi como si fueran un secreto que apenas estaba dispuesto a compartir.

“Vendrán algunos miembros de la Compañía, el General Torr y, muy probablemente, el mismo Rey Alto.”

Las palabras de Corin parecieron golpear a mi madre de una manera inesperada; se quedó completamente quieta cuando escuchó lo del Rey. Una sombra de sorpresa y preocupación pasó por su rostro mientras lo miraba, tratando de entender el motivo. “¿El Rey Alto? ¿Por qué vendría el Rey Alto a vernos, Corin? Creo que no nos has contado toda la verdad… tus razones para traernos de vuelta a Montelado no son exactamente las que nos dijiste.”

Corin se detuvo a su lado, y con una tranquilidad que contrastaba con la sorpresa de mi madre, le tomó el brazo suavemente, casi con una ternura que no había visto en él antes. La animó a seguir avanzando. “Aman, primero lleguemos a su casa, y ahí tal vez les diga algo más.”

Mi madre, claramente molesta, resopló y comenzó a caminar más rápido, sin mirar atrás. Yo podía ver cómo su semblante había cambiado, pero también noté que, a pesar del enfado, Corin mantenía una pequeña sonrisa en su rostro. Era como si realmente estuviera feliz de tenerla de vuelta en el Reino, como si verla en su tierra le diera una alegría genuina, algo que pocas veces se veía en él.

Mientras caminábamos hacia la casa, no pude evitar sentirme cada vez más inquieto. ¿Qué era tan importante como para que el mismísimo Rey Alto viniera a vernos? ¿Qué podía significar eso para nosotros?

Al abrir la puerta de la casa, me envolvió un olor a moho y piedra húmeda, como si las paredes respiraran después de tanto tiempo encerradas. El lugar estaba cubierto de gruesas pieles de distintos animales, tapizando los muros para mantener el calor. El sonido suave del crepitar de la fogata encendida resonaba en el silencio, y noté que todo ya estaba preparado, como si alguien hubiera llegado antes que nosotros y se hubiera encargado de que todo estuviera en orden para recibirnos.




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