No te contengas

02. Corre por tu vida.

Luca Brunelli.

Teníamos 4 años cuando nos conocimos. Desde que habíamos armado aquel rompecabezas en kínder nos habíamos vuelto inseparables. Vivíamos a tres cuadras de distancia y pasaba las tardes enteras en su casa o él en la mía.

Lo último que recordaba era que su madre había obtenido un nuevo empleo luego del fallecimiento de su padre, y debieron abandonar el pueblo con destino a Arlington. Teníamos 9 años y esa fue la última vez que lo vi...

Aquel absurdo pensamiento que tuve de niña volvió a mi memoria y solté una risita avergonzada de mí misma. Había querido declarármele y pedirle que se quedara conmigo a vivir la historia de amor que nos merecíamos. Ja...

¿Cómo carajo iba a decirle a mis padres que cuidaran de su yerno y de mí durante toda la infancia y adolescencia?

Veía muchas películas y culpo a Disney por eso. Ahora, luego de años, estaba aquí de nuevo al igual que yo. Con la pequeña diferencia de que él ni me reconocía...

¿Por qué habían vuelto? ¿Hacía cuánto?

—¡Lista tu orden!

Volteé hacia el carro de comidas un poco sorprendida y tomé los bocadillos junto con las bebidas. Decidí dejar el pasado donde estaba y concentrarme en el presente: ver Crepúsculo en un autocine de pueblo junto a una desconocida no tan desconocida. Mérida me esperaba dentro de la camioneta cuando abrió mi puerta y me ayudó con los vasos.

—¡Llegas a tiempo! —me quitó el cono de papas de la mano en menos de un segundo y llevándose un gran puñado a la boca volvió a hablar—. ¿Qué team eres? —Sus ojos estaban volcados en la pantalla.

Me recosté sobre el asiento, pensativa, y cerré la puerta. Cogí el vaso con calma y tomé un largo trago haciendo ruido con el sorbete.

—¿Es necesario? —Esto podía acabar mal.

—Una prueba clara de amistad. En base a tu respuesta, decidiré si concedértela o dejarte varada en medio de la carretera de regreso. —Zanjó, chistosa.

Tragué grueso fingiendo presión y la rubia evitó soltar una carcajada. Pero en realidad, si me había puesto un poco nerviosa ese nivel de confianza que me otorgaba de la nada. ¿Amistad? Apenas había llegado y ella se había mostrado de lo más transparente y amable conmigo.

En Argentina, jamás logré entablar una. No eran más que conocidos, y la sola idea de pensar que podría llegar a tener una aquí me hacía demasiada ilusión. Pero decidí reprimir aquella emoción que latía con fuerza en mi pecho y mostrarme en calma. Como si nada me alterase... era a lo que me había acostumbrado durante todos esos años.

—Lamento discrepar con el 70% del fandom, pero team Jacob por lejos.

—¿Jugaron con él? —El ruido de su sorbo llenó el silencio expectante.

—Bella jugó con él. No me malentiendas, Edward... todo bien. Lo quiero, pero a Jacob lo quiero y le hago... cositas para quitarle ese despecho. —Llevé un puñado de palomitas a mi boca sonriendo de lado.

Echó a reír, y no pude contener la risa tampoco ante su cara boquiabierta de total perversión.

—¡Chica! ¡Me agradas! Team Edward...—levantó su mano—, ¡pero claro que le hago cositas a Jacob! —Hizo que chocásemos el puño.

Mérida hacía que hablar por horas sin parar fuera lo más normal del mundo, cosa que jamás lo había sido para mí. Me sorprendí cuando vi la hora en el celular. La película había concluido hacía un buen tiempo, y continuábamos poniéndonos al día con anécdotas de pequeñas, recuerdos de nuestros compañeros de kínder y amigos del vecindario.

Se me hacía muy tierno que recordase con tanto detalle nuestras travesuras en la niñez. Mérida era una chica deslumbrante, no solo físicamente; irradiaba luz tanto en su mirada divertida como en la calidez de su sonrisa. Entre tantos recuerdos, las enormes sodas comenzaron a hacer efecto y mi vejiga necesitó con urgencia vaciarse.

—¿Dónde están los sanitarios? —consulté, llevando mi mano a la barriga y mordiendo mi labio inferior. El asunto iba en serio.

—Linda... ¿La arbolada frente a nosotros? —asentí con atención—. Doblas a la izquierda y estarán unos grandes yuyos aguardando ser regados.

Me quedé estupefacta y Mérida echó a reír.

—Pronto te acostumbrarás. ¿Quieres que te cubra?

—No es necesario. —Bajé a toda prisa—. No me tardo...

—¡Tú ve tranquila! —la oí gritar mientras se reunía con los muchachos.

Por mi parte volteé y caminé lo más rápido posible en mi estado. Maldito Stenill. ¿Un puto baño químico no podía ser?

Seguí mi camino entre los numerosos autos que continuaban aparcados en el estacionamiento, a pesar de que la función había terminado. El sonido de la música, el humo de cigarrillos y las carcajadas merodeaban en la noche.

Fue un alivio cruzar la arbolada y sentir un poco de calma y silencio. Ahora debía encontrar un lugar privado con urgencia. Apenas si podía ver el camino; los arbustos y ramas del bosque me dificultaban el paso, pero debía alejarme lo suficiente o no me sentiría cómoda.

Cuando las luces de los coches dejaron el horizonte, supe que estaba en el lugar indicado. Bajé el pantalón y mis bragas de un tirón y me puse de cuclillas con cuidado. Oh, sí.




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