La mañana era tranquila como cualquier otra. Los Bardoux terminaban con su rutina para antes de ir al colegio.
A pesar de la corta edad de Nicolás, ya se encontraba preparado, había leído junto a mamá siguiendo su plan de lectura conjunta, solo faltaba hacer el desayuno y poner la lavadora a funcionar, claro, Nico era el encargado de la ropa ese día.
De todas las actividades, lo mejor de todas era cocinar. Nico lo amaba porque combinaba las tres cosas que apreciaba: matemáticas, sabores y a su mami. Desde la muerte del señor Bardoux los lazos de ambos se estrecharon más de lo que fue antes.
Eran el apoyo que necesitaban y para Nico, eso los hacía la familia perfecta.
—¿Guardaste tus herramientas de arte en tu mochila, mi niño? —cuestionó Marie con una pequeña sonrisa.
—Lo hice, mami. ¿Llevas tu carpeta?
—La llevo. Estamos listos, tenemos buen tiempo para llegar al trabajo y dejarte en el camino.
—Como siempre. Mami, somos el mejor equipo.
Saliendo de casa, escucharon el alboroto de un gran camión, el cual parecía ser de mudanzas. El ceño de ambos se frunció al notar que se detenía en la casa del lado, la cual llevaba más de treinta años abandonada.
Un auto llegó poco después que el camión, con sus vidrios polarizados, no se podía ver al interior.
—¿Quién será? —murmuró Marie pensativa.
—No lo sé, espero que no sea un niño ruidoso. Que sea un anciano para jugar damas.
—Sería bueno que fuera un niño, sería lindo verte jugar con otros que no sean tus amigos de siempre.
—¿Quieres que haga más amigos? —indagó pensativo—. Está bien, mami, haré lo que quieras si te hace feliz.
Tomó la mano de ella al ver que se bajaba un hombre alto, de cabello castaño, con un porte similar a los chicos que su mamá veía en la televisión, esos que parecían sacados de una serie de espías del siglo pasado.
Al verlos, el extraño les lanzó una sonrisa bastante encantadora, se acercó a saludar, dándole un beso en el dorso de la mano a Marie y despeinando el pulcro peinado de Nico. Los ceños de ambos estaban fruncidos, casi intentando ocultar la incomodidad que sentían en ese momento.
—Nuevos vecinos, es agradable tener amigos apenas llegas. Soy André, espero que nos llevemos bien.
—Soy Nicolás, ella es Marie Bardoux, mi madre. Y si nos disculpa, estamos de salida, hasta luego —arrastró a su mamá al auto. Al verse en el espejo, notó lo mal que ese hombre dejó su cabello.
—Eso fue… incómodo y bastante invasivo. Mira cómo te dejó tu peinado.
—No te preocupes, mami, lo arreglaré en el camino, ahora, puedes conducir antes de que se nos haga tarde. Detestamos los retrasos.
—Ja, ja, ¡qué adorables! —se dijo André a sí mismo mientras llevaba sus manos a los bolsillos.
—Señor, ¿dónde dejamos este cofre? —preguntó uno de los mozos.
El rostro de André palideció al ver el objeto que el hombre casi que traía sin cuidado. Bien, quizá esa fuera una exageración, pero ese era el bien más preciado que jamás había tenido. Lo cuidaba con su vida.
—Ven, ven, yo lo llevo —dijo, porque el único lugar seguro eran sus manos.
Era el único recuerdo que le quedaba de la persona que más llegó a amar en su vida, sí, podría decir que esa persona fue su primer amor. Desde que ella se fue de su lado, eso es lo único que le hace sentir su cercanía.
Antes de entrar a casa, se dedicó a ver por última vez el punto en que se encontró con esa inquebrantable familia de dos.
»Parece que ella se clonó —soltó una carcajada mientras negaba con su cabeza—. No parece ser un vecindario aburrido.
Una llamada lo sacó de su breve trance, era su madre.
—¿Llevaste tu antihistamínico? Recuerda que debes cargarlo a dondequiera que vayas.
—Lo sé, mamá. No soy un niño —le sonrió al teléfono mientras tomaba aire.
Así eran las madres, siempre preocupándose por el bien de sus hijos, poniendo sus propias necesidades en segundo plano.
—Tu padre dice que no creas que puedes tomarte la semana libre, debes volver al trabajo en dos días. Ya sabes, él está muy viejo para seguir encabezando la compañía.
—¡Yo no estoy viejo! ¿Está mal que quiera descansar luego de trabajar toda mi vida para darles todo lo que necesitaban? —se quejó en el fondo, pero se notaba el humor en sus palabras.
Ser una de las familias más adineradas del lugar era una gran presión, siempre intentando no caer en las trampas de los supuestos amigos; sin embargo, los Freiner eran caracterizados por mantener el equilibrio entre el trabajo y su felicidad como familia.
Esta era la razón por la que André no tenía problemas en mostrarse tal como era, fuera de su sitio de trabajo. En el interior de este, él era una máquina para los negocios, sin demostrar compasión para la competencia.
Debido a la clasificación de las cajas, organizar lo que llevó a su nueva casa, fue mucho más rápido de lo que pensó, por lo que le quedó el tiempo suficiente para ver por la ventana, justo cuando sus vecinos llegaban a casa.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 11.12.2024