¡ No te acerques a mi mami !

Capítulo 24 «Día de Madre e hijo… y André»

Capítulo 24
«Día de Madre e hijo… y André»

El parque de diversiones era un caos de luces brillantes, gritos emocionados y música estridente que parecía provenir de todas partes al mismo tiempo. Familias con niños pequeños corrían de un lado a otro, adolescentes se desafiaban entre ellos a subir a las atracciones más extremas, y en medio de todo ese escenario ruidoso y vibrante, estaba Nicolás, parado con los brazos cruzados y la expresión de un hombre de sesenta años que había sido obligado a asistir a una reunión social.

—Demasiado escándalo —murmuró, frunciendo el ceño mientras observaba a un grupo de niños correr a carcajadas—. No entiendo cómo pueden disfrutar de esto.

Marie soltó una risa, dándole un pequeño apretoncito en el brazo.

—Vamos, no seas gruñón. Estás en un parque de diversiones, se supone que es para disfrutar.

Nicolás exhaló un suspiro exagerado, como si estuviera cargando con el peso del mundo sobre sus hombros.

—Podría estar en casa leyendo un buen libro.

—O podrías estar aquí, experimentando con la física en un ambiente controlado y realista.

El que habló esta vez fue André, que había permanecido en silencio, observando la interacción entre madre e hijo con diversión. Nico arqueó una ceja y lo miró con escepticismo.

—¿Qué quieres decir?

André se encogió de hombros con aparente indiferencia, aunque había un destello travieso en sus ojos.

—Bueno, por ejemplo, ¿alguna vez te has preguntado cuánta aceleración alcanza una montaña rusa en la primera caída? O el efecto de la fuerza centrífuga en las tazas giratorias… Son cuestiones interesantes. Un buen experimento.

Nico parpadeó, su interés estaba despertando gracias a las palabras del empresario extraño, el cual se invitó a sí mismo a esa aventura.

—¿Quieres que me suba a una atracción solo para comprobarlo?

—Exactamente. ¿Qué mejor manera de aprender sobre física que viviéndola en primera persona?

Marie puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír. Sabía exactamente lo que André estaba haciendo: estaba tentando la curiosidad de Nico, y lo peor era que estaba funcionando.

—Hmmm… —El pequeño llevó una mano a su barbilla, pensativo—. Tiene sentido. Supongo que… podría intentarlo.

—Bien, entonces empecemos con algo sencillo —soltó el hombre esbozando una pequeña sonrisa triunfante.

—¡Las tazas giratorias! —exclamó Marie de inmediato, divertida.

Nico la miró con absoluta traición.

—No. Algo mejor. Algo que no me haga sentir que voy a vomitar mis órganos.

—Está bien, pequeño científico. Veamos qué encontramos.

Y así, con la curiosidad ganándole al escepticismo, Nicolás terminó montándose en una montaña rusa, solo para «experimentar» con la fuerza G y la aceleración. Y aunque al final salió con el cabello despeinado y los ojos más abiertos de lo normal, no pudo evitar mostrarse sorprendido.

—Fue… interesante.

—Lo sabía —dijo André con una sonrisa de autosuficiencia—. Bienvenido al lado divertido de la ciencia.

—Esto va a ser una larga tarde —Marie negó con la cabeza, entre divertida y enternecida por lo que acababa de presenciar, y, siendo arrastrada a la siguiente atracción.

La fila avanzaba lento, demasiado para el gusto de André, que ya estaba considerando sobornar a alguien para que los dejaran pasar más rápido. Marie, en cambio, parecía disfrutar del momento, observando cómo Nico examinaba cada mecanismo de la atracción con ojos analíticos.

—¿Sabías que la velocidad de caída de un cuerpo no depende de su masa, sino de la resistencia del aire? —comentó el niño, mirando hacia arriba con el ceño fruncido.

—Eso es cierto —asintió André—, pero hay otras fuerzas en juego. Cuando llegues arriba, lo vas a sentir en el estómago.

—Ajá, como si eso fuera a asustarme —dijo Nico, con la arrogancia tranquila de quien ha leído demasiados libros sobre el tema.

—¿Siempre hablas como si fueras un viejo de ochenta años? —interrumpió una voz nueva.

Los tres voltearon al mismo tiempo y encontraron a una niña de su edad parada junto a ellos, con un helado en una mano y un cuaderno lleno de anotaciones en la otra. Tenía una coleta alta y una mirada de desafío que contrastaba con su estatura.

—¿Y tú quién eres? —cuestionó Nico con el ceño fruncido. No le gustaba que se entrometieran en sus conversaciones, no era nada educado.

—Alex.

—Ese es nombre de niño.

La niña puso los ojos en blanco y le dio una gran mordida a su helado.

—Me llamo Alexandra, pero me gusta que me digan Alex. ¿Algún problema con eso, científico frustrado?

Marie y André se miraron con diversión, pero se mantuvieron al margen. Una gran curiosidad por saber qué reacción tendría Nicolás en ese ambiente, estaba creciendo dentro de ellos, como si, por fin su avecilla estuviera abriendo las alas para poder volar.




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