Capítulo 36
«Para cobardes»
El escándalo fue tal, que incluso los grillos del bosque dejaron de cantar. Los gritos de André retumbaban entre los árboles, mezclados con los chapoteos exagerados de Nico, que parecía más un delfín en entrenamiento que un niño de seis años en plena madrugada.
Dentro de la tienda, Marie se removió inquieta al escuchar el alboroto. Medio dormida, frunció el ceño y palmeó a ciegas sobre la colchoneta buscando el cuerpecito de su hijo, pero no había nada.
—¿Nico? —murmuró con voz ronca. Al no obtener respuesta, se incorporó de golpe, prendió la linterna y salió con la bata mal anudada, los pies descalzos y el corazón al galope—. ¡¿Nicooo?!
Lo primero que vio fue una silueta chiquita saliendo del agua, empapado de pies a cabeza, con las mangas del pijama pegadas al cuerpo y una expresión de satisfacción que no encajaba con la situación.
—¡¿Pero qué haces?! ¡Estás helado! —exclamó mientras corría hacia él. Se arrodilló en la orilla y lo abrazó con fuerza, notando cómo el cuerpecito temblaba, más por la emoción que por el frío—. ¿Qué pasó, mi amor? ¿Por qué estás en el río? ¡Dios mío, estás todo mojado!
Nico, sin cambiar el tono ni la expresión, respondió como si fuera lo más normal del mundo.
—Solo me estaba lavando los pies.
—¿Lavándote los pies a esta hora, en plena madrugada, y gritando como un loco? ¡Estás loco, niño! —dijo ella, ya con el corazón colapsado, cubriéndolo con una toalla que no sabía de dónde había sacado.
Lo sentó sobre una roca, le quitó la camiseta empapada con movimientos torpes y maternales, y le frotó la cabeza con la toalla mientras murmuraba cosas en francés que solo se entienden cuando una madre está al borde del colapso emocional.
—¿Dónde está André? ¿No estaba contigo? —preguntó mientras le sobaba los bracitos helados.
—Mmmm… no sé. Creo que está nadando. —respondió Nico, mirando hacia otro lado con inocencia fingida.
Marie frunció el ceño, escaneando el río con la linterna. Solo había oscuridad y agua que corría con calma.
—¿Nadando? ¿A las tres de la mañana? —alzó una ceja—. ¿André no sabe nadar?
Nico se encogió de hombros como quien dice «yo qué sé, señora».
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A varios metros río abajo, André resoplaba como un toro cansado. Había intentado remar con una rama que encontró sobre el colchón inflable, pero la corriente lo arrastraba en círculos lentos, como un bucle de humillación personal. Finalmente, con un gruñido frustrado, se lanzó al agua helada.
—No puede ser real —masculló entre dientes mientras avanzaba a paso torpe por la orilla embarrada. El agua le llegaba a la cintura, la camiseta le chorreaba y cada rama que pisaba parecía empeñada en dejarle un recuerdo.
—¡Ese niño está mal de la cabeza! ¡Lo juro por todo lo sagrado, Marie tiene que saberlo! —farfulló mientras usaba los brazos como remos, abriéndose paso como si luchara contra un ejército invisible de algas, piedras y su propia dignidad herida.
El cielo seguía oscuro, pero comenzaba a aclararse apenas por el este. Las primeras luces del alba aún no se atrevían a aparecer, como si supieran que no querían ver esto.
—Solo una persona me puede llamar Nico… ¡¿Quién dice eso?! —gritó al viento mientras escupía una ramita que se le había metido en la boca—. ¡Estoy siendo amenazado por un gremlin de metro veinte!
Avanzó un poco más, escuchando voces a lo lejos. La voz de Marie. ¡Al fin! Apresuró el paso, saliendo del agua como un náufrago recién rescatado, con la ropa pegada al cuerpo, los zapatos llenos de barro y el cabello hecho un desastre.
—¡MARIE! —gritó mientras subía la pequeña pendiente que daba a su campamento.
Ella levantó la vista, sorprendida. Sostenía a Nico como si fuera una estufa humana, aún secándolo con la toalla. Parpadeó varias veces, sin poder creer lo que veía.
—¿André? ¡¿Dónde estabas?! —exclamó ella, corriendo hacia él—. ¡Estás empapado! ¡¿Qué pasó?!
Él se detuvo, jadeando, con el agua escurriéndole por la barbilla. Levantó un dedo tembloroso apuntando hacia Nico, que ahora lo miraba como si nada.
—¡Tu hijo intentó matarme!
Marie lo miró. Luego miró a Nico, que se encogió de hombros con carita de ángel.
—Yo no vi nada —dijo con voz neutra.
—¡Me empujó al río! ¡Con el colchón! ¡Dormido! ¡Flotando! ¡Como un maldito sándwich humano! —gritó André, haciendo ademanes histéricos.
—¿Estás diciendo que Nico te empujó al río mientras dormías?
—¡Exactamente eso!
—Pero… ¿cómo iba a cargar el colchón contigo encima?
—¡Eso pregúntaselo a él! ¡Tiene fuerza demoníaca cuando está motivado!
Marie contuvo la risa. La imagen de André flotando como una boya era demasiado poderosa. No podía tomárselo en serio, no con su pelo goteando barro y una rama enredada entre las mangas de su camisa.
—¿Estás bien?
—¡No, Marie, no estoy bien! ¡Estoy aterrado! ¡Ese niño necesita terapia, un exorcismo, o los dos!
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hombre de negocios, pequeños genios traviesos, amar otra vez
Editado: 28.04.2025