Capítulo 16
«Comenzar de nuevo»
Nico entró en casa con paso tranquilo, aunque su mente todavía estaba enredada con todo lo que había descubierto. Su conversación con André había sido inesperadamente interesante, pero lo que más lo inquietaba era la revelación sobre su tía Eleonor.
El aroma de la comida casera llenaba el aire, era cálido y familiar, como un recordatorio de que, aunque el mundo estuviera lleno de cosas inciertas, la cena de su madre siempre estaría ahí.
Marie, que estaba sirviendo la comida, levantó la vista al verlo entrar.
—Ahí estás, Nico —dijo, con una sonrisa suave mientras colocaba un plato en la mesa—. Justo a tiempo. Anda, ven a sentarte antes de que se enfríe.
Nico se acercó a la mesa con la misma calma de siempre y tomó asiento en su lugar habitual.
—¿Dónde estabas? —preguntó Marie mientras se sentaba frente a él.
Nico cogió el tenedor con tranquilidad antes de responder. —Conversando un poco con el señor André —dijo como si no fuera nada del otro mundo.
Marie dejó su vaso de agua a medio camino y arqueó una ceja.
—¿Con André?
—Sí, mami. —asintió.
Ella lo miró con curiosidad. Su hijo nunca había sido el tipo de niño que buscara interacción social. Claro, podía hablar con adultos cuando era necesario, pero tenía sus límites bien marcados. No era de los que establecían conversaciones casuales con vecinos excéntricos solo porque sí.
—¿Sobre qué hablaban? —preguntó con genuino interés.
—De muchas cosas —respondió Nico mientras partía un trozo de su comida con el tenedor—. De justicia, de la vida y de cómo no quemar una cocina en menos de cinco minutos.
—¿Perdón? —soltó una pequeña risita recordando el incidente anterior en la cocina de André.
Nico levantó la vista y tragó antes de responder.
—Le enseñé a cocinar.
—Espera, espera… ¿tú le enseñaste a cocinar a alguien? ¿Sabes cocinar? —Eleonor lo miró con incredulidad.
—Sí. Bueno, si se le puede llamar «cocinar» a evitar que una sartén se convierta en una bola de fuego —explicó con toda la seriedad del mundo—. Pero sí, digamos que fue su primera lección básica de supervivencia en la cocina.
Marie dejó escapar una carcajada.
—Dios mío, ¿qué le hiciste a ese pobre hombre?
—Nada, mami. Al contrario, lo ayudé. Antes de que yo interviniera, su manera de cocinar era básicamente un atentado contra la seguridad pública. Ahora, al menos, sabe que no debe batir los huevos con tanta agresividad.
Marie no podía parar de reír. La imagen de André peleando con una sartén y Nico dándole instrucciones como un chef profesional era demasiado.
—¿Y él qué dijo?
—No mucho, estaba demasiado ocupado tratando de no romper más cosas. Pero creo que le gustó la clase. Dijo que tal vez podríamos intentarlo de nuevo otro día.
Marie apoyó la mejilla en su mano y lo miró con una sonrisa curiosa.
—¿Y tú quieres?
Nico se encogió de hombros con aire pensativo.
—No estaría mal. André es… raro, pero de una forma interesante. Me gusta observar cómo piensa, y mi libro no se pagará solo, ¿recuerdas? Debo darle clases sí o sí.
Marie sonrió ante la lógica tan peculiar de su hijo. Desde el otro lado de la mesa, Eleonor los observaba, con una sonrisa pequeña pero melancólica. Cuando vio que la conversación se calmaba un poco, decidió intervenir.
—Nico —llamó con suavidad.
—¿Sí? —El niño desvió su atención hacia ella, notando que su voz sonaba más seria que antes.
Eleonor se humedeció los labios, como si estuviera eligiendo bien sus palabras.
—Me gustaría que pasáramos un poco de tiempo juntos antes de que me vaya de viaje.
El ceño de Nico se frunció al instante.
—¿De viaje? —repitió, confundido—. Pero si apenas regresaste…
El silencio que se formó en la mesa fue tan pesado que hasta Marie dejó de moverse. Eleonor suspiró y se apoyó en la mesa, entrelazando los dedos.
—Lo sé, cariño, y sé que suena extraño. Pero necesito un poco más de tiempo para… para encontrarme de nuevo.
Nico se quedó mirándola, sus engranajes mentales estaba marchando a toda velocidad.
—Eso no tiene sentido —dijo finalmente, cruzándose de brazos—. ¿Cómo te vas a encontrar si ya estás aquí?
Marie mordió el interior de su mejilla para no sonreír. Eleonor dejó escapar una pequeña risa, aunque su expresión seguía siendo melancólica.
—No me refiero a encontrarme físicamente, Nico —explicó con paciencia—. Me refiero a encontrarme a mí misma, a entender lo que quiero hacer ahora.
El niño tamborileó los dedos en la mesa. —Podrías hacer eso aquí, con nosotros. No veo por qué tienes que irte para eso.
Eleonor bajó la mirada y sacudió la cabeza con una sonrisa resignada.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025