Capítulo 19
«No fue una alucinación»
El sonido del agua corriendo y el leve tintineo de los platos habían desaparecido, dejando tras de sí el cálido silencio de una casa que parecía, por primera vez en mucho tiempo, llena de vida. Marie secó sus manos en un paño y se dirigió a la sala, esperando encontrar a Nico concentrado en su lectura como de costumbre.
Pero, en cambio, lo halló dormido en el sofá, su pequeño cuerpo acurrucado en una posición curiosamente incómoda, con el libro apretado contra su pecho como si fuera un tesoro irremplazable.
Sonrió con ternura. Era tan típico de él. A pesar de su mente inquieta y su constante necesidad de absorber conocimiento, su cuerpo seguía siendo el de un niño que se rendía fácilmente ante el cansancio.
Giró la cabeza, buscando a André para despedirse, y lo encontró apoyado en el marco de la puerta, observando a Nico con una expresión que jamás habría imaginado en él.
Su postura era relajada, tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la ligera curvatura de sus labios le daban un aire diferente. No la jactancia con la que solía expresarse en su trabajo, ni la impaciencia con la que enfrentaba el mundo. No, lo que había en su rostro en ese instante era algo más suave, más… cálido. Justo como ese André que estaba cerca de su familia.
—No lo despiertes —dijo él en voz baja, sin apartar la vista del niño—. Se ve demasiado cómodo.
—No puedo dejarlo aquí toda la noche. —susurró mientras sonreía de lado.
André suspiró y se incorporó. —Lo llevo a casa.
—No es necesario…
—Es un niño dormido —interrumpió él con naturalidad—. Y no pesa nada.
Sin darle oportunidad de discutir, se acercó, se agachó junto al sofá y, con movimientos cuidadosos, levantó a Nico en brazos.
Su madre observó la escena con una mezcla de sorpresa y algo que no supo identificar de inmediato. André no parecía el tipo de persona que tuviera facilidad para tratar con niños, y, sin embargo, la forma en que sostenía a Nico, con ese instinto protector casi inconsciente, le hizo preguntarse si quizás había más en él de lo que dejaba ver.
Abrió la puerta con cuidado, asegurándose de que no se golpeara con el marco, y salieron juntos al corredor que conectaba ambas casas.
Caminaban en silencio, sin apuro, disfrutando de la tranquilidad del momento, de esa calma nocturna que solo se veía interrumpida por el leve murmullo del viento y el sonido lejano de un auto pasando por la carretera.
Era un silencio cómodo, uno que no exigía palabras, pero que al mismo tiempo dejaba espacio para que los pensamientos fluyeran. Y, sin embargo, André no pudo evitar romperlo después de algunos segundos, sintiendo la necesidad de saciar su curiosidad sobre algo que llevaba rondando su mente. Su voz, aunque firme, tenía un matiz diferente, uno que Marie no había escuchado antes.
—¿Puedo preguntarte algo?
Marie giró apenas el rostro para mirarlo de reojo, sorprendida por el tono de su voz. No era la misma diversión irritante con la que solía hablar ni el descaro con el que enfrentaba ciertas conversaciones. Había algo en su manera de preguntar que sonaba más… curioso, casi como si estuviera inseguro de si debía decirlo o no.
—Depende de qué sea —respondió ella, con una media sonrisa, aunque la expresión de André permaneció seria.
—Tu trabajo —dijo él sin rodeos, manteniendo la vista al frente, con un aire que pretendía ser despreocupado, aunque no lo era del todo—. Sé que eres abogada, pero… ¿En dónde trabajas exactamente?
Ella ladeó la cabeza, un poco intrigada por su repentino interés. No era un tema que soliera salir en sus conversaciones, ni siquiera cuando se topaban por casualidad.
—Trabajo en varios lugares —respondió tras pensarlo un poco—. Principalmente en un hogar para ancianos y en un hospital, pero también tomo casos particulares cuando puedo.
André asintió lentamente, como si estuviera procesando la información con más detenimiento del necesario, como si estuviera comparándola con algo que tenía en su cabeza.
—¿Casos particulares?
—Sí. Hace unas semanas, por ejemplo, atendí una consulta en una empresa. Un hombre me contactó para una asesoría sobre ciertos contratos laborales.
No bien terminó de decirlo, André se detuvo en seco.
El movimiento fue tan repentino que Marie también frenó su paso casi de inmediato, frunciendo el ceño, sin entender su reacción. Algo en la expresión de André había cambiado. No era solo sorpresa, era algo más profundo, algo que parecía estar sacudiendo las bases de su realidad.
—¿Qué pasa? —preguntó ella, confundida, pero André no respondió de inmediato.
La miró con intensidad, como si intentara encontrar una mentira oculta en sus palabras, como si necesitara asegurarse de que lo que acababa de escuchar era real.
—¿Qué empresa?
Marie parpadeó, un poco desconcertada.
—No lo sé… no recuerdo el nombre exacto. Fue una consulta rápida, en una oficina bastante elegante, pero el cliente tenía una actitud extraña.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025