¡ No te acerques a mi mami !

Capítulo 38 «¿Dónde estás?»

Capítulo 38
«¿Dónde estás?»

Marie salió de la fogata con una taza de café entre las manos, todavía sonriendo por algo que André le había dicho minutos antes. Se sentía extrañamente bien, como si después de tanto tiempo estuviera comenzando a encontrar una especie de equilibrio. Las cosas con Nicolás iban mejor, André estaba siendo un apoyo inesperado y, por primera vez en mucho tiempo, pensó que quizás el mundo no era tan cruel.

Se inclinó para abrir la tienda, lista para despertar a su hijo y ofrecerle el desayuno que ya comenzaba a preparar.

Pero la tienda estaba vacía.

Marie frunció el ceño. Primero pensó que quizás se había levantado antes y había ido al río a mojarse la cara, o que simplemente estaba jugando cerca, como solía hacer cuando quería pensar.

Pero algo no cuadraba, el colchón estaba completamente frío, y su manta, esa manta con la que iba a todos lados hacía falta. Además de eso, la mochila que Nicolás había traído estaba entreabierta, como si alguien la hubiera revisado con prisa.

—¿Nico? —llamó con suavidad, asomando la cabeza por la abertura de la tienda—. Amor, ¿dónde estás?

Nadie respondió. Ni siquiera las aves del cielo que cantaba tranquilamente hacía unos segundos.

—¡Nico! —volvió a llamar ella, pero ahora, su voz sonaba aterrada.

André levantó la mirada desde la mesa improvisada donde estaba organizando unas loncheras. Se levantó inmediatamente al ver la expresión en el rostro de Marie.

—¿Qué pasa?

—No está… —murmuró ella, bajando la vista, como si decirlo en voz alta lo hiciera más real—. No está en la tienda, André. No está.

Él se acercó en dos zancadas y asomó la cabeza dentro de la tienda. La halló vacía. Solo las cobijas arrugadas y el hueco donde debió haber estado Nico.

Marie ya se movía como un torbellino, revisando detrás de los árboles, llamando su nombre con una mezcla de urgencia y angustia.

—¡Nico! ¡Amor! ¡Responde! ¡Soy mamá!

—Tranquila, tranquila, no debe estar lejos —dijo André intentando sonar calmado, aunque su pecho comenzaba a cerrarse con una presión helada. El bosque era extenso, y un niño pequeño, solo, podría desorientarse en cuestión de minutos.

—¿Y si se cayó al río? ¿Y si se lastimó? ¿Y si alguien…? —Marie ya ni siquiera podía terminar las frases. Se le quebraba la voz con solo pensarlas.

—¡Hey, hey! —André la tomó por los hombros, apretándolos con firmeza—. No vamos a entrar en pánico. Vamos a buscarlo, ¿sí? Tú por este lado, yo por el otro. No puede haber ido tan lejos sin que lo notáramos.

Marie asintió, aunque sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. Se limpió la cara con el dorso de la mano y giró sobre sus talones, gritando con más fuerza:

—¡Nicolás! ¡Responde, por favor!

Los dos adultos comenzaron a adentrarse al bosque, cada uno por una dirección distinta pero sin perderse de vista. A cada paso, el miedo se les iba colando por dentro como agua helada. Las ramas crujían, los arbustos se sacudían con el viento, y cada sombra parecía más siniestra que la anterior.

André seguía gritando el nombre del niño, su voz cada vez era más ronca. Se había repetido mil veces que era solo un niño curioso. Que quizá se había escondido por diversión, que nada grave podía haber pasado.

Pero algo en su interior comenzaba a gritarle lo contrario.

La idea de que Nico se hubiera marchado por su cuenta… que hubiera escapado… lo golpeó como un puño. ¿Y si esto tenía que ver con lo que pasó en la madrugada? ¿Y si el niño había malinterpretado todo, si pensaba que realmente lo iban a mandar lejos?

—¡Nico! ¡Vamos, ya no es divertido! ¡Respóndeme, campeón!

Marie volvió a reunirse con él, agitada, con las mejillas rojas del esfuerzo y los ojos ya húmedos.

—No está en los alrededores. Tampoco está por el río… André, ¡esto no puede estar pasando!

Él la miró con el corazón encogido.

—Va a estar bien, Marie. Lo vamos a encontrar. Vamos a buscar más adentro. No paramos hasta hallarlo, ¿sí?

Ella asintió con un movimiento rápido de cabeza, tratando de que sus piernas no cedieran bajo el pánico. Miraba a todos lados, sus oídos estaban pendientes de cualquier señal que le pudieran dar, algún crujido de hojas, un movimiento de un arbusto. Lo que fuera.

Pero entonces, un sonido irrumpió el espacio. Fue un grito a la distancia, uno que sonaba lleno de miedo.

Los dos se miraron, congelados por un segundo.

—¿Fue…? —balbuceó Marie.

—¡Nico! —gritó André al mismo tiempo, echando a correr en dirección al sonido, con Marie pisándole los talones.

El bosque parecía cerrarse a su paso. Las ramas golpeaban sus brazos, la maleza se enredaba en sus tobillos, pero nada los detenía. Ni el miedo, ni la incertidumbre, ni el agotamiento. Solo una cosa era clara: no se detendrían hasta tenerlo de nuevo a salvo.

Hasta que su voz, su carita seria y su abrazo estuvieran de vuelta.




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