Capítulo 18
«Familia de dos»
La casa de André solía ser un lugar silencioso, con las mismas sombras danzando en las esquinas noche tras noche. Pero esa noche en particular, la presencia de Marie y Nico parecía haber cambiado la atmósfera. La cocina aún conservaba el aroma de los pancakes que habían preparado y la risa ocasional de Nico todavía flotaba en el aire, aunque ahora, el pequeño se había retirado a la sala con un libro en manos, perdiéndose en sus páginas con la facilidad de quien se encuentra más cómodo entre letras que entre personas.
André observó el desorden en la cocina con resignación, soltando un suspiro. —¿Siempre se arma este caos cuando cocinan? Porque si es así, entiendo por qué prefieres no meterte mucho en la cocina.
Marie, que se encontraba apoyada en la encimera mientras enrollaba las mangas de su blusa, arqueó una ceja con fingida indignación. —¿Insinúas que no sé cocinar?
—Insinúo que, si así es como queda la cocina después de hacer algo tan simple como pancakes, no quiero imaginar cómo sería después de un platillo más complicado.
Marie chasqueó la lengua, con un poco de diversión. —Es una cocina, André. Está para usarse, no para que se vea bonita.
—¿Quién dijo que quiero que se vea bonita? Solo quiero que no parezca que un tornado pasó por aquí.
—Entonces, ¿qué esperas para limpiar?
El hombre resopló, negando con la cabeza. —Tienes razón. Si no lo hago ahora, mañana me voy a arrepentir. —Se puso de pie y comenzó a recoger los platos sucios, llevándolos al fregadero.
Marie lo observó por un momento antes de tomar un paño de cocina y colocarse a su lado.
—Te ayudaré. —dijo.
Él la miró de reojo. —No es necesario.
—Lo sé —respondió ella con naturalidad, comenzando a secar los platos que él lavaba—. Pero quiero hacerlo.
Y con eso, no hubo más discusión.
El sonido del agua corriendo y el suave tintineo de los platos al ser colocados en su lugar crearon una especie de ritmo silencioso entre ellos. No se apresuraban ni se esforzaban demasiado en llenar los vacíos con palabras innecesarias. Era extraño, pero en lugar de resultar incómodo, la tranquilidad se sentía… bien.
—Así que… —André rompió el silencio después de un rato—. ¿Siempre ha sido así? ¿Tú y Nicolás, solos?
Marie tardó unos segundos en responder, como si estuviera ordenando sus pensamientos antes de hablar.
—Sí… desde que Nick murió. Pero incluso antes de eso, siempre fuimos nosotros tres, sin muchas personas más alrededor. Supongo que nos acostumbramos a ser nuestra propia burbuja.
André asintió, aunque sus ojos estaban fijos en la espuma que se formaba en el fregadero. —Se nota. Nicolás… es un niño muy especial. No es como la mayoría.
—Lo sé.
—Es extraño —continuó él, girando un poco la cabeza hacia ella—. No suelo llevarme bien con los niños. Son ruidosos, inquietos, hacen demasiadas preguntas y rara vez escuchan las respuestas. Pero Nico es diferente. Él… realmente escucha.
—Siempre ha sido así —contestó con un dejo de orgullo en su voz—. Es curioso, lógico, perspicaz… aunque a veces me da la sensación de que entiende mucho más de lo que debería para su edad.
—Sí… —André frunció el ceño con una pequeña sonrisa—. Es como un adulto atrapado en el cuerpo de un niño. Da miedo.
—¿Miedo? —soltó una pequeña risa entre dientes, era la primera vez que alguien hablaba así de su hijo.
—Bueno, no miedo, pero sí desconcierto. A veces me mira con esa expresión seria y analítica, como si estuviera evaluando cada palabra que digo.
—Lo hace —confirmó ella con diversión—. Y si alguna vez encuentra algo ilógico en lo que dices, te lo hará saber sin dudarlo. Es demasiado honesto, en todo.
—Genial, justo lo que necesito. Un niño que me critique.
Ella negó con la cabeza, divertida, y continuaron lavando en silencio por un momento más. Pero entonces, André, en un descuido, tomó un plato con más fuerza de la necesaria y, al intentar pasárselo a Marie, sus dedos resbalaron con el agua y el objeto cayó de sus manos, estrellándose contra el suelo con un sonido seco y estridente.
Marie reaccionó instintivamente para inclinarse y recoger los pedazos, pero antes de que pudiera hacerlo, André extendió una mano hacia ella y, con un movimiento rápido, la tomó por la cintura, levantándola sin esfuerzo y sentándola sobre la encimera.
Ella apenas tuvo tiempo de procesarlo cuando él ya estaba arrodillado en el suelo, recogiendo los fragmentos rotos con un suspiro resignado.
—No te muevas —le advirtió sin mirarla—. No quiero que te cortes.
Marie parpadeó, sintiendo su corazón latir un poco más fuerte de lo normal, aunque no estaba segura de por qué. No era como si André hubiera hecho algo fuera de lo común. Simplemente… había reaccionado. Pero la facilidad con la que la había levantado, la forma en la que su voz había cambiado ligeramente, volviéndose más seria, más protectora, la dejó un poco descolocada.
—Eres rápido —comentó en un intento de romper la tensión repentina.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025