Las dos entradas a Nevaria estaban reforzadas con una vigilancia intensa, cada detalle diseñado para frenar cualquier amenaza. Los soldados enanos, robustos y disciplinados, patrullaban con armaduras bruñidas que brillaban bajo la luz mortecina del atardecer. Habían erigido una barrera de madera con púas afiladas, un improvisado muro de defensa que olía a savia fresca y madera recién cortada. Detrás de esta, barriles de alcohol aguardaban, no para ser bebidos, sino como una trampa explosiva en caso de un ataque inminente. En las torres de vigilancia y los tejados, arqueros con cejas fruncidas sujetaban con firmeza sus arcos, las puntas de las flechas brillando con un fulgor metálico, listas para ser disparadas al menor indicio de peligro.
La atmósfera estaba cargada de tensión. El aire tenía un sabor metálico, mezcla de sudor y temor, mientras el murmullo de botas pesadas y órdenes en voz baja llenaban el ambiente. Nadie hablaba más de lo necesario, y los ojos de los soldados reflejaban una mezcla de determinación y resignación.
“¿Esto es todo lo que se nos mandó desde Montelado?” El general Torr, un enano de mediana estatura pero de presencia imponente, habló con un gruñido bajo que resonó como un trueno contenido. Su barba, gris con mechones de blanco, estaba tan tensa como su rostro, y sus ojos oscuros taladraban a Corin, quien se mantenía erguido pero claramente incómodo.
Corin, la voz del Rey Alto en esta tierra comprada por los enanos, respondió con una firmeza que apenas ocultaba su propio desasosiego. “Sí, general. Es lo que se nos ha enviado. El Rey Alto ha decidido que lo primordial es salvaguardar el pueblo, aunque eso signifique sacrificar a los lugareños.”
Las palabras cayeron pesadas, como si fueran piedras lanzadas en un pozo sin fondo. Torr bufó con una furia contenida, su mandíbula apretada dejando ver los músculos tensos en sus mejillas.
“¿Y qué pasa con ese tal Deczi?” preguntó, su tono más cortante ahora. “¿No se suponía que vendría con nosotros? La fuerza de un Renacido sería invaluable en una situación como esta. Los humanos y los Hombres Bestia podrían atacar en cualquier momento, y nos envían sin apoyo real. ¡Esto es una locura!” La preocupación en su voz era palpable, aunque disfrazada de enojo. Sus dedos tamborileaban contra el pomo de su espada, un gesto que delataba su ansiedad creciente.
Sin decir palabra, Corin extrajo una carta arrugada de su bolsillo interior y se la tendió al general. El sello del Rey Alto todavía colgaba, roto, de la parte superior. Torr la tomó con brusquedad, desdoblándola con movimientos rápidos.
“¿Escapó?” La furia en su voz fue un golpe en el silencio tenso que rodeaba a ambos. “¡Ese maldito mocoso tuvo el descaro de escapar! Igual que su madre hace 17 años.”
El general Torr golpeó la mesa cercana con su puño, el ruido reverberando como un tambor en la habitación vacía. Sus ojos, inyectados en sangre, miraron fijamente a Corin, quien desvió la mirada, incómodo.
Por más que Corin quisiera defender a Deczi y a Aman, el peso de la decepción lo aplastaba. La lealtad que había sentido hacia ellos parecía una broma cruel ahora. “Sí,” dijo al fin, su voz cargada de frustración y algo que se acercaba al remordimiento. “El Rey dedujo que Deczi no era el Renacido, pero aun así iba a enviarlo para ayudarnos. Sus poderes, aunque limitados, eran verdaderos. Sin embargo, antes de que pudiera ser entregado, él… escapó.”
“Maldita sea,” murmuró Torr, entre dientes apretados. Su furia parecía consumirlo, como un fuego que no encontraba salida. “No sé qué demonios está pasando en Montelado, pero espero que su madre pague por esta traición, así como Ikol lo hizo por ella.”
Sus palabras, llenas de veneno, dejaron un eco amargo. Corin apenas podía mantener el contacto visual. Aunque entendía la ira del general, había algo en la crudeza de sus palabras que le revolvía el estómago. Apretó los puños con fuerza, tratando de contener sus propios pensamientos traicioneros.
“No será así,” dijo al fin, señalando con un gesto de su cabeza la carta que Torr sostenía aún en su mano temblorosa. “Lee lo último.”
La mirada del general Torr descendió a las últimas líneas del pergamino, sus ojos recorriendo las palabras con rapidez. De repente, se detuvo, y el color pareció drenarse de su rostro, reemplazado por una mezcla de incredulidad y rabia contenida.
“¿Aman y el Rey Alto… se casarán?” Sus palabras salieron en un susurro ronco, pero el impacto fue como una explosión en la sala.
El silencio que siguió fue casi insoportable. Solo el sonido lejano del viento, arrastrando polvo y cenizas, se atrevió a interrumpir.
Después de leer la carta y recibir las impactantes noticias, el general Torr, Corin y los enanos que conformaban la resistencia comenzaron a reorganizar su estrategia con la meticulosidad propia de su raza. La nieve caía con un ritmo constante, cubriendo Nevaria en una capa blanca que crujía bajo las botas de los soldados. El frío mordía la piel expuesta, haciendo que cada respiro dejara volutas de vapor en el aire. Las casas del pueblo, construidas de madera oscura y techos inclinados, parecían pequeños refugios atrapados en una tormenta perpetua. Las ventanas, empañadas y cubiertas con gruesas cortinas, eran las únicas barreras contra el viento helado que ululaba entre las calles desiertas.
Torr, con su voz áspera y un rostro endurecido por años de batalla, trazaba líneas con el dedo sobre un mapa rudimentario colocado en una mesa improvisada dentro de la taberna del pueblo. “No podemos dividir nuestras fuerzas protegiendo ambas entradas,” gruñó mientras sus ojos recorrían las marcas del pergamino. “Eso nos haría débiles. Necesitamos concentrar la defensa en puntos estratégicos, obligarlos a entrar en un terreno que favorezca nuestras habilidades.”
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fantasia, fantasia oscura, isekai o reencarnación en otro mundo
Editado: 31.12.2024