No soy una Damisela en Apuros

Capítulo 1. El príncipe no siempre obtiene la victoria

El viento del oeste soplaba con inmensa fuerza, el cielo comenzaba a llenarse de oscuras y gigantescas nubes, los árboles del bosque se movían de un lado a otro como muñecos de trapo llevados sin voluntad propia; cada vez, los sonidos de animales nocturnos se hacían más presentes, y la atmósfera no dejaba de sentirse tensa.

Hoy no era un buen día.

Uno y otro golpe se escuchaba a cada segundo, el contacto de metal con metal cuando las espadas chocaban, el crujir de las hojas bajo los pies que huían apresurados, el susurro de un plan o alguna estrategia, la respiración entrecortada, los latidos a mil por hora, los gritos de dolor, las llamas encendiéndose, las flechas cruzando el viento, algún cuerpo cayendo, el último suspiro. 

Gotas del cielo comenzaron a caer por montones, aún no era momento de retirarse. Los cuerpos empapados perdieron la facilidad de moverse, las armaduras estaban atrofiadas, no se veía absolutamente nada.

Hoy no era un buen día.

El murmullo de la muerte se sentía cada vez más cerca, se paseaba entre los cuerpos acariciando, susurrando, produciendo esa extraña sensación fría, temerosa, lúgubre; arrebatando a aquellos que ya no podían defenderse y habían perdido la esperanza, su espíritu...


El grupo de teatro se mueve en sincronía representando cada una de las palabras que la directora narra vehemente para ellos, pareciera que todos están conectados. La batalla es casi real; los disfraces, la utilería, la música, todo.
 

Aquel que había sido en otro tiempo un paraje cálido y tranquilo, ahora se convertía en el escenario de una batalla perdida; un río de sangre corría por sus surcos, las huellas en el barro se borraban por la lluvia que las cubría, no quedaban señales o rastros que seguir, no se podía escapar.

El rey se había perdido. 

Todas las proximidades eran totalmente desconocidas, esa parte del bosque no la había visto nunca. Las gotas de sudor caían lentamente por su frente a cada segundo que pasaba. Estaba totalmente solo.

La desesperación crecía con el paso del tiempo, podía escuchar órdenes a lo lejos. ¿Qué era eso? Bien sabía que alguien podría encontrarlo, aunque no precisamente la gente de su bando. ¿Carruajes? Ellos llegarían en cualquier momento. ¿Caballos galopando? Era su fin. ¿Pólvora?

El cielo se iluminó de repente, todo a su alrededor se llenó de un calor abrumante, asfixiante, y una espesa nube de humo se levantó en segundos. Lo único que veía era un intenso color rojo.

Sus pulmones no reaccionaban, se quedaba sin oxígeno.

Un grito desgarrador se escuchó detrás de la cortina de fuego. El ruido sordo cuando las armas golpearon el suelo secundó la desgracia.

El rey se había perdido.

 

La chica en la habitación mueve los dedos de sus manos con agilidad mientras en su mente se crean nuevas y mejores escenas. La sonrisa en su rostro se refleja en la pantalla de la computadora, se siente satisfecha, todo el trabajo de los últimos cuatro años por fin daría sus frutos. 

 

La última batalla tenía lugar en el claro del bosque. Uno a uno. Los cuerpos heridos aún intentaban salvar su vida. 

¿Acaso tenía sentido? 

Miles de hombres estuvieron dispuestos a luchar para salvar su reino, sus tierras, su libertad; ¿y ahora?

Los príncipes de ambos reinos se miraban el uno al otro. Su respiración agitada podía escucharse, sus cuerpos cansados intentaban reunir la poca fuerza que les quedaba. La expresión en sus ojos mostraba determinación y firmeza. 

Ya no tenían miedo, ¿qué más podrían perder?

El príncipe Edward fue el primero en correr hacia su oponente, debía acabar con esto de una vez por todas. 

Desde uno y otro extremo del claro dos figuras comenzaron a moverse en dirección a la otra. El brillo deslumbrante de sus espadas traspasaba la neblina, la agilidad con que se desplazaban y la velocidad para atacar y protegerse anunciaba el único propósito de la pelea: sobrevivir.

Pronto las armas dejaron de ser protagonistas de la acción cuando cayeron lejos de sus manos. No era momento para rendirse todavía. Los puños colisionaban en el cuerpo del otro, sangre brotaba de las heridas, la fatiga estaba a punto de debilitarlos por completo, cada segundo significaba un paso más cerca de la ruina. 

Edward sentía perder.

Ya estaba desfalleciendo, su visión se nublaba y la mezcla de la lluvia y el sudor la opacaban por completo. Su oponente parecía no perder la fuerza, cada golpe de su parte maltrataba un poco más su ya decaído cuerpo, era solo cuestión de tiempo. 

La corona rodó por el prado luego del último golpe que el príncipe recibió en el rostro hasta quedar en medio de un charco de lodo, mientras él caía al suelo casi rendido. No tuvo tiempo para reponerse, no hubo ocasión para levantarse. Cerró los ojos. Ahora todo lo que quería era un instante de paz, de esa calma que se le había negado desde hacía tanto tiempo.



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En el texto hay: humor, romance, drama

Editado: 30.04.2022

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