—¿Un animal? —Me llevé las manos al pecho.
—Estoy bromeando. —Meri le dio una bofetada en su nuca—. ¡Auch! —Max se frotó rápidamente—. Lo siento, lo siento. Seguro a algún idiota lo pescaron fumando hierba.
—Max, tú podrías ser uno de ellos —Chris intervino.
—¡Lo sé! ¿Ves lo que te digo? ¡No nos frenan! El director no hace nada —Bufó, ofendido.
—Vamos, veamos qué ocurre. —Alenté. Los demás asintieron y, aglomerados con un grupo de estudiantes, caminamos hasta allá.
No pudimos seguir avanzando porque los profesores detenían el paso junto a los policías. Meri fue más inteligente y pudo colarse entre la gente. No veía en detalle de quien se trataba, pero al parecer se encontraba en buen estado. Pasaron unos minutos hasta que la rubia pudo volver junto al grupo.
—Ahg, la estúpida de Tatiana se cayó de uno de los árboles intentando hacer un truco —soltó cruzándose de brazos, dejándose caer en una de sus caderas—. Todo este circo para nada.
—¡No puede ser! ¿Su bello rostro luce bien? —inquirió Max.
Chris echó a reír.
—Eres un idiota —la rubia negaba con su cabeza cruzándose de brazos.
—¿Quién es? —consulté—. ¿En serio está bien?
—Si, ella está bien. Es la hija del alcalde. Se cae de un árbol y llaman a los policías, bomberos y paramédicos.
—Meri... —Max la regañó.
—¡Es la verdad! Me llego a caer de un árbol y den gracias que me llevan a enfermería a ponerme una tirita adhesiva —resopló.
No pude aguantarme. Eché a reír. Mérida tenía razón de seguro. En todos lados existe la diferencia social.
—Tranquila, niña puritana. Ella estará bien, solo fue un rasguño en la pierna.
—Es bueno saberlo.
Continuamos más relajados caminando hacia la salida.
—¡Con todo esto me desvié de lo realmente importante! —Max se detuvo a mitad del corredor—. ¡En dos semanas es el gran partido! ¡Necesitamos que estén ahí! —Chris asintió.
Meri contorneó los ojos.
—No somos porristas. Para eso las tienen a las niñas bonitas...
—Ellas no son amigas.
Sonreí. Los chicos de verdad comenzaban a agradarme. Era extraño y muy lindo a la vez sentirse dentro de un grupo.
Meri dio una sonrisa a boca cerrada. Noté como Chris la observaba a detalle.
—Claro que estaremos ahí. ¡Con pintura en la cara y todo! ¡Todo sea por las nuevas bestias de Estrella Foothills!
Salimos al estacionamiento. El viento caliente pegó en nuestros rostros.
—Con pintura no prometo, pero sí iré.
—¡Bien! ¡Bien! ¡Esa es la actitud, Liv! Pronto serás una fan del futbol.
Solté una risita. Los chicos se despidieron y Mérida y yo subimos a su camioneta.
—Gracias por traerme. Muero de ganas de acostarme hasta desfallecer.
Meri había estacionado en su garaje, que por suerte quedaba a pocos metros de mi casa. Bajé de la camioneta y cerré la puerta, despidiéndome. Pensé que la rubia había entrado a su casa cuando sentí sus pasos tras de mí al meter la llave en mi puerta.
—¡Ey! —Meri entró sin más.
—Hablando de dormir, será otro día ¿sí? Ahora prepárate. Mi madre organizó una bienvenida. Será aquí, y es una sorpresa que armamos con ayuda de tu abuela para tus padres. —Se echó en el sillón.
—Mis padres... ¿Y qué hay de mí? —Me quejé, echándome a su lado mientras le tiraba una almohada. La rubia rio.
—Ah, sí. Para ti también, pero debes ayudar.
Enarqué mis cejas, divertida.
—De acuerdo. Me daré un baño y bajo a ayudar.
—Perfecto.
Luego de la ducha entré a la habitación. El frío del ambiente era petrificante. ¿Qué no había apagado el aire acondicionado?
Verifiqué la luz de encendido, pero no estaba parpadeando. Seguí observando a mí alrededor, queriendo encontrar el motivo. Solo vi la ventana a medio abrir. De igual manera era extraño.
La brisa afuera era cálida. En mi cuarto, en cambio, la humedad y el frío marcaban un alto contraste. Cerré la ventana sin extender más la búsqueda de lógica a la situación, y hurgué en mi armario por algo qué ponerme. Opté por un vestido borravino fresco de tiras finas que se ajustaba a mi torso y desde las caderas se hacía holgado hasta un poco más arriba de las rodillas.
Mientras peinaba mi cabello, tuve la extraña sensación de sentir una presencia observándome. Intenté controlar mi respiración al darme cuenta que mis dedos temblaban mientras lo hacía. Volteé repetidas veces e incluso llegué a mirar por el reflejo del espejo en varias ocasiones.
Reí sin ganas. El estrés iba a acabar conmigo antes de lo que había imaginado. Aunque sabía que estaba sola, y que era una locura lo que pensaba, me senté rápido en la cama y até los cordones de mis zapatillas de forma ágil y en eso vi a Roco saliendo del armario.
Editado: 05.01.2025