Capítulo 35
«Internado»
La madrugada era fría, casi silenciosa, apenas rota por el sonido del río corriendo suavemente entre piedras, y algún que otro crujido de ramas bajo los pasos de pequeños animales nocturnos que cruzaban sin rumbo entre los árboles.
La tienda de campaña en la que dormía Nico estaba sumida en una oscuridad cálida y acolchada por el saco de dormir, pero sus ojos se abrieron de golpe, tan despiertos como si nunca hubiera dormido.
Había soñado con malvaviscos ardiendo, con el rostro de André reflejando las llamas, y con su madre alejándose de él, llevada de la mano por ese extraño que se había colado en sus vidas sin invitación.
El sueño se evaporó con rapidez, pero la molestia no. Ahí estaba, palpitando bajo su pecho, haciéndolo apretar los dientes mientras se sentaba muy despacio y se calzaba los pequeños zapatos que no había desatado del todo.
Se deslizó fuera de la tienda sin hacer un solo sonido. Era muy tarde, o tal vez demasiado temprano; la bruma cubría parte del suelo y el pasto húmedo le llegaba a los tobillos, pero Nico avanzó directo hacia el objetivo como un general de guerra. Sabía exactamente dónde dormía André: en su tienda, unos metros más allá, justo al borde del río, donde se creía a salvo de interrupciones. Pero nadie estaba a salvo de él.
Se acercó despacio, conteniendo una risita cruel que pugnaba por salir. Su mirada brillaba con ese toque diabólico que solo los niños pequeños pueden tener cuando están convencidos de que tienen razón, y que la justicia, aunque traviesa, está de su lado.
—Te lo advertí —murmuró para sí mismo, como si una voz interior le recordara que esto no era maldad… era autodefensa.
Revisó alrededor para asegurarse de que nadie lo viera, y luego con sumo cuidado desenganchó las pequeñas estacas que sostenían uno de los extremos del colchón inflable sobre el que dormía André. Lo empujó un poco. Solo un poco.
El borde de plástico rozó la superficie del agua y volvió a su sitio. Nico entrecerró los ojos. Le faltaba impulso. Miró el cuerpo dormido del adulto, roncando bajito con un brazo colgando fuera de las cobijas. Era el momento. El instante perfecto. El silencio cómplice. La noche alineada a sus intenciones.
Apoyó las dos manos sobre el borde del colchón inflable y empujó. Con fuerza. Con decisión. Con toda la rabia infantil que le cabía en el pecho.
Lo que no calculó fue lo eficiente que sería su plan. El colchón se deslizó sobre el suelo cubierto de pasto húmedo, y de ahí, casi sin resistencia, cayó directo al río como una balsa improvisada. El sonido fue apenas un suave plop, seguido del chapoteo amortiguado del agua lamiendo los bordes de plástico. La corriente no era rápida, pero sí constante, y poco a poco comenzó a arrastrar a André río abajo, sin que él siquiera abriera los ojos.
Nico observó en completo silencio, con los brazos cruzados sobre el pecho y la frente ligeramente fruncida, como un científico anotando los resultados de un experimento. Durante unos segundos, pensó que el hombre ni siquiera despertaría. Pero entonces, uno de sus pies colgantes rozó el agua helada, y André soltó un gemido confuso antes de incorporarse bruscamente.
—¡¿Pero qué…?! —exclamó con la voz ronca, parpadeando mientras miraba el cielo estrellado comenzando a aclararse encima de él y luego la oscuridad del entorno que se desplazaba lentamente a su alrededor—. ¿Dónde…? ¿Dónde demonios estoy?
Miró a los lados, y lo primero que vio fue el reflejo de las ramas en el agua. El río. Estaba flotando en el río.
—¡¿Qué está pasando?! —gritó al darse cuenta, aferrándose con fuerza al colchón que amenazaba con volcar si se movía bruscamente.
Y ahí, sobre la orilla, de pie como un villano en miniatura, estaba Nico, observándolo con las manos detrás de la espalda y el ceño ligeramente fruncido.
—¡¿Qué hiciste, enano?! —vociferó André, completamente alarmado.
—Solo te estoy dando una pequeña muestra de lo que se siente ser apartado —respondió el niño con absoluta calma.
—¡¿Qué?! ¡Sácame de aquí ahora mismo!
—No puedo. Ya es muy tarde para eso… además, tú fuiste quien quiso mandarme lejos primero.
—¿De qué hablas? ¡Esto es una locura! ¡Estoy flotando río abajo en medio de la madrugada! ¡Esto no es un juego, Nicolás!
—Exacto —resopló él—. ¡No es un juego! Te escuché decirle a mi mamá que me mandarías a un internado. No puedes negar que lo dijiste.
—¡Nunca dije eso! —André trató de girarse, pero el colchón se ladeó peligrosamente y lo obligó a aferrarse más fuerte—. ¡Hablaba de un campamento de ciencia por el amor de Dios! Un campamento… con niños, experimentos, telescopios, planetarios… ¡Niños como tú!
—Mentiroso —gruñó Nico, con el ceño más fruncido que nunca—. Todo eso es solo para sacarme del camino. Quieres que me vaya, para quedarte con ella.
—¡¿Qué?! ¡¿Qué estás diciendo?! —El adulto lo miraba como si acabara de escuchar a un niño hablando en ruso.
—Te crees muy listo, ¿no? —dijo él, dando un paso más cerca del agua—. Pero yo también lo soy. Te dije que no te acercaras a mi mami, y no me escuchaste. No tuviste respeto. Y ahora, señor André… deberás enfrentarte a las consecuencias.
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025