Capítulo 09
«Son negocios»
Una sonrisa satisfecha se formó en los labios del pequeño, el cual estaba satisfecho con poder obtener ese libro tan valioso para él, a pesar de tener que pasar días al lado de ese hombre extraño.
Esperaba que no fuera tan ruidoso como los niños de su edad y que supiera seguir instrucciones. No podía olvidar la vez en que su mamá lo ofreció para darle clases a sus compañeros de finanzas personales, para que supieran ahorrar para el viaje de vacaciones. Todos esos días fueron un verdadero infierno para el pequeño Nicolás, el cual, desde ese día, se dio cuenta de que ser maestro no era para nada su vocación.
—Espero que no se arrepienta de nuestro trato, joven Nicolás —afirmó André mientras firmaba los documentos que, al parecer, sí tenían respaldo legal.
Eso fue lo primero que notó cuando comenzó a leer cada una de las condiciones y cláusulas que existían en este. Una pequeña risita se escapó de sus labios al ver cómo Nico lo leía de la misma manera que él. Cada uno obtendría una copia.
—Por supuesto que no me advertiré. He deseado ese libro desde que aprendí a leer, señor André. Me alegra saber que no tendré que esperar demasiado tiempo para que alguno de los dueños de las otras copias decida subastarlo —sostuvo mientras firmaba el documento y se lo extendía a André para que firmara ese también.
La sonrisa de André tambaleó un poco mientras procesaba las palabras del niño.
—¿Qué libro quiere? —Lo miró fijamente, sintiendo que tenía algún haz bajo la manga.
Cuando escuchó el nombre del libro, su sonrisa abandonó por completo su rostro. ¿Había escuchado bien? ¿Cómo era posible que un niño de seis años se atreviera a pedir un libro de finanzas? Mucho menos uno del que solo existían tres copias en el mundo.
Una risa seca e incrédula apareció mientras él sacudía su cabello. Sí, había dado su palabra de que le daría cualquier libro que deseara a Nicolás, solo por clases de cocina. Quizá debería haber especificado qué clase de libro era la que el niño quería.
—No se preocupe, señor André. Lo cuidaré como si fuera uno de los pocos ejemplares que existen —expuso el pequeño con una sonrisa que mezclaba la satisfacción y la maldad más pura que André jamás podría haber llegado a ver en un ser humano.
—Sí, no se preocupe por eso, joven Nicolás. Lo tengo memorizado —regresó esa sonrisa confianza que lo caracterizaba—. ¿Cuándo le parece que comencemos con las clases?
Ya en casa de André, este caminaba de un lado a otro. Ese libro había sido un regalo de su padre el día de la inauguración de su primera sede. Ese libro era tan especial para él que lo había cuidado como si fuera de un cristal frágil, y ahora, todo debido a un astuto niño de seis años, tenía que cederlo.
—Yo y mi gran bocota —se quejaba entre dientes—. ¿Cómo le diré a papá que se lo di a un niño tan pequeño? —se despeinó un poco mientras veía en dirección a la cajita musical.
El único lado positivo que veía en toda esta situación, además de que lo tenía grabado de memoria, era que sabía que Nicolás cuidaría de él tanto o mejor que él. Era un niño demasiado inteligente y que en ocasiones le resultaba espeluznante, pero, por lo menos, tendrían algo más de lo que hablar.
El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos, era su madre. Un gruñido se escapó de sus labios suponiendo que su primo había regresado. Ahora, no solo estaba molesto por haber perdido su libro, sino también por recordar el descaro del hijo de su tío, el cual no se detenía y seguía desperdiciando los recursos de la familia y abusando de la bondad de esta.
—Si ese engendro regresó, dígale que ya llamé a la policía —soltó, apenas contestó.
—André, no recuerdo haberte criado de esa manera —se quejó su madre el otro lado de la línea; sin embargo, se apreciaba que estaba conteniendo la risa que se esforzaba por salir—. Tu padre te envía un recado: si no vienes a trabajar el día de mañana, entonces tu salario se reducirá a la mitad —hizo una pausa—, no, se reducirá a un cuarto de tu salario actual.
—Pero… mamá… —se quejó.
—Son órdenes de tu padre, no tengo nada que ver ahí —expuso con aparente inocencia.
—Está bien, regresaré mañana al trabajo. Adiós, vacaciones pagas, hola de nuevo, esclavitud —afirmó de manera dramática.
Lanzó un gruñido al escuchar que su madre terminó la llamada. Ella lo hacía porque era consciente de que podría terminar abogando por su hijo, y eso no era lo que necesitaban en ese momento. André debía regresar a sus labores para que ella y su esposo se pudieran ir al crucero que ya habían pagado y del cual, Andre no tenía por qué enterarse hasta que estuvieran ya instalados en el bote.
Su mirada regresó a la caja musical, se acercó a ella y, al abrirla, comenzó a sonar una melodía bastante familiar, una que conocía a la perfección y que provocaba que una ola de calidez se extendiera por su cuerpo. Era una melodía que lo hacía sentir en casa.
—¿Cuándo será el día en que nos volveremos a ver? —murmuró con un tono nostálgico, llevando esa cajita a su pecho—. Por lo menos a Nicolás no la vio, o yo habría muerto de la tristeza —se quejó—. Debería preguntar las condiciones antes de firmar algún documento con un niño a partir de ahora.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 07.01.2025